“Otro rasgo de la actitud del hombre primitivo con respecto a sus
soberanos, recuerda un proceso muy frecuente en la neurosis y que aparece
particularmente acentuado en la llamada «manía persecutoria». Este rasgo
consiste en exagerar con exceso la importancia de una persona determinada y
atribuirla un poder increíblemente ilimitado, con el fin de poder echar sobre
ella, con cierta justificación, la responsabilidad de todo lo desagradable y
penoso que al enfermo sucede. A decir verdad, no proceden de otro modo los
salvajes con respecto a su rey, cuando
habiéndole atribuido el poder de provocar o hacer cesar la lluvia, regular el brillo
del sol, la dirección del viento, etcétera, le destrona o le matan porque la
naturaleza ha defraudado su esperanza de una caza abundante o una buena
cosecha. El cuadro que el paranoico reproduce en su manía de persecución, es el
de las relaciones entre el niño y padre. El hijo, atribuye, en efecto a su
padre una parecida omnipotencia, y puede comprobarse que su ulterior desconfianza
con respecto a él se halla en proporción directa con el grado de poder que
antes le ha atribuido. Cuando un paranoico reconoce a su perseguidor en una de
las personas que le rodean, la promueve, con este hecho, a la categoría de
padre, esto es, la sitúa en condiciones que le permiten hacerle responsable de
todas las desgracias imaginarias de que es víctima.”