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jueves, 12 de abril de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






VAGABUNDO


"Cuando yo era muy joven y tenía dentro esa ansia de estar en otro sitio, las personas mayores me aseguraban que al hacerme mayor se me curaría este prurito. Cuando los años me calificaron de mayor, el remedio prescrito fue la edad madura. En la edad madura se me aseguró que con unos años más se aliviaría mi fiebre y ahora que tengo cincuenta y ocho tal vez la senilidad realice la tarea. No ha habido ningún remedio eficaz. Cuatro ásperos pitidos de la sirena de un barco aún me erizan el pelo de la nuca y ponen mis pies en movimiento. El sonido de un reactor, un motor calentándose, hasta el toc-toc de unos cascos herrados en el pavimento producen el viejo estremecimiento, la boca seca y la mirada perdida, las palmas ardientes y una agitación del estomago bajo la caja torácica. En otras palabras, no mejoro; en otras palabras más, el que ha sido vagabundo alguna vez, lo será siempre. Me temo que se trata de una cosa incurable. Expongo esto no para instruir a otros sino para informarme yo mismo.
Cuando el virus del desasosiego empieza a tomar posesión de un hombre rebelde, y el camino que lleva lejos de aquí parece ancho y recto y agradable, la víctima debe hallar en primer lugar en sí misma una razón buena y suficiente para irse. Esto al vagabundo efectivo no le es difícil. Tiene incorporado un huerto de razones donde elegir. Luego debe planear su viaje en el tiempo y en el espacio, elegir una dirección y un destino. Y debe por último realizar el viaje. Cómo ir, qué llevar, cuánto tiempo estar. Esta parte del proceso es invariable e inmortal. La explico sólo para que los recién llegados al vagabundeo no crean, como adolescentes con un pecado recién urdido, que lo inventaron ellos.
Después de trazar el plan, disponer el equipo e iniciar un viaje, interviene y se hace cargo un factor. Cada viaje, safari, o explotación, es una propiedad, temperamento, individualidad, carácter único. Un viaje es una persona en sí; no hay dos iguales. Y los planes, las salvaguardas, el control y la coerción son todos infructuosos. Descubrimos tras años de lucha que no hacemos un viaje: es el viaje el que nos hace a nosotros. Guías, programas, reservas, cosas obligadas e inevitables, naufragan y se hunden ante la personalidad del viaje. Sólo cuando admite esto puede el vagabundo de pura cepa relajarse y asumirlo. Sólo entonces se disipan las frustraciones. En esto un viaje es como el matrimonio. La forma segura de equivocarse es pensar que lo controlas. Me siento mejor ahora, después de haber dicho esto, aunque sólo los que lo han experimentado lo entenderán."

John Steinbeck. 
Viajes con Charley. 
Ediciones Península.

I