«El ruso, en particular el ucraniano, es muy alegre y hospitalario. Un poco como los orientales, siempre está dispuesto a festejar algo. Guardo un recuerdo agradable de algunas recepciones en casa de aquellas gentes muy entusiastas, donde unos y otros olvidaban completamente las rivalidades de la guerra. Me acuerdo también de las muchachas que se reían a carcajadas siendo así que tenían buenos motivos para odiarnos. No podían compararse con las melindrosas parisienses que no deben su atractivo, por lo general, más que a la importancia del esmero y de la grasa denominada producto de belleza que suelen emplear.»
Rudolp Höss.