DURBAR I
“A eso de las dos comienza la
marcha: según las reglas de la etiqueta, el más elevado en rango debe llegar el
último, y por consiguiente avanzan en primer término los feudatarios del rajá
británico, siguiendo los príncipes soberanos en razón inversa a su importancia.
Desde el pórtico veo perfectamente el desfile, que es la parte más notable de
la ceremonia; cada sowari penetra a su vez en la gran avenida; las tropas
inglesas presentan las armas; resuena el estampido de los cañones; el elefante
real se arrodilla a la puerta del Chamiana, y el maestro de ceremonias da la
mano al rajá para conducirle a su trono.
Los
cortejos se suceden sin interrupción con una magnificencia ascendente, desde el
del principillo Bundela de Alipoura hasta el del alto y poderosos señor de
Gwalior. Por último se sientan todos, los reyes indos a la derecha del trono,
con sus nobles y ministros detrás; y a la izquierda los gobernadores generales
y oficiales ingleses, cuyos brillantes uniformes parecen pobres y ridículos
frente al lujo asiático.
Pasados
algunos momentos, los tchoubdars, vestidos de rojo, y empuñando sus largos
bastones dorados, anuncian la llegada del virrey; se levanta la asamblea; sir
John Lawrence, de gran uniforme y descubierta la cabeza, atraviesa lentamente
la sala y franquea las gradas del trono, mientras resuenan las salvas de
artillería, mezclándose con los dulces acordes del himno real: «Dios salve a la
Reina.»
A
una señal vuelven a sentarse todos, y el secretario del Estado proclama la
apertura del Durbar, comenzando acto continuo la larga ceremonia del Nuzzur. Cada
rajá, seguido de su dewan y del primer thakur de sus Estados, avanza hacia el
trono, e inclinándose ligeramente ante el virrey, le presenta una moneda de
oro, que éste no hace más que tocar; la moneda representa una cantidad bastante
considerable, que varía según el rango del rajá, y que debe ser entregada a las
autoridades inglesas después del Durbar.
Mientras
se efectúa esta ceremonia, que no dura menos de una hora, pasamos rápidamente
revista a los príncipes que asisten al Durbar.
El
primero, a la derecha del trono, es Scindia, Maha-Rajá de Gwalior, representa
en el Durbar a esos terribles maharatas que durante un siglo recorrieron la
India a sangre y fuego y derribaron el imperio mogol, preparando con sus actos
vandálicos la conquista británica: su único rival en poderío y altivez es el
rey maharata de Baroda, que ya conocen mis lectores: Scindia viste con cierta
sencillez; lleva un ropaje de brocado, sin más adorno que algunos diamantes en
el pecho, y cubre su cabeza un turbante de alas levantadas, que le comunica
cierta remota semejanza con el aspecto de Enrique VIII; la expresión de
semblante es feroz, y siempre tiene las cejas fruncidas.
A
la izquierda del virrey no hay más que un rajá, que es nuestro amigo Ram Sing,
Maha-Rajá de Jeypore; cubre su cabeza un turbante de pedrerías, y viste el
manto de la Estrella de la India. Así él, como el Maha-Rajá de Judpore,
sentados junto a Scindia, son los representantes de la raza solar,
descendientes del dios Rana; no son inferiores en nobleza sino al Rana de
Udeypur. Estos dos rajputs se consideran como iguales en rango, y para zanjar
la grave cuestión de precedencia, está Jeypore a la izquierda, y Judpore a la
derecha.
Después
de los personajes que acabamos de citar, se presenta la reina Begaum de Bhopal,
la soberana mahometana más importante del Rajastán; es una mujer de unos
cincuenta años, de tipo enérgico y varonil, como lo es también su traje; lleva
pantalón ceñido de paño de oro, y una chaquetilla de seda, engalanada con
varias condecoraciones. Entre los nobles que están sentados detrás de ella, se
observa a la reina viuda Quodsia Begaum, y a una anciana señora con traje
indio, a quien el maestro de ceremonias llama Isabel de Borbón…
Cerca
de ellas se ve al Maha-Rao Rajá de Kotah, y al rajá de Kishengurh, ambos
rajputs, que visten el antiguo ropaje de muselina estampada.
El Maha-Rao de Kerowly, el
joven rajá jata de Bhurtpore, y el Maha-Rao de Ulwur, constituyen un grupo
resplandeciente de joyas. Sheodan Sing viste una larga túnica de terciopelo
negro, sobre la cual resalta un río de diamantes; junto a él está sentado el
antiguo bandolero pindari, el Nawab de Tonk, que sólo lleva una hopalanda de
seda, sin el menor adorno; más lejos se halla el rajá de Dholepore, venerable
anciano de largas patillas teñidas de rojo, que ha venido al Durbar como a una
batalla, todo cubierto de hierro; y sigue después una larga línea de príncipes,
bundelas y rajputs, luciendo todos los trajes de lo más pintorescos. Después de
estos príncipes, que son todos soberanos, se hallan los seis Mirzas, individuos
de la ex familia imperial de Delhi; estos descendientes da Akber, vestidos con
la mayor riqueza, y adornados con la toca de los príncipes de sangre, llenan
humildemente a doblar la rodilla ante el virrey inglés, de quien son los
súbditos. Los últimos que se presentan son feudatarios directos de la corona
inglesa, zeminndars, rajás y yaghirdars, algunos de los cuales, así como el
rajá de Burdwan, poseen provincias enteras y rentas enormes.”
Louis Rousselet. Viaje a la India de los Rajas. Anjana Ediciones.