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domingo, 31 de julio de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE

 




LOS ANFITRIONES Y LA FAROLA


«No muy lejos de donde estaba el enemigo había un maravilloso monasterio con grandes establos. Nuestros hombres, Loen y yo fuimos allí a recogernos. No obstante, al anochecer el enemigo se encontraba tan cerca de nosotros que de haber querido hubiera podido romper las ventanas a tiros. Los monjes eran muy amables. Nos dieron de comer y de beber tanto como quisimos, y estuvimos realmente a gusto. Los caballos fueron desensillados y pudieron descansar por fin de los ochenta kilos de peso que habían soportado a sus espaldas durante tres días y tres noches. En otras palabras que nos acomodamos como si estuviésemos de maniobras y aquel monasterio fuera la casa de un amigo. Tres días más tarde, dicho sea de paso, tuvimos que colgar de una farola a algunos de nuestros anfitriones: no habían sido capaces de resistirse al deseo de tomar parte en la guerra. Pero a decir verdad, aquella noche fueron realmente amables. Luego no desvestimos, nos metimos en camisón en la cama, pusimos un centinela y dejamos que Dios velara nuestro sueño.»


Manfred von Richthofen.

El barón rojo.

Almena Ediciones.