MOSCAS
DE ASTRACÁN
«Sin esa pastelería no
hubiera podido trabajar: el café es el material más importante para escribir.
Sin embargo, las moscas sobran. Y, empero, allí estaban, por la mañana, a
mediodía, por la tarde. Las moscas, no los peces, constituyen el noventa y ocho
por ciento de la fauna de Astracán. Son completamente inútiles, no son una
mercancía, nadie vive de ellas, ellas viven de todos. Espesos enjambres negros
se posan sobre alimentos, azúcar, cristales de ventanas, platos de porcelana,
restos, arbustos y árboles, charcos de heces y montones de basura, e incluso
sobre pelados manteles de mesa donde ningún ojo humano es capaz de ver nada
comestible. Las moscas pueden sorber las moléculas de las sopas derramadas, de
los restos de materia seca hace ya mucho tiempo, como si fueran cucharas. Sobre
las blusas blancas que la mayoría de la gente viste aquí, se posan miles de
moscas, seguras y ensimismadas, y no echan a volar cuando su anfitrión se
mueve, están sentadas sobre sus hombros durante dos horas; las moscas de
Astracán carecen de nervios, exhiben una tranquilidad propia de grandes
mamíferos, como la de los gatos, y de sus enemigos del mundo de los insectos,
las arañas… Esto me admira, y lamento que estos últimos animales, inteligentes
y humanos, no vengan en bandadas a Astracán, donde podrían convertirse en
miembros útiles de la sociedad humana. Es verdad que, en mi habitación, viven
ocho arañas de cruz, animales sosegados, astutos, plácidas compañeras de las
noches en vela. De día duermen en sus habitáculos. Al atardecer, ocupan sus
puestos, dos de ellas, las más destacadas y peligrosas, en las inmediaciones de
la lámpara. Se quedan mirando, larga, pacientemente, a las moscas
desprevenidas, trepan con sus finas patas del grosor deun cabello por redes
surgidas de la nada y de su saliva que reparan sin quitar el ojo, ponen cerco a
su presa dando rodeos cada vez más amplios, se agarran hábilmente de cualquier
granito de arena que sobresalga del muro, trabajan dura e inteligentemente,
¡pero qué exigua es la recompensa! En la habitación zumban miles de moscas, ¡yo
desearía que acudieran de una vez veinte mil arañas venenosas, un ejército de
arañas! De quedarme en Astracán, las cuidaría y les dedicaría más atención que
al caviar.»
Joseph
Roth.
Viaje
a Rusia.
Editorial
Minúscula.