RATAS
“Es evidente que algunos de estos locales
albergan muchas, y en los restantes pueden contarse por cientos.
En el de Eslava puede que hoy, mejorado
el pavimento de los sótanos donde están los cuartos de los artistas, las hayan
extinguido o aminorado; antes de hacer las obras de albañilería se daba el caso
que cito al comenzar.
El conserje siempre se proveía de perros
ratoneros que andaban listos para darles caza.
Pasajes cómicos hubo innumerables, pues a
veces, habiendo visitas en los cuartos, se presentaba una rata panzuda, y
desvergonzada, sin miramiento alguno, decidida a aumentar el número de
concurrentes, sobresaltando a las señoras, que, dando chillidos se subían sobre
los muebles.
¡Un sin número de levitas, pantalones y
otras prendas de los cómicos han inutilizado esos roedores!
En mi equipaje conservo patentes muestras
de lo que aquí severo.
Entre otras cosas necesarias me royeron
unos botitos de charol; las rabilargas se dieron un banquete empezando por los elásticos,
de postre consumieron los tirantes, y a falta de entremeses picaron en los chanclos.
También en esos templos de Talia las hay con
el articulo los; mas estos causan mayor desesperación, pues los ratas se
llevan las prendas enteras y … ¡también los relojes!
El año 84, en el coliseo del Pasadizo de
San Ginés, el bajo cómico José Escriu tenia a las mamíferas de su cuarto
completamente familiarizadas; no le temían; al comer, los días festivos, entre
funciones de tardes y noches, lo verificaba rodeado de cuatro ó seis de ellas,
con las que compartía su alimento sirviéndoselo con sus manos. ¡Tal era el
agasajo con que el actor las mimaba!
--¡Si vieran ustedes --nos decía-hay una rabícortona, que
está monísima comiéndose las miguitas de pan mojadas en café con
leche!... Otra es rubita; a poder, me la llevaría a casa, ¡es tan dócil!
no lo hago pues temo que se me escape.
--¿Y... que tamaño tiene esa hijita de
Albión?
--¡Una maravilla! es tan grande como una
gata de Angora; ¡claro, la alimento bien!
¡Sin comentarios! no los hacíamos ¿para
qué? A Escriu le augurábamos que acabaría sus días en una ratonera.
¡Tanto abundan estos animalitos en los
fosos de los escenarios que, repetidas veces se han presentado algunos
ejemplares sobre las tablas, a la vista del público.
Recuerdo que, en el teatro Principal de
Valencia, al salir los soldados chilenos de: «Los sobrinos», y ya parados en
fila, pasó por delante de ella una enorme rata que los de las camisas colgando
mataron con los fusiles a culatazos; el
comandante del pelotón con la punta del sable arrastró el cadáver hasta entre
bastidores á fin de quitarlo de la vista de los concurrentes.
Al presentarse el general, (el bufo don
José Rochel), y en el momento en que se entera que ninguno de aquellos guerreros
sabe escribir, les amonestó en vez de con «valientes sinvergüenzas», con: «valientes
mata-ratas».
Los de la sala aplaudieron la ocurrencia.
Uno de los teatros donde se crían más
abundantemente es en el Principal de Zaragoza.
Tanto lo ponderaban que, a curiosidad
mía, me recomendó el portero del coliseo esperase en la portería cinco minutos
luego de terminados los ensayos, y, asomándome al tablado podría convencerme no
eran exageraciones lo que yo había oído
referir.
Hice lo que me indicó. Transcurrido el
tiempo prescripto me acerqué con sigilo, miré y.... ¡vaya un espectáculo! ¡yo
no sé si afirmar que allí podría contárselas por miles! ¡saltaban! ¡mordíanse recíprocamente! ¡formaban
remolinos vertiginosos como si se presentaran en película cinematográfica! ¡qué
chillidos daban disputándose los residuos de la comida de los actores que
habían almorzado entre cajas!
--¿Por qué no tienen ustedes gatos?-le
pregunté al portero.
--¡A pares se los hemos soltado! y, sabe usted lo que hacen con ellos? se los meriendan… tocando a poco…
pues la mayoría de ellas se quedan sin probar bocado!
Refiriendo yo en el café Inglés, de Madrid,
haber visto aquel aquelarre ratonero, me dieron
noticia más sorprendente; no dicha en chunga, no, sino con formalidad y
como suceso ciertísimo.
Los que lo relataron fueron José Cuadrado,
apuntador muchos años en el teatro de Jovellanos,
y don Vicente Salazar, representante de empresas en la capital aragonesa.
Actuando en el ya nombrado coliseo de
Zaragoza, la compañía de zarzuela del señor Salas, estando de primera tiple
Almerinda Soler Di Franco y de consueta Pepe Cuadrado, ocurría que al cantar
dicha artista los números del repertorio: una soberbia rata blanca bajaba por
el bastidor de la embocadura y se paraba junto a la batería en escucha de la diva
Esto había llamado la atención no solo de
los de telón adentro sino también de los de candilejas afuera. Todos respetaban
á la rata blanca.
La tiple no se daba cuenta; llena de
miedo pedía al apuntador: que la avisase; que le señalara donde se ponía».
Cantando la romanza del tercer acto de: Los
diamantes de la corona, Cuadrado le dijo a la Di-Franco: «aquí Almerinda,
mire usted á su derecha».
La interesada poseída de pavor y repulsión, sin abandonar las notas, se hizo atrás y pasó a cantar al lado
contrario.
El del agujero al notar que la blanca
caminaba hacia él la espantó aventándola con la solfa; el bicho, retrocediendo,
se enfiló por donde había bajado; pero al subir a la altura del segundo piso de
palcos se mostró caprichosilla, y, en vez de desaparecer detrás del bambalinón, se
corrió por las molduras del palco proscenio al pasamanos general, y anduvo
toda la herradura de baranda,
ocultándose por el lado contrario.
Las damas ocupantes de las localidades
por donde pasaba la roedora, no hacían
sino echarse para atrás y con semblantes serios respetar aquella genialidad de
la compañera de abono.
¿Saben ustedes por qué?
Por fuerza de preocupación; la blanquita venia
haciendo sus apariciones desde bastante tiempo, y había surgido en Zaragoza una
leyenda popular, creída por muchos:
¡Aquella mamífera filarmónica
indudablemente tenía dentro de ella el espíritu de alguna famosa tiple!”
Vicente García Valero. Memorias de un comediante. A. San
Martín. Editor.