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domingo, 27 de abril de 2014
viernes, 25 de abril de 2014
Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA
THE ALIEN
A petal drifted loose
From a great magnolia bloom,
Your face hung in the gloom,
Floating, white and close.
We seemed alone: but another
Bent o'er you with lips of flame,
Unknown, without a name,
Hated, and yet my brother.
Your one short moan of pain
Was an exorcising spell:
The devil flew back to hell;
We were alone again.
Aldous Huxley
miércoles, 23 de abril de 2014
martes, 22 de abril de 2014
OBITER DICTUM
«—¿Y Marlene? —le
pregunté.
—Aún no está decidida.
Los directivos de la UFA son tan necios que todavía no creen en el éxito de mi
película y tampoco en el de ella; ni siquiera se han aprovechado de la opción
que tenían en favor de la Dietrich.
Le conté a Von
Sternberg que ya me había sucedido algo parecido con Greta Garbo. Cuando en
1925 fui a ver en Berlín la película Bajo
la máscara del placer con Asta Nielsen, Werner Krauss y Greta Garbo, quedé
tan fascinada por esta mujer, que llevé al cine a Fanck y a Sokal para que la
vieran. Estaba entusiasmada con su exquisita belleza y convencida de que
llegaría a ser famosa en todo el mundo, pero ni Fanck ni Sokal le vieron nada
especial. »
Leni Riefenstahl.
lunes, 21 de abril de 2014
OTRA BALSA EN EL AQUERONTE
EN UN TREN NOCTURNO
“…Había conseguido escapar del Instituto Geográfico Militar
donde trabajaba, que se hallaba casi en la frontera con Austria. En Venecia había
encontrado refugio en casa de un viejo sastre, una especie de Gepeto, el señor
Calzavara, que me había ofrecido un cuartito en el desván.
En
aquel tiempo, sobre todo para alguien que venía de las montañas donde yo trabajaba,
existía una verdadera fiebre por los jerséis con ciervos corriendo unos tras otros
(una moda que ha vuelto en estos años, porque veo muchas camisetas llenas de
dibujos). El problema era que yo no tenía ni una lira. Algún dinerillo ahorrado
sí, porque algo nos daban en el Instituto Geográfico Militar. Pero se me
ocurrió una idea genial: deshice todos los jerséis que me había dado mi madre.
Entonces había unas camisetas interiores que estaban hechas con lo que se
llamaba “lana marquiana” y que picaban cuando te las ponías; al cabo de dos o tres
días empezaban a perder la rigidez, pero recién puestas eran como una piel de cabra.
Como decía, las deshice todas, y enrollé la lana en ovillos. Y no sé cómo, me
enteré de que en Bassano del Grappa había hilanderías donde quizá me harían un
jersey con ciervos.
Una
cosa de locos. ¡Sólo a los diecinueve años se pueden tener ideas semejantes,
con los riesgos de entonces, los alemanes, los fascistas, vamos, un verdadero
infierno! En resumidas cuentas, que un buen día me fui para allá con mis
ovillos.
En
Mestre, al atardecer, casi anochecido ya, tomé un tren que iban en dirección a
Bassano del Grappa. Como había peligro de que se produjeran ataques aéreos, los
trenes viajaban con las luces apagadas. Recuerdo aquel tren lleno hasta los
topes de gente, toda apretujada, donde no se veía ni jota. En determinado
momento sentí una presencia femenina, una mujer que hablaba, tal con unos
amigos, tal vez iban al campo en busca de comida, no sé. El hecho es que pasado
un rato, pese a la falta de espacio, yo que he sido siempre un fumador
empedernido encontré el modo de encender un cigarrillo. Y al hacerlo, como es
natural, iluminé mi rostro; pero, un tanto cegado por esta luz, no vi a quién
tenía enfrente de mí. Y aquella mujer se acercó, nos rozamos y luego nos dimos
un beso.
Fue
algo de una emoción fulgurante. ¡Tan misterioso!
Yo no
puede ver quién era, ni si era joven o vieja. No lo sé, no llegué a verla. Porque
recuerdo que en la primera estación, todavía a oscuras, aquel grupo de personas
bajó y… Y nunca he sabido a quién besé. Que era una mujer, seguro. Pero si era
guapa o fea, no lo sé. En cualquier caso, aquel beso fue muy hermoso. Dio a
aquel viaje absurdo un sentido casi romántico.
A pesar de los años que han pasado, aquel momento
sigue aquí; la verdad es que es uno de los recuerdos más intensos de mi vida.
La memoria es extraña, ¿eh?”
Marcello
Mastroianni. Sí, ya me acuerdo…
Ediciones B.
domingo, 20 de abril de 2014
sábado, 19 de abril de 2014
OBITER DICTUM
“Ayer al acostarme a medianoche,
salí del primer momento de sueño con la impresión de que la hélice estaba
callada y que el Polynésien se había detenido. A continuación hubo un tumulto
de gritos, de aullidos; una voz de mujer pedía socorro, una carrera desenfrenada
a través de la confusión y por los corredores. Admiro mi sangre fría: estaba
convencido de que se había producido un gran accidente; pero para apretar el
botón de encendido hay que levantarse. No lo hice. Informes suministrados esta
mañana aseguran que un joven canaco del Polynésien había entrado trepando en el
camarote de dos muchachas, que viajaban en segunda, para hacerles cosquillas.
Le han perseguido por todo el barco y finalmente le han encontrado acurrucado
entre los sumideros de la cocina. Le han cargado de cadenas con todas las
formas prescritas; pero creo que harán la vista gorda acerca de su desatino.”
Marcel
Schwob. Viaje a Samoa. Ediciones Folio.
viernes, 18 de abril de 2014
miércoles, 16 de abril de 2014
OTRA BALSA EN EL AQUERONTE
EN SIRIA
“Siria no es un país unificado ya sea en
razas, religiones o costumbres, y sus habitantes, muchos de ellos enfrentados
entre sí, sólo tienen un punto de cohesión que son las manifestaciones.
La
agitación popular proporciona un entretenimiento que no puede compararse con
nada de lo que conllevan los días festivos. Implica un tumulto temporal al
abrigo del cual se pueden realizar muchas cosas. Los universitarios, olfateando
la bronca, toman partido indiscriminadamente. Después de todo, tienen que
divertirse mientras aún son jóvenes. Las mujeres, escudándose en su sexo, disfrutan
con la conmoción. Hay muchas cosas atractivas para la mente femenina que se
pueden llevar a cabo cuando la atención de sus hombres está desviada. En cuanto
a los hombres, cualquier ocasión es buena para distraerlos de sus labores
diarias y les viene bien ejercitar sus órganos vocales.
--¡Abajo
el mandato! –gritan los estudiantes, y la policía desaparece discretamente.
Ansiosamente, observan a los manifestantes desde una cierta distancia. Después
de todo, resultaría entretenido unirse a la diversión, pero deben tener
cuidado. La multitud mantenía un cierto orden y unos cuantos gritos honrados no
hacían daño a nadie. Además, sería embarazoso tener que arrestar a un primo o a
un cuñado. Es molesto porque en casa las mujeres no acaban de entender el funcionamiento
del gobierno y los vecinos tienden aponerse despectivos.
Cuando
entré en Damasco me encontré con una escena similar. Más gente se unía a los
manifestantes. Rápidamente se cerraron las tiendas y los tenderos se
apresuraron a unirse a la manifestación. La multitud frente a las oficinas
gubernamentales era considerable.
--¿Por qué se manifiestan? –le pregunté a
un hombre que aullaba como un chacal.
Me miró inexpresivamente, se encogió de
hombros y siguió chillando más fuerte. Me volví a otro manifestante, intentando
enterarme.
--Oh –dijo en respuesta a mi pregunta--,
han arrestado a un nabi y es una cuestión religiosa.
--No era un nabi –interrumpió el chacal,
haciendo una pausa en sus aullidos--. Se dice que el Alto Comisionado ha
rechazado injustamente una petición de los sacerdotes alauitas.
--Nada de eso –protestó su vecino con
vehemencia--, esta manifestación es para demostrar a las autoridades nuestro
desagrado por la nueva escala de impuestos.
--Abajo los tiranos! –chillaban los
estudiantes, y su demostración se cargaba con más veneno cuando pensaban en sus
profesores dispuestos a atormentar a los jóvenes de la nación con innecesarias
ecuaciones de variadas incógnitas.
Todo ello bajo una temperatura de 40
grados a la sombra. Al cabo de un rato, se produjo una conmoción entre los que
se hallaban más cerca del edificio y pronto corrió la voz de que la
manifestación carecía de sentido. Todo había sido un error. No habían arrestado
a un nabi, los sacerdotes no se habían ofendido y todo lo que ocurría es que
habían detenido a un ladrón muy buscado en las montañas.
Con tristeza, la multitud comenzó a
dispersarse. Los estudiantes abatidos pensaron en los problemas que les
quedaban por resolver; los hombres regresaron lenta y desconsoladamente a sus
trabajos; las tiendas abrieron de nuevo y las mujeres bajaron decorosamente sus
párpados.
En las dependencias del gobierno, las
máquinas de escribir volvieron a teclear y Damasco retornó a su soñolienta y
pacífica canción de cuna oriental.”
Sirdar Ikbal Ali
Shah. Solo en las noches de
Arabia. Editorial Sufi.
lunes, 14 de abril de 2014
viernes, 11 de abril de 2014
OBITER DICTUM
“Se dice que los animales sienten como nosotros, se empieza a decir que
hablan. Todavía no se ha dicho que se suiciden. Rectifico. Se lo he oído decir
a Valle-Inclán, el cual no podía satisfacer la pasión que sentía como
D´annunzio, por los galgos, no tuvo más que uno, un galgo cordobés que le
regale yo y se quemó el rabo en la estufa junto a la que Valle-Inclán pasaba el
invierno. Como galgo sin rabo no se concibe, desapareció. Valle-Inclán me dijo
muy serio que, desesperado por sentirse rabón, había subido al tejado de la
casa y se había tirado de cabeza. La humanidad que siendo rabona ¿hará lo mismo
que el perro de Valle-Inclán?”
Corpus Barga
miércoles, 9 de abril de 2014
martes, 8 de abril de 2014
Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA
FEAR
Fear passes from man to man
Unknowing,
As one leaf passes its shudder
To another.
All at once the whole tree is trembling
and there is no sign of the wind.
Charles Simic
lunes, 7 de abril de 2014
sábado, 5 de abril de 2014
OTRA BALSA EN EL AQUERONTE
DURBAR I
“A eso de las dos comienza la
marcha: según las reglas de la etiqueta, el más elevado en rango debe llegar el
último, y por consiguiente avanzan en primer término los feudatarios del rajá
británico, siguiendo los príncipes soberanos en razón inversa a su importancia.
Desde el pórtico veo perfectamente el desfile, que es la parte más notable de
la ceremonia; cada sowari penetra a su vez en la gran avenida; las tropas
inglesas presentan las armas; resuena el estampido de los cañones; el elefante
real se arrodilla a la puerta del Chamiana, y el maestro de ceremonias da la
mano al rajá para conducirle a su trono.
Los
cortejos se suceden sin interrupción con una magnificencia ascendente, desde el
del principillo Bundela de Alipoura hasta el del alto y poderosos señor de
Gwalior. Por último se sientan todos, los reyes indos a la derecha del trono,
con sus nobles y ministros detrás; y a la izquierda los gobernadores generales
y oficiales ingleses, cuyos brillantes uniformes parecen pobres y ridículos
frente al lujo asiático.
Pasados
algunos momentos, los tchoubdars, vestidos de rojo, y empuñando sus largos
bastones dorados, anuncian la llegada del virrey; se levanta la asamblea; sir
John Lawrence, de gran uniforme y descubierta la cabeza, atraviesa lentamente
la sala y franquea las gradas del trono, mientras resuenan las salvas de
artillería, mezclándose con los dulces acordes del himno real: «Dios salve a la
Reina.»
A
una señal vuelven a sentarse todos, y el secretario del Estado proclama la
apertura del Durbar, comenzando acto continuo la larga ceremonia del Nuzzur. Cada
rajá, seguido de su dewan y del primer thakur de sus Estados, avanza hacia el
trono, e inclinándose ligeramente ante el virrey, le presenta una moneda de
oro, que éste no hace más que tocar; la moneda representa una cantidad bastante
considerable, que varía según el rango del rajá, y que debe ser entregada a las
autoridades inglesas después del Durbar.
Mientras
se efectúa esta ceremonia, que no dura menos de una hora, pasamos rápidamente
revista a los príncipes que asisten al Durbar.
El
primero, a la derecha del trono, es Scindia, Maha-Rajá de Gwalior, representa
en el Durbar a esos terribles maharatas que durante un siglo recorrieron la
India a sangre y fuego y derribaron el imperio mogol, preparando con sus actos
vandálicos la conquista británica: su único rival en poderío y altivez es el
rey maharata de Baroda, que ya conocen mis lectores: Scindia viste con cierta
sencillez; lleva un ropaje de brocado, sin más adorno que algunos diamantes en
el pecho, y cubre su cabeza un turbante de alas levantadas, que le comunica
cierta remota semejanza con el aspecto de Enrique VIII; la expresión de
semblante es feroz, y siempre tiene las cejas fruncidas.
A
la izquierda del virrey no hay más que un rajá, que es nuestro amigo Ram Sing,
Maha-Rajá de Jeypore; cubre su cabeza un turbante de pedrerías, y viste el
manto de la Estrella de la India. Así él, como el Maha-Rajá de Judpore,
sentados junto a Scindia, son los representantes de la raza solar,
descendientes del dios Rana; no son inferiores en nobleza sino al Rana de
Udeypur. Estos dos rajputs se consideran como iguales en rango, y para zanjar
la grave cuestión de precedencia, está Jeypore a la izquierda, y Judpore a la
derecha.
Después
de los personajes que acabamos de citar, se presenta la reina Begaum de Bhopal,
la soberana mahometana más importante del Rajastán; es una mujer de unos
cincuenta años, de tipo enérgico y varonil, como lo es también su traje; lleva
pantalón ceñido de paño de oro, y una chaquetilla de seda, engalanada con
varias condecoraciones. Entre los nobles que están sentados detrás de ella, se
observa a la reina viuda Quodsia Begaum, y a una anciana señora con traje
indio, a quien el maestro de ceremonias llama Isabel de Borbón…
Cerca
de ellas se ve al Maha-Rao Rajá de Kotah, y al rajá de Kishengurh, ambos
rajputs, que visten el antiguo ropaje de muselina estampada.
El Maha-Rao de Kerowly, el
joven rajá jata de Bhurtpore, y el Maha-Rao de Ulwur, constituyen un grupo
resplandeciente de joyas. Sheodan Sing viste una larga túnica de terciopelo
negro, sobre la cual resalta un río de diamantes; junto a él está sentado el
antiguo bandolero pindari, el Nawab de Tonk, que sólo lleva una hopalanda de
seda, sin el menor adorno; más lejos se halla el rajá de Dholepore, venerable
anciano de largas patillas teñidas de rojo, que ha venido al Durbar como a una
batalla, todo cubierto de hierro; y sigue después una larga línea de príncipes,
bundelas y rajputs, luciendo todos los trajes de lo más pintorescos. Después de
estos príncipes, que son todos soberanos, se hallan los seis Mirzas, individuos
de la ex familia imperial de Delhi; estos descendientes da Akber, vestidos con
la mayor riqueza, y adornados con la toca de los príncipes de sangre, llenan
humildemente a doblar la rodilla ante el virrey inglés, de quien son los
súbditos. Los últimos que se presentan son feudatarios directos de la corona
inglesa, zeminndars, rajás y yaghirdars, algunos de los cuales, así como el
rajá de Burdwan, poseen provincias enteras y rentas enormes.”
Louis Rousselet. Viaje a la India de los Rajas. Anjana Ediciones.
viernes, 4 de abril de 2014
jueves, 3 de abril de 2014
OTRA BALSA EN EL AQUERONTE
AL ENTRAR EN RÍO DE JANEIRO
“Muy de madrugada, todos los pasajeros, llevando prismáticos y
máquinas fotográficas, aguardan con impaciencia, agolpados a la borda; ninguno
de ellos quiere dejar de ver la célebre entrada a Río de Janeiro, por más veces
que la haya admirado. Pero todavía no se ve sino el brillo del mar, azul y
metálico, como desde hace muchos días: monotonía sedante y que cansa. Y, sin
embargo, sentimos que nos aproximamos a la costa; respiramos la tierra cercana
antes de verla, pues el aire se torna de repente húmedo y suave, acariciándonos
la boca y las manos, y un perfume misterioso llega hasta nosotros
imperceptiblemente; perfume preparado en el fondo de la inmensa selva con el
hálito de las plantas y la humedad de los cálices, esas indescriptibles
exhalaciones de las regiones tropicales, cálidas, bochornosas y en
fermentación, que nos embriagan y nos cansan de un modo delicioso.
Ahora, por fin, una silueta a lo lejos: en lontananza una cadena de
montañas perfilase vagamente, como unas nubes, sobre el cielo límpido y, en la
medida que el vapor se va aproximando, los contornos resaltan más nítidos: es
la serie de montañas que con los brazos abiertos protege la bahía de Guanabara,
una de las más grandes del mundo. Esta bahía, con sus muchos recodos y
promontorios, es tan ancha y tan ensenada que todas las embarcaciones de todas
las naciones cabrían en ella, una junto a otra, y en el interior de esta
gigantesca concha abierta, hállanse diseminadas, cual perlas, numerosísimas islas,
cada una de las cuales es de forma y de color distintos. Unas emergen grises y
uniformes del mar de color amatista; vistas de lejos, semejan unas ballenas por
la desnudez y la tersura de sus lomos. Otras son de forma oblonga, pedregosas y
cubiertas de tubérculos como la piel de cocodrilo; otras: están pobladas, otras
convertidas en fortalezas; y otras parecidas a unos jardines flotantes con
palmeras y vergeles; y mientras admiramos con curiosidad, a través de unos
prismáticos, la insospechada multiplicidad de sus formas, cobran plasticidad
las montañas del fondo, cada una de ellas, también, de figura particular. Allí
están los montes: uno, sin árboles; otro, cubierto de una envoltura de verdes
palmeras; otro, peñascoso; y otro, ceñido con un resplandeciente cinturón de
casas y jardines, como si la naturaleza, escultora atrevida, hubiera tratado de
colocar, una al lado de otra, todas las formas existentes en este mundo, y por
eso la fantasía popular dio nombres de este mundo a las figuras pétreas y montañosas
--la Viuda, el Corcovado, el Perro, los Dedos de Dios--, llamando Pan de Azúcar
a la más sobresaliente de ellas, la que se eleva frente a la ciudad con
repentino empinamiento, cual la estatua de la Libertad a la entrada de Nueva
York, como símbolo antiquísimo e inamovible de la ciudad. Mas a todos esos
monolitos y montes les domina el Corcovado, el jefe de la tribu de gigantes,
que alza sobre Río de Janeiro una cruz gigantesca (que de noche se ilumina con
luz eléctrica) para la bendición, como un sacerdote alza la Custodia sobre un
grupo de gente arrodillada.
Ahora, finalmente, luego de haber atravesado el laberinto de islas,
divisamos la ciudad. Pero no la divisamos de una vez. Este panorama de
edificios no se puede abrazar de una ojeada como los de Nápoles, de Argel o de
Marsella, que se ofrecen en forma de anfiteatro abierto con gradas de piedra:
Río de Janeiro se abre como un abanico, una imagen después de otra, un sector
después de otro, una perspectiva después de otra, y esto es lo que da su carácter
dramático a la entrada, tan abundante en sorpresas. Cada una de las ensenadas
pobladas, cuya suma forma la playa, se halla aislada por cadenas de montañas,
que son como las varillas del abanico que separan las imágenes a la par que las
reúnen. Surge, por fin, la playa, de hermosa curvatura. ¡ Qué aspecto más
encantador! Un paseo costanero, ancho, siempre cubierto de espuma de olas, con
casas y chalets y jardines, y ahora ya se distinguen bien el hotel de gran lujo
y los chalets, rodeados de parques y trepando por las colinas. Pero nos hemos
equivocado; aquello no es más que la playa de Copacabana, una de las más
hermosas del mundo, y Copacabana es un arrabal nuevo de Río de Janeiro, y no la
ciudad propiamente dicha. Aun hay que doblar el Pan de Azúcar, que quita la
vista: sólo entonces vemos la ciudad dentro de la bahía, esa ciudad blanca y
compacta, mirando al mar y fundiéndose indistintamente en las alturas vestidas
de verde. Vemos los jardines, recién plantados junto al mar, y el aeródromo,
que se acaban de ganar al océano: no tardaremos en desembarcar y satisfacer
nuestra impaciencia. ¡ Otra vez estamos equivocados! Ésta es la bahía de
Botafogo y de Flamengo; tenemos que seguir adelante, abriendo otro pliegue de
este abanico divino, reluciente con todos los colores imaginables, al pasar por
delante de la isla de la Marina y aquella otra, pequeña, con el palacio de
estilo ojival, donde el emperador Pedro ofreció, sin sospechar nada, su último
sarao, dos días antes de su destronamiento. Sólo ahora nos saludan los
rascacielos, que forman una compacta mole vertical; sólo ahora se echan de ver
los diques, y el vapor puede atracar al desembarcadero, y estamos en la América
del Sur, en el Brasil, en la ciudad más hermosa del mundo.”
Stefan Zweig. Brasil, país de futuro. Espasa Calpe.
miércoles, 2 de abril de 2014
martes, 1 de abril de 2014
ALLÁ EN LAS INDIAS
AMAUTAS Y HARÁUECES
«No les faltó habilidad a los
amautas, que eran los filósofos, para componer comedias y tragedias, que en
días y fiestas solemnes representaban delante de sus Reyes y de los señores que
asistían en la corte. Los representantes no eran viles, sino Incas y gente
noble, hijos de curacas y los mismos curacas y capitanes, hasta maeses de
campo, porque los autos de las tragedias se representaban al propio, cuyos
argumentos siempre eran de hechos militares, de triunfos y victorias, de las
hazañas y grandezas de los Reyes pasados y de otros heroicos varones. Los
argumentos de las comedias eran de agricultura, de hacienda, de cosas caseras y familiares. Los
representantes, luego que se acababa la comedia, se sentaban en sus lugares
conforme a su calidad y oficios. No hacían entremeses deshonestos, viles y
bajos: todo era de cosas graves y honestas, con sentencias y donaires
permitidos en tal lugar. A los que se aventajaban en la gracia del representar les daban joyas y favores de
mucha estima.
De la poesía alcanzaron otra poca,
porque supieron hacer versos cortos y largos, con medida de sílabas: en ellos ponían
sus cantares amorosos con tonadas diferentes, como se ha dicho. También componían
en verso las hazañas de sus Reyes y de otros famosos Incas y curacas principales,
y los enseñaban a sus descendientes por tradición, para que se acordasen de los
buenos hechos de sus pasados y los imitasen. Los versos eran pocos, porque la
memoria los guardase; empero muy compendiosos, como cifras. No usaron de
consonante en los versos; todos eran
sueltos. Por la mayor parte semejaban a la natural compostura española
que llaman redondillas. Una canción amorosa compuesta en cuatro versos me
ofrece la memoria; por ellos se verá el artificio de la compostura y la
significación abreviada, compendiosa, de lo que en su rusticidad querían decir.
Los versos amorosos hacían cortos,
porque fuesen más fáciles de tañer en la
flauta. Holgara poner también la tonada en puntos de canto de órgano, para que
se viera lo uno y lo otro, mas la impertinencia me excusa del trabajo.
La canción es la que se sigue y su
traducción en castellano:
Caylla llapi Al cántico
Puñunqui quiere decir Dormirás
Chaupituta Media noche
Samúsac Yo
vendré
Y más propiamente dijera: veniré, sin
el pronombre yo, haciendo tres silabas del verbo, como las hace el indio, que
no nombra la persona, sino que la incluye en el verbo, por la medida del verso.
Otras muchas maneras de versos alcanzaron los Incas poetas, a los cuales
llamaban haráuec, que en propia significación quiere decir inventador.»
Inca Garcilaso de la Vega.
Comentarios Reales.
lunes, 31 de marzo de 2014
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