CANCIONES
“--La ruta comercial es el Trazo de Canción—afirmó
Flynn. –Porque el principal medio de intercambio son las canciones, no los
objetos. Comerciar con “objetos” es la consecuencia secundaria del intercambio
de canciones.
Antes de que llegaran los blancos, añadió, en
Australia nadie carecía de tierra, porque todos y todas heredaban, como
propiedad privada, un tramo de la
Canción del Antepasado y el tramo de terreno sobre el cual discurría
la canción. Los versos de cada individuo eran sus títulos de propiedad sobre el
territorio. Podía prestárselos a otro. Podía tomar prestados otros versos en
canje. Lo único que no podía hacer era venderlos o deshacerse de ellos.
¿Y si los Ancianos del clan de la Serpiente Pitón
resolvían que era hora de cantar su ciclo de canciones desde el comienzo hasta
el fin? Se despachaban mensajes, camino arriba y camino abajo, convocando a los
dueños de canciones para que se congregaran en el Lugar Grande. Entonces, cada “propietario”
cantaba, cuando le llegaba el turno, su tramo de las huellas del Antepasado.
¡Siempre en el orden correcto!
--Cantar un verso fuera de lugar—manifestó Flynn con
talante ceñudo, --era un crimen. Generalmente se castigaba con la pena de
muerte.
--Lo entiendo—asentí. – Sería el equivalente musical
de un terremoto.
--Peor—sentencio con cara torva. –Implicaría “descrear”
la Creación.
Allí donde había un Lugar Grande, continuó, existía
la posibilidad de que convergieran los otros Ensueños. De modo que en uno de
los corroborees podían participar cuatro clanes totémicos distintos, de
cualquier cantidad de tribus diferentes, todos los cuales intercambiarían
cantos, danzas, hijos e hijas, y se concederían mutuamente “derechos de paso”.
Cuando pase más tiempo aquí—comentó, volviéndose hacia
mí, --oirá la expresión “adquirir conocimiento ritual”.
Todo ello significaba que el individuo estaba
ampliando su mapa de canciones. Estaba expandiendo sus opciones, explorando el
mundo a través de la canción.
--Imagine a dos hermanos negros que se encuentran
por primera vez en una taberna de Alice—dijo. –Uno ensayará un Ensueño. El
segundo ensayará otro. Entonces es seguro que algo encajará…
--Y ése—intervino Arkadi, --será el comienzo de una
hermosa amistad en torno de la botella.
Todos rieron al oírlo, menos Flynn, que continuó
hablando.
La clave siguiente, manifestó, consistía en entender
que todo ciclo de canciones saltaba a través de las barreras idiomáticas,
independientemente de tribus o fronteras. La huella de un Ensueño podía nacer
en el Noroeste, cerca de Broome; desovillar su trayecto a través de veinte o
más lenguas; y desembocar en el mar cerca de Adelaida.
--Y sin embargo—dije, --es la misma canción.
-- Los nuestros—dictaminó Flynn, --afirman que
reconocen una canción por su “sabor” o su “olor”… y a lo que se refieren, por
supuesto, es a la “cadencia”. La cadencia sigue siendo siempre la misma, desde
los primeros acordes hasta el final.
--La
letra puede cambiar—volvió a interrumpirlo Arkadi, --pero la melodía perdura-
--¿Eso
significa que un joven andariego podría cantar su camino de un extremo a otro
de Australia con la única condición de que pudiera tararear la melodía
correcta?—inquirí.
--Teóricamente,
sí—asintió Flynn.
Alrededor
de 1900, un habitante de Arnhemland atravesó el continente a pie en busca de
esposa. Se casó en la costa sur y volvió caminando con su esposa y su flamante
cuñado. Luego el cuñado se casó con una chica de Arnhemland y la llevó andando
hasta el sur.
--Pobres
mujeres—comenté.
--Es
la aplicación práctica del tabú del incesto—explico Arkadi. – Si quieres sangre
fresca, tienes que caminar para conseguirla.”
Bruce Chatwin. Los trazos de la canción. Muchnik
Editores.