LOS BOGA Y EL CURRULAO
“El currulao es la danza típica que resume al boga y su familia, que revela toda la energía brutal del negro y el zambo de las costas septentrionales de Nueva Granada.
Así, todo el mundo quiso contemplar la escena y, excepto
las señoras, cuyos ojos no eran adecuados para ver esa danza extravagante, saltamos
todos a tierra en dirección
á la plaza de la aldea.
El espectáculo no podía ser mas singular. Había un ancho espacio,
perfectamente limpio, rodeado de barracas,
barbacoas de secar pescado, altos cocoteros y arbustos
diferentes. En el centro había una grande hoguera alimentada con palmas secas, alrededor de la cual se agitaba
la rueda de danzantes, y otra de espectadores, danzantes a su
turno, mucho mas numerosa,
cerraba a ocho metros de distancia
el gran círculo.
Allí se confundían
hombres y mujeres, viejos y muchachos,
y en un punto de esa segunda rueda se encontraba la tremenda orquesta. Difícil, muy difícil sería
la descripción de esas fisonomías toscas y uniformes,
de esas figuras que parecían
sombras o fantasmas de un delirio, cuando se movían, o troncos desnudos de un bosque devorado por las llamas, ennegrecidos y ásperos, si permanecían inmóviles.
La luz rojiza de la hoguera, extendiéndose sobre un fondo oscuro,
aumentaba el romanticismo de la escena, porque el bosque vecino aparecía como una inmensa caverna, y las sombras de los danzantes, músicos y espectadores, así como las de los mástiles y las copas de los cocoteros, se proyectaban en perspectiva de un modo singular.
Ocho parejas bailaban al compás del son ruidoso,
monótono, incesante, de la gaita (pequeña flauta de sonidos muy agudos y con
solo
siete agujeros) y del tamboril, instrumento cónico, semejante a un pan de azúcar, muy estrecho,
que produce un ruido profundo como el eco de un cerro y se toca con las manos a fuerza
de redobles continuos.
La carraca (caña de chonta,
acanalada transversalmente, y cuyo ruido se produce
frotándola a compás con un pequeño hueso delgado); el triángulo de fierro,
que es conocido, y el
chucho o alfandoque (caña cilíndrica y hueca, dentro de la cual se agitan
multitud de pepas que, a los sacudones
del artista, producen
un ruido sordo y
áspero como el del hervor de una cascada), se mezclaban rarísimamente al concierto. Esos instrumentos eran mas bien de lujo, porque el currulao de
raza pura no reconoce
sino la gaita, el tamboril y
la curruspa.
Las ocho parejas, formadas como escuadrón en columna, iban dando la vuelta a la hoguera, cogidos de una mano, hombre y mujer, sin sombrero, llevando cada cual dos velas encendidas en la otra mano, y siguiendo todos el compás con los pies, los brazos y todo el cuerpo,
con movimientos de una voluptuosidad, de una lubricidad
cínica cuya descripción ni quiero ni debo hacer. Y
esas gentes incansables, impasibles en sus fisonomías, indiferentes a todo, bailaban y daban vueltas
y vueltas con la mecánica uniformidad de la rueda de una máquina. Era un círculo eterno, un movimiento sin variación, como la
caída del torrente, como el caliente remolino de fuego o de arena que
se fija en un punto, en medio de un bosque incendiado
o en la mitad de una playa azotada por el huracán. La incansable
tenacidad de los danzantes
correspondía a la de los músicos; y a pesar de emociones
tan ardientes al parecer,
ni un grito, ni un acento lírico, ni una sola palabra pronunciada en alto interrumpía el silencio extraño de la escena.
Es tal la resistencia habitual o el tesón con que esa gente se entrega
al "currulao" que algunas veces duran hasta dos horas tocando o bailando,
sin descansar un minuto.
Aquella danza es una singular
paradoja: es la inmovilidad en el movimiento. El entusiasmo falta, y en vez de toda poesía,
de todo arte, de
toda emoción dulce, profunda,
nueva, sorprendente, no se
ve en toda la escena sino el instinto
maquinal de la carne, el poder del hábito dominando la materia, pero jamás el corazón ni el alma de aquellos salvajes de la civilización. Ninguno de ellos goza bailando, porque la danza es una ocupación
necesaria como cualquiera otra. De ahí la extraña monotonía del espectáculo.
Aunque ninguno se rinde, de tiempo en tiempo un hombre o una mujer sale
del circulo de espectadores, le quita las velas a uno de los danzantes, le
reemplaza sin ceremonia, y el que deja el puesto va a colocarse en la gran
rueda, impasible como un tronco, sin revelar cansancio, ni placer, ni pena, ni celos,
ni amor, ni emoción alguna. El cambio se hace como si al reedificar un muro se
quitase una piedra para poner otra en su lugar. La vida para esas gentes no es
ni un trabajo espiritual, ni una peregrinación social, ni siquiera una cadena
de deleites y dolores físicos: es simplemente una vegetación, una manera de ser
puramente mecánica.
Nacido bajo un sol abrasador, en un terreno
húmedo, inmenso y solitario,
y contando con una naturaleza exuberante
que lo da todo con profusión
y de balde, y que, exagerando el desarrollo
físico de los órganos, debilita sus funciones y degrada su parte moral,
--el
boga, descendiente de África,
e hijo del cruzamiento de razas envilecidas por la tiranía,
no tiene casi de la humanidad
sino la forma exterior y las necesidades y fuerzas
primitivas. Si el indio puro de las altiplanicies andinas es, a pesar de su
ignorancia, dulce y humilde, y la astucia constituye su fuerza moral; si el llanero de las pampas granadinas,
criado en las soledades
y en
medio de los peligros, pero rodeado de un horizonte infinito, es no obstante
su barbarie un ser eminentemente heroico, poético en sus instintos, galante, cantor, espiritualmente fanfarrón, crédulo y generoso,
--el boga del bajo Magdalena no es mas que un bruto que habla un malísimo
lenguaje, siempre impúdico, carnal,
insolente, ladrón y cobarde.
La raza parda, pero cultivadora o comerciante, que habita las vegas vecinas a Ocaña o las ciudades
de Mompos, Barranquilla, Cartagena y Santa Marta, se ha civilizado con el trabajo social y la vida comunicativa, y será no muy tarde una población vigorosa
y de excelentes cualidades. Pero la familia del boga, que vive de pescado, en el sopor, la inercia y la corrupción, no podrá regenerarse sino después de muchos años de un trabajo
civilizador, ejercido
por la agricultura y el comercio invadiendo todas las selvas y las soledades
del bajo Magdalena. La civilización
no reinará en esas comarcas sino el día que haya desaparecido el currulao, que es la horrible
síntesis de la barbarie actual.”
José María
Samper. Viajes de un colombiano… Imp
de E. Thunot.