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sábado, 28 de abril de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






EL TRABAJO


“Los españoles no conciben que se trabaje para después descansar. Prefieren hacerlo a la inversa, lo cual, después de todo, me parece más sensato. Un obrero que ha ganado unos cuantos reales deja el trabajo, se echa al hombro su chaquetilla bordada, coge la guitarra y se va a bailar o cortejar a las mozas, sus amigas, hasta que no le queda un cuarto; entonces vuelve a comenzar. Con tres o cuatro perrillas diarias, un andaluz puede vivir espléndidamente; con esta cantidad comprará un pan blanco, una raja enorme de sandía y un vasito de aguardiente; su alojamiento no le costará más que el trabajo de extender la capa en el suelo bajo un pórtico o un arco de puente. En general, a los españoles el trabajo les parece cosa humillante e indigna de un hombre libre, idea muy natural y muy razonable, en mi opinión, puesto que Dios, queriendo castigar al hombre por su desobediencia, no supo infligirle mayor suplicio que el ganar el pan con el sudor de su frente. Placeres conquistados como los nuestros, a fuerza de trabajo, de fatigas, de tensión de espíritu y de ansiedad, les parecerían muy caros. Como los pueblos sencillos y mas cerca de la Naturaleza, tienen una rectitud de juicio que les hace despreciar las satisfacciones con condición. Para quien llegue de París o de Londres, esos dos torbellinos de actividad devoradora, de existencia febril y sobreexcitada, es un espectáculo original la vida que se hace en Granada, vida toda tranquilidad y ocio, ocupada con la conversación, la visita, el paseo, la música y el baile. Sorprende ver la tranquilidad feliz de aquellos rostros, la dignidad serena de aquellas fisonomías. Nadie tiene el aire atareado que se observa en los transeúntes de las calles de París. Todos van a gusto, eligiendo el lado de la sombra, deteniéndose para hablar con sus amigos y sin demostrar prisa alguna por llegar. La certeza de no poder ganar dinero apacigua toda ambición: los jóvenes no tienen porvenir en ninguna carrera. Los más aventureros se van a Manila, a La Habana o se alistan en el ejército; pero, por ese estado lamentable de la Hacienda, pasan a veces años enteros sin oír hablar de sueldo. Convencidos de inutilidad de sus esfuerzos, no tratan de alcanzar fortunas imposibles, y pasan el tiempo en una ociosidad encantadora, que favorece la belleza del país y el ardor del clima.
         No me he dado apenas cuenta de la seriedad de los españoles; no hay nada más engañador que las reputaciones que se hacen a los individuos y a los pueblos. Por el contrario, los he encontrado sencillos y de una bondad extrema; España es el verdadero país de la igualdad, si no en palabras, por lo menos en hechos. El último mendigo enciende su papelito en el puro del gran señor, quien le deja hacer sin la menor afectación de condescendencia; la marquesa pasa sonriendo por encima del cuerpo andrajos de los vagabundos que duermen atravesados en el umbral de su puerta, y cuando va de viaje no hace ningún asco de beber en el mismo vaso que el mayoral, el zagal y el escopetero que la conducen. Los extranjeros se acomodan difícilmente a esta familiaridad; los ingleses sobre todo, que se hacen servir en bandejas las cartas, que cogen con tenacillas. Uno de estos estimables insulares, que iba de Sevilla a Jerez, envió a su calesero a que comiera en la cocina. El hombre, que, en el fondo de su alma, pensaba hacer un gran honor a un hereje sentándose a su mesa, no hizo la menor observación, y disimuló su enojo con tanto cuidado como un traidor de melodrama; pero en medio del camino, a tres o cuatro leguas de Jerez, en un desierto temeroso, lleno de barrancos y malezas, nuestro hombre hizo apearse al inglés y le grito, fustigando al caballo: “Milord, usted no me ha creído digno de sentarme a su mesa; yo, don José Balbino Bustamante y Orozco, le juzgo a usted mala compañía para ir sentado en esta banqueta. Buenas tardes.”
         A los criados y demás servidores se les trata con una dulzura familiar, muy diferente a nuestra cortesía afectada, que, a cada palabra, parece recordarles la inferioridad de su posición. Un ejemplo probará nuestro aserto: Habíamos ido de excursión a la casa de campo de la señora X***. Por la noche se quiso bailar; pero había muchas más mujeres que hombres. La señora X*** llamó al jardinero y a otro criado, los cuales bailaron durante toda la velada, sin azoramiento, sin falsa vergüenza, sin servilismo, como si en realidad formasen parte de la sociedad. Invitaron, una por una, a las muchachas más bonitas y más linajudas, que aceptaron su demanda con toda la amabilidad posible. Nuestros demócratas están aún muy lejos de esta igualdad práctica, y nuestros republicanos más hoscos se rebelarían ante la idea de figurar en un rigodón enfrente de un labriego o de un lacayo.”

Theophile Gautier. Viaje por España. Editorial Calpe.

jueves, 26 de abril de 2012

ALLÁ EN LAS INDIAS







LENGUA, ALMAS Y CANÍBALES


Ítem: Diréis a sus altezas que a causa que acá no ay lengua por medio de la cual a esta gente se pueda dar a entender nuestra santa fe, como sus altezas desean e aun los que acá estamos, comoquier que se trabajará cuanto pudieren, se embía de presente con estos navíos así de los caníbales, ombres e mujeres e niños e niñas, los cuales sus altezas pueden mandar poner en poder de personas con quien puedan mejor aprender la lengua, exercitándoles en cosas de ser vicio e poco a poco mandando poner en ellos algún más cuidado que en otros esclavos, para que deprendan unos apartados de otros, que no se fablen ni se vean sino muy tarde, que más perfectamente deprenderán allá que no acá e serán mucho mejores intérpretes, comoquier que acá no se dexará de fazer lo que se pueda. Es verdad que como esta gente platican poco los de la una isla con los de la otra, en las lenguas ay alguna diferencia entre ellos, según como están más cercano o más lexos. Y porque entre las otras islas las de los caníbales son mucho grandes e harto bien pobladas, parecerá acá que tomar de  ellos e de ellas e embiarlos allá en Castilla no sería sino bien, porque quitarse ían una vez de aquella inhumana costumbre que tienen de comer ombres, e allá en Castilla, entendiendo la lengua, muy más presto recibirán el bautismo e farán el provecho de sus ánimas. E aun entre estos pueblos que no son destas costumbres se ganaría gran crédito por nosotros, viendo que  aquellos prendiésemos e cautivásemos de quien ellos suelen recibir daños e tienen tamaño miedo que del nombre sólo se espantan.
Certificando a sus altezas que la venida e vista desta flota acá en esta tierra, así junta e fermosa, ha dado muy grande autoridad a esto e muy grande seguridad para las cosas venideras, para que toda esta gente desta grande isla e de las otras, viendo el buen tratamiento que a los buenos se fará e el castigo que a los malos se dará, verná a obediencia prestamente para poderlos mandar como vasallos de sus altezas. Comoquier que ellos agora, donde quier que ombres se falle, no sólo fazen de grado lo que ombre quier que fagan, mas ellos de su voluntad se ponen a todo lo que entienden que nos puede plazer. E también pueden ser ciertos sus altezas que no menos allá, entre los cristianos príncipes aver dado gran reputación la venida desta armada po  muchos respetos, así presentes como venideros, los cuales sus altezas podrán mejor pensar e entender que no sabría dezir.
Ítem: Diréis a sus altezas que el provecho de las almas de los dichos caníbales  e aun destos de acá ha traído en pensamiento que  cuantos más allá se llevasen sería mejor, e en ello sus altezas podrían ser servidos de esta manera: que, visto cuánto son acá menester los ganados e bestias de trabajo para el sostenimiento de la gente que acá ha de estar e bien de todas estas islas. Sus altezas podrán dar licencia e permiso a un número de caravelas suficiente que vengan acá cada año e trayan de los dichos ganados e otros mantenimientos e cosas de poblar el campo e aprovechar la tierra, y esto en precios razonables a sus costas de los que les truxieren, las cuales cosas se les podrían  pagar en esclavos destos caníbales, gente tan fiera e dispuesta e bien proporcionada e de muy buen entendimiento, los cuales, quitados de aquella inhumanidad creemos que serán mejores que otros ningunos esclavos, la cual luego perderán que sean fuera de su tierra. Y de estos podrán aver muchos con las fustas de remos que  acá se entienden de fazer, fecho empero presupuesto que cada una de las caravelas que viniesen de sus altezas pusiesen una persona fiable, la cual defendiese las dichas caravelas que no descendiesen a ninguna parte ni isla salvo aquí, donde ha de estar la carga e descarga de toda la mercaduría. E aun destos esclavos que se llevaren, sus altezas podrían aver sus derechos allá. Y desto traeréis o embiaréis respuesta, porque acá se fagan los aparejos que son menester con más confianza, si a sus altezas pareciere bien.


Cristobal Colón. Segundo viaje.

miércoles, 25 de abril de 2012

OBITER DICTUM







“Hay una parte de la burguesía, que desea mitigar los males sociales, para de este modo, garantizar la perduración del sociedad burguesa.
         Pertenecen a ésta los economistas, los filántropos y los humanitarios que pretenden mejorar la situación de la clase obrera. Las organizaciones caritativas y de beneficencia, las sociedades protectoras de animales, las de la lucha contra el alcoholismo, y todo tipo de reformadores y predicadores de tercera. Este socialismo burgués, incluso ha llegado a elaborar sistemas sociales completos y totales.
         Por ejemplo: “La Filosofía de la Miseria” de Proudhon.
         Los burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna, pero sin las luchas y los peligros que necesariamente encierra. Su ideal es la sociedad existente, depurada de los elementos que la corroen y revolucionan: una sociedad burguesa con burguesía, pero sin el proletariado.”

Karl Marx & Friedrich Engels.

lunes, 23 de abril de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






EN LA CALLE VELÁZQUEZ


         “La casa de Velázquez, 85, hoy 97 moderno, esquina a Diego de León, fue quizá las más bonita de todas las siete u ocho que tuve en Madrid, de soltero o de casado, hasta que levanté el vuelo de la capital para no volver más que de visita. La casa tenía una estructura un poco desequilibrada pero graciosa; por el lado que da a Diego de León se ven dos pisos y el bajo, claro, y por la parte de Velázquez se alzan dos o tres pisos más, me parece que dos. En la esquina había un jardincito minúsculo, pero en el que quedaba sitio para que pudieran crecer una par de árboles y una enredadera; en una esquina y casi tapado por la yerba languidecía un triciclo al que ningún niño tocó jamás, al lado de una tinaja rota por la mitad en la que una gata parió siete gatitos. A mi no me dejaron llevarme ninguno para casa y los pobres tuvieron una mala muerte porque una criada los puso en la vía del tranvía y el 32, Velázquez-Sol-Fuentecilla, les aplastó el cráneo o los partió por la mitad; la criada estaba muy colorada y muerta de risa, hay gente muy bestia con la que no se debería tener ni piedad ni caridad, la mayoría de la gente mayor es muy bestia y desconsiderada. Ahora aquel jardín ha desaparecido, lo absorbió el Banco de Bilbao que es el actual inquilino de la plata baja; encima está la galería de la que fue nuestra casa, con sus mecedoras, sus helechos y sus cortinas de indiana. A la casa se entraba por Velázquez y creo recordar que no había ascensor, por lo menos para nuestro piso, que era el principal izquierda, la verdad es que tampoco era alto y se subía bien. El edificio era –sigue siendo—de ladrillo rojo y, ya digo, muy armonioso y elegante. Mi cuarto era exterior, era el último de Diego de León y en el cristal de la ventana había un graven, o sea unas lajas de cristal movibles, que duró hasta hace poco, duró lo menos sesentas años y aguantó la guerra civil; lo mandó instalar mi padre para que yo tuviera aire puro porque por entonces ya empezaba a andar medio escorado de las vías respiratorias, ese banco de pruebas de la paciencia que me acompañó con tan enojosa tenacidad hasta bien entrada la madurez. Mis padres, como me cansaba mucho y no se me quitaba la tos, me llevaron a un médico muy bueno, don Jacobo Elicegaray o Elizagaray, que era médico de la Real Casa; vivía en la calle de Velázquez, creo recordar que entre Ayala y Hermosilla, quizá en Hermosilla y Goya, en nuestra misma acera, la de los nones, y lucía una solemne y respetable barba blanca. Don Jacobo era de Santiago, o estuvo trabajando en Santiago, y había sido médico y amigo de mi abuelo John. Don Jacobo era muy cariñoso conmigo y me auscultaba dándole aliento al fonendoscopio para que no estuviese demasiado frío; después me recetaba Siroline Roche para la tos, Tricalcine para los huesos y los pulmones, bronquios, etc., y emulsión Scott y aceite de hígado de bacalao, el negro, que era más fuerte y sabía a arenques prensados, y el claro, que era medio untuoso y repugnante. En una de estas ocasiones don Jacobo mandó que me hicieran una radiografía de tórax y mis padres me llevaron a un radiólogo que me parece que estaba por la calle de Mejía Lequerica, no recuerdo bien; a los dos días mi madre fue a recoger la radiografía, los iniciados le llamaba placa, y al llegar a casa la miró al trasluz y se echó a llorar desconsoladamente. Cuando mi padre vino a la hora de cenar, se la encontró hecha un mar de lágrimas.
            --¿Qué te pasa?
            --¡Tú verás! Fui a recoger la radiografía de Camilo José y tiene un agujero enorme en un pulmón.
            Me padre miró la radiografía y también se alarmó.
            --Bueno, mujer, no anticipemos acontecimientos; ya veremos lo que nos dice don Jacobo, lo bueno de estas cosas es cogerlas a tiempo y el niño no puede estar mejor cuidado.
            Cuando fueron a llevarle la radiografía, don Jacobo, que los vio tan mustios y cariacontecidos, se dirigió a mi madre y le preguntó:
            --¿Qué te sucede, Camila?
            Don Jacobo tuteaba a mi madre y no le cobraba las consultas a mi padre; ellos correspondían tratándole de usted y con mucho respeto y regalándole un capón y dos botellas de champán por Navidad.
            --Nada don Jacobo, aquí le traemos la radiografía del niño.
            Don Jacobo la miro apoyándola en una pantalla de cristal esmerilado y no dijo nada alarmante.
            --Al chiquillo darle mucho de comer y que tome esos potingues que voy a recetarle; no tiene nada de importancia y la tos se le quitará pronto, ya veréis. Traédmelo por aquí antes de iros de veraneo.
            Mi madre y no pudo y sin mayores rodeos preguntó lo que le preocupaba.
            --Oiga, don Jacobo, ese agujero que tiene ahí, ¿no es un poco grande?
            Don Jacobo sonrió casi con dulzura.
            --No, Camila, ese agujero que tiene ahí tu hijo es de su tamaño, ni mayor ni menor; ese agujero que tiene ahí tu hijo es el corazón, puedes marcharte tranquila.”


Camilo José Cela. Memorias, entendimientos y voluntades. Plaza & Janés.

sábado, 21 de abril de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





POR SAN SEBASTIAN


“Mes y medio llevo aquí, y la verdad es que no me divierto, y lo que es peor, gasto mucho para no divertirme. También es verdad, aunque parezca una contradicción, que no lo paso mal...
Siempre la Concha y siempre el Bulevar aburren. Y del Gran Casino puede decirse lo mismo; no subiendo a sus salones reservados del piso alto, de los que siempre se sale de prisa y corriendo, y jurando no volver, se cansa cualquiera escuchando música, que los más no entendemos.
Y lo peor es el clima. A fines de julio tuvimos unos días dignos de Sevilla, por la fuerza del calor. Llovió de una manera torrencial durante tres o cuatro días seguidos, y después, durante otros varios no se podía salir a las doce del día sin gabán. Llueve con extraordinaria frecuencia, y esto es un grave daño para una estación veraniega que quiere ser la primera del mundo. La humedad es siempre penetrante, y por tanto perjudicial para los asmáticos y quienes padezcan ciertas afecciones.
Si el vicio es síntoma o indicio de civilización, como pretenden algunos escritores fundándose en los ejemplos de Grecia y Roma, San Sebastián está muy civilizado. A parte del juego, en el que Dios me libre de volverme a meter, hay otras pruebas. En todas partes nos codeamos con un número infinito de jóvenes, muy elegantes que llevan en sus toilettes escrito su oficio, poco moral. Ya no son solo francesas como antes: hoy pululan más españolas que francesas, que las imitan, con rara perfección, y hasta las superan en el arte de la seducción y del engaño.
Y Cines por todas partes en los que se exhiben películas nada morales, preparando a la niñez para juventudes licenciosas y criminales. Y como si esto fuera poco la moda, este año, completa la obra desmoralizadora con las sayas cortas. ¡Y tan cortas! Hay a quienes no llega a las rodillas. Y más cortas las llevan las señoritas ricas, conocidas, de buenas familias y elegantes que las demimondaines a quienes antes me refiero, de suerte que es imposible distinguir unas de otras. ¡Y hasta las casadas! Ya cuando una joven vista las galas de mujer no se dirá que se viste de largo sino de corto, y a lo más se podrá señalar este antes tan grato día para las familias valiéndose de la gráfica expresión madrileña: Fulanita lleva hoy por vez primera el moño alto.
Y aquella famosa canción:

Te digo Juana
que tengo gana
de verte la punta del pie...

nunca se hubiera cantado si las costumbres de entonces hubieran sido las de hoy, porque hoy aquí la mayor parte de las mujeres lucen no solo la punta del pie, sino el pie entero y la pierna, y Dios sabe, si la moda sigue imperando, qué se enseñará el año que viene.
Las carreras de caballos se celebran a bastante distancia de San Sebastián y esto, y la dificultad de comunicaciones, hacen que solo asistan a ellas los ricos y los verdaderamente aficionados, en su mayoría extranjeros.
En los teatros funcionan buenas compañías, que se renuevan con frecuencia, pero como los precios son altos, se ven aquellos bastantes desanimados, y los empresarios, para no perder, se ven obligados a dar dos y tres funciones diarias.
En medio de este cuadro, San Sebastián brilla siempre, y atraerá siempre cada vez más forasteros, por su cultura y por la labor admirable de su Municipio, sea cualquiera el partido que mande, que ha hecho de esta Ciudad el modelo perfecto del pueblo moderno. Todos los años hay una nueva obra que es la admiración de propios y extraños. Y este año propios y extraños quedan extasiados ante el paseo sobre el mar que rodea al Monte Urgull, cuyo segundo trozo inauguró la Reina Madre, a presencia  de los Reyes, el día de Santiago. Es una verdadera comiza tallada en la roca, obra suprema de la ingeniería, ante cuyo trabajo queda suspenso el ánimo más resuelto. Esta obra no es obra de hombres, sino de titanes. No puede comparársele ni el célebre paseo de los Ingleses de Niza, ni la Comiza de Génova. Solo tiene rival en esta misma provincia la carretera de Zarauz a Guetaria, otra obra digna de ser contemplada por cuantos aman la lucha del hombre con los obstáculos de la naturaleza. Cuando el nuevo paseo esté concluido se proyecta nombrarle Paseo Marítimo María Cristina.
San Sebastián, que tantas pruebas de respeto y cariño tiene dadas a la Reina Madre, no necesita darle esta nueva para que la Augusta Señora esté cierta del agradecimiento que se le tiene por los favores que de ella ha recibido. Se me ocurrió a mí que dicho paseo podía ser consagrado al recuerdo del primer viaje de circunnavegación al mundo, en el que tanta gloria recibió Guipúzcoa por haber sido guipuzcoano Elcano, quien condujo la expedición a su término, por muerte de Magallanes, y así lo propuse. Mi propuesta ha sido rechazada unánimemente en todas partes. Debe dársele el nombre de la Reina Madre, no por el amor que se sienta hacia ella, sino porque dándosele su nombre, lo mismo que se le ha dado el nombre de los Reyes a teatros, hoteles, frontones, etcétera, la concurrencia de viajeros será mayor en años sucesivos. Aquí se vitorea mucho a los Reyes y se les alaga, pero en el fondo es todo egoísmo y adulación. Todos vitorean a los Reyes, pero vivas a España solo he escuchado los que yo mismo he dado. Dígalo el anterior Gobernador Civil Sr. Barón de la Torre, quien tuvo conocimiento hace unos cinco años, de haberla emprendido yo a puñetazos con los que rodeaban un día en que embarcaba el Rey la escalinata del Club Cantábrico por haberse burlado de mí al gritar viva España. Si este año no me sucedió igual fue porque me puse más cerca del Club y respondió a mi viva a la Nación la colonia madrileña en él congregada.”


Genaro Cavestany, Memorias de un viejo. Imprenta Sempere.

martes, 17 de abril de 2012

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






Apoyada en mi hombro
eres mi ala derecha.
Como si desplegaras
tus suaves plumas negras,
tus palabras a un cielo
blanquísimo me elevan.

Exaltación. Silencio.
Sentado estoy a mi mesa,
sangrándome la espalda,
doliéndome tu ausencia.

Manuel Altolaguirre.

domingo, 15 de abril de 2012

OBITER DICTUM





“No contesta nunca, la que siempre contestaba. Intento creer que mejor que esté muerta. Consuela pensar que ahora que está muerta ya no es judía y no podrán hacerle más maldades ni asustarla. En su cementerio, ya no es una judía con los ojos a la defensiva, carnalmente denegadores de culpabilidad, una judía con la boca entreabierta por una oscura estupefacción heredada de miedo y espera. Los ojos de los judíos vivos siempre tienen miedo. Es nuestra especialidad de la casa, la desdicha. Ya saben ustedes, en los restaurantes de lujo tienen la tarta de la casa. Lo nuestro es la desdicha de la casa, especialidad de la casa, al por mayor y al por menor. Otro consuelo es que no me verá morir.”

Albert Cohen. 

jueves, 12 de abril de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






VAGABUNDO


"Cuando yo era muy joven y tenía dentro esa ansia de estar en otro sitio, las personas mayores me aseguraban que al hacerme mayor se me curaría este prurito. Cuando los años me calificaron de mayor, el remedio prescrito fue la edad madura. En la edad madura se me aseguró que con unos años más se aliviaría mi fiebre y ahora que tengo cincuenta y ocho tal vez la senilidad realice la tarea. No ha habido ningún remedio eficaz. Cuatro ásperos pitidos de la sirena de un barco aún me erizan el pelo de la nuca y ponen mis pies en movimiento. El sonido de un reactor, un motor calentándose, hasta el toc-toc de unos cascos herrados en el pavimento producen el viejo estremecimiento, la boca seca y la mirada perdida, las palmas ardientes y una agitación del estomago bajo la caja torácica. En otras palabras, no mejoro; en otras palabras más, el que ha sido vagabundo alguna vez, lo será siempre. Me temo que se trata de una cosa incurable. Expongo esto no para instruir a otros sino para informarme yo mismo.
Cuando el virus del desasosiego empieza a tomar posesión de un hombre rebelde, y el camino que lleva lejos de aquí parece ancho y recto y agradable, la víctima debe hallar en primer lugar en sí misma una razón buena y suficiente para irse. Esto al vagabundo efectivo no le es difícil. Tiene incorporado un huerto de razones donde elegir. Luego debe planear su viaje en el tiempo y en el espacio, elegir una dirección y un destino. Y debe por último realizar el viaje. Cómo ir, qué llevar, cuánto tiempo estar. Esta parte del proceso es invariable e inmortal. La explico sólo para que los recién llegados al vagabundeo no crean, como adolescentes con un pecado recién urdido, que lo inventaron ellos.
Después de trazar el plan, disponer el equipo e iniciar un viaje, interviene y se hace cargo un factor. Cada viaje, safari, o explotación, es una propiedad, temperamento, individualidad, carácter único. Un viaje es una persona en sí; no hay dos iguales. Y los planes, las salvaguardas, el control y la coerción son todos infructuosos. Descubrimos tras años de lucha que no hacemos un viaje: es el viaje el que nos hace a nosotros. Guías, programas, reservas, cosas obligadas e inevitables, naufragan y se hunden ante la personalidad del viaje. Sólo cuando admite esto puede el vagabundo de pura cepa relajarse y asumirlo. Sólo entonces se disipan las frustraciones. En esto un viaje es como el matrimonio. La forma segura de equivocarse es pensar que lo controlas. Me siento mejor ahora, después de haber dicho esto, aunque sólo los que lo han experimentado lo entenderán."

John Steinbeck. 
Viajes con Charley. 
Ediciones Península.

I

lunes, 9 de abril de 2012

OBITER DICTUM





En Nueva York, en los años cuarenta, cuando era muy amigo de Juan Negrín, hijo del que fuera presidente de Gobierno de la República, y de su esposa, la actriz Rosita Díaz, entre los tres tuvimos la idea de poner un bar que se llamaría «El Cañonazo» y que sería escandalosamente caro, el más caro del mundo. En él no se encontrarían más que bebidas exquisitas, increíblemente refinadas, llegadas de las cinco partes del mundo.
Sería un bar íntimo, muy confortable, de un gusto sublime, por supuesto, con una decena de mesas a lo sumo. En la puerta, para justificar el nombre, habría una vieja bombarda, provista de mecha y pólvora negra, que se dispararía a cualquier hora del día o de la noche, cada vez que un cliente hubiera gastado mil dólares.
Este proyecto, atractivo pero poco democrático, no llegó a ser puesto en práctica. Ahí queda la idea. Resulta interesante imaginar al modesto empleado de la casa de al lado que se despierta a las cuatro de la madrugada al oír el cañonazo y le dice a su mujer: «¡Otro sinvergüenza que se ha gastado mil dólares!»


Luis Buñuel.



sábado, 7 de abril de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





EL MORO, EL PERRO, EL COCHE, EL NOVIO Y EL TRANVÍA

Habíamos salido de Tánger, en automóvil camino de Tetuán. Era una de esas mañanas mogrebinas, luminosas y azules en las que, como observaron exactamente los españoles que viven en Marruecos, «hace frío y, sin embargo, pica el sol». Poco antes de llegar a las quebraduras trágicas del Fondak, divisamos un pastor moro sentado al borde de la ruta. El perro que lo acompañaba, al vernos, salió al comedio del camino y empezó a ladrar. El motorista, presintiendo una desgracia, oprimió la bocina y la voz del metal despertó los ecos del valle. Pero el temerario animal no se apartaba y el coche lo mató. Un movimiento de compasión nos obligó a echar pie a tierra. Únicamente el moro no se movió; tranquilamente, desde el sitio en que se hallaba, miraba el cadáver. ¿Sentía lo ocurrido?... Probablemente no. De todos modos era inútil preguntárselo, y reanudamos el viaje. Momentos después volvimos la cabeza para mirar al extraño dúo que formaban en la serenidad infinita del campo el cadáver del perro, en medio del camino, y el moro sentado; los dos quietos, a cuál más. ¡Oh! ¿Quién sabrá nunca lo que sucede en el alma de un moro?..,.

No hace mucho tiempo, en una calle céntrica de Madrid, dos novios se despedían: «Ella» subió a un tranvía; «El» quedose embelesado contemplándola, olvidado del lugar en que estaba, sin acordarse tampoco de que, para mirarla tenía toda la vida...; y de pronto otro tranvía, que avanzaba en sentido opuesto, le tiró contra el suelo, despedazándole bajo sus ruedas. Estas cabriolas del Azar —la Muerte gusta de patinar sobre los idilios— las sentimos bien las gentes de Europa, tan fáciles a cegar de dolor como de alegría. Los moros no; un moro se habría despedido de su mujer y no hubiera vuelto la cabeza.


Eduardo Zamacois. De Córdoba a Alcazarquivir.
Casa Editorial Maucci

miércoles, 4 de abril de 2012

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



EL ARTE DE LA INTERPRETACION: MEYERHOLD



Lo detuvieron al cabo de unos días. El expediente Meyerhold contiene esta carta que escribió a Mólotov en la cárcel:

Los investigadores empezaron a emplear la fuerza conmigo, un enfermo de sesenta y cinco años. Me tendieron boca abajo y me golpearon en la planta de los pies y en la espalda con una correa de goma […] Unos días después, cuando tenía las piernas plagadas de hemorragias internas, volvieron a golpearme con la correa encima de las moraduras, y el dolor era tan fuerte como si he hubieran derramado agua hirviendo en las zonas sensibilizadas. Aullaba y lloraba de dolor […] no podía dejar de llorar. Con la cara contra el suelo averigüé que podía sacudirme, retorcerme y gemir como un perro cuando el amo lo castiga […] Cuando caía en el jergón y me dormía, después de un interrogatorio de dieciocho horas, para sufrir otro a continuación tras una hora de sueño, me despertaban mis propios quejidos, y porque sufría convulsiones, como enfermo de tifus en las últimas etapas de la enfermedad.

Cuando es eso lo que nos despierta, sabemos que nos han politizado el sueño. El interrogador, añadía, le orinaba en la boca. Meyerhold escribió esta carta el 13 de enero de 1940, después de confesar todo lo que quisieron que confesase (que espiaba para los británicos y para los japoneses, entre otras cosas). Stalin necesitaba confesiones; siguió de cerca el desarrollo de algunos interrogatorios (que duraban meses e incluso años) y no dormía tranquilo hasta que obtenía una. Así pues, también su sueño estaba politizado.
        Unos días después de la detención de Meyerhold, su mujer la joven actriz Zinaida Raij, apareció muerta en su casa. Le habían asestado diecisiete cuchilladas. Los vecinos habían oído los gritos: pensaron que estaba ensayando.
        […]
        Meyerhold fue fusilado el 2 de febrero de 1940.



Martin Amis. Koba el Temible. Anagrama

lunes, 2 de abril de 2012

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA




LETZTER ABEND


(AUS DEM BESITZE FRAU NONNAS)

Und Nacht und fernes Fahren; denn der Train
des ganzen Heeres zog am Park vorüber.
Er aber hob den Blick vom Clavecín
Und spielte noch und sah zu ihr hinüber

Beinah wie man in einen Spiegle schaut:
So sehr erfüllt von seinen jungen Züngen
Und wissend, wie sie seien Trauuer trügen
Schön und verführender bei jedem Lautl.
 
Doch plötzlich wars, als ob sich das verwische;
Sie stand wie mühsam in der Fensternische
Und hielt des Herzens drángendes Geklopf,

Sein Spiel gab nach. Von draußen wehte Frische.
Und seltsam fremd stand auf dem Spiegeltische
Der schwarze Tschako mit dem Totenkopf.



Rainer María Rilke.