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lunes, 18 de abril de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





AL SUR


“En los mares del hemisferio sur habitan estas y otras especies de aves, pero el albatros es la preeminente. Ya se ha señalado que en opinión de Wilson, si no todas, al menos el albatros vuela alrededor del mundo por aquellos tempestuoso mares empujado por los vientos del oeste y solo baja una vez al año para criar a islas como la de Kerguelen, la de St Paul, las Auckland y otras. De ser así, el descanso del que pueden disfrutar sobre las grandes olas que predominan por estas latitudes debe de resultar insuficiente si se juzga con el criterio que se aplica en el caso de aves más civilizadas. Aunque en otras regiones he visto ejemplares de aves marinas que parecían volar miles de millas sin separarse del barco ni un solo día, durante este viaje saqué la conclusión de que cada mañana aparecía un grupo distinto de aves y que tenía hambre cuando llegaba. Por la mañana volaban a popa y más cerca del barco, por supuesto, y se alimentaban de los restos que arrojábamos por la borda. Más tarde, una vez satisfecho el hambre, las aves se dispersaban, y las que continuaban volando a popa se mantenían a gran distancia. De ahí que capturáramos especímenes a primera hora de la mañana, y sólo uno después de mediodía.
El viento seguía siendo favorable, y no tardó en soplar con bastante fuerza. El viernes, 7 de octubre, navegamos a 7 y 8 nudos sólo con vela, lo cual estaba muy bien para el “Terra Brioso”, que era como llamábamos familiarmente a nuestro querido barco. Faltaban sólo 1.000 millas para llegar a Melbourne. El sábado por la noche estábamos listos para maniobrar con las drizas de juanete. Campbell relevó a la guardia a las cuatro de la mañana del domingo. El viento soplaba con fuerza y racheado, pero el barco seguía con los juanetes desplegados. Teníamos marejada de popa.
         A las seis y media ocurrió uno de esos incidentes de la vida en el mar que tiene interés aunque carezcan de importancia. De repente estalló sobre nosotros el primer turbión realmente violento de la travesía. Soltamos las drizas de juanete: cayó la verga de juanete de proa, pero la del juanete mayor se quedó atascada a medio camino. Después nos enteraríamos de que un matafiol que había salido disparado de la verga había obstruido el motón de la escota de la gavia alta. La verga de juanete estaba totalmente inclinada hacia estribor y se balanceaba de un lado a otro, la vela parecía que iba a salir volando de un momento a otro y hacía el mismo ruido que un cañón, y el mástil temblaba violentamente.
         Temíamos perder el mastelero, pero nada se podía hacer mientras el viento soplara con semejante furia. Campbell caminaba de un lado a otro del puente, en silencio y con una sonrisa en los labios. La guardia se agrupó alrededor de los flechastes, lista para subir a la arboladura, y Crean se ofreció a subir él solo para intentar desenganchar la verga, pero le fue negado el permiso. La situación que se había creado con el mastelero era sumamente delicada, pero no había nada que hacer.
         Cuando pasó la borrasca pudimos soltar y aferrar la vela, de suerte que al siguiente turbión fuerte ya estábamos preparados para bajar las gavias altas y no hubo ningún problema. Al final, los desperfectos fueron una vela rajada y un mastelero a punto de romperse.
         A la mañana siguiente se envergó el nuevo juanete pero en medio de la operación cayó la mayor granizada que jamás haya visto. Muchos pedazos de granizo tenían varios centímetros de diámetro y hacían daño aun cuando uno llevara prendas gruesas e impermeable. Al mismo tiempo se formaron varias trombas de agua. Los hombres subidos a la verga de juanete pasaron un rato espantoso. En cubierta algunos hombres hicieron bolas con el granizo como si de nieve se tratara.
         A partir de aquel momento seguimos nuestro rumbo perseguidos por una borrasca. El 12 de octubre, a primera hora de la mañana, avistamos el faro del cabo de Otway. Trabajando de firme en la sala de maquinas y con todo el velamen desplegado, a punto estuvimos de llegar a la embocadura de Port Phillip a mediodía, pero la marea estaba cambiando, y nos fue imposible pasar. Llegamos al puerto de Melbourne aquella misma noche, en medio de una profunda oscuridad y con fuerte viento.
         A Scott le aguardaba un telegrama:

Madeira. Me dirijo al sur.
AMUNDSEN.”


Apsley Cherry-Garrard. El peor viaje del mundo. Ediciones B.