CESAR, POMPEYO Y CICERÓN
«Uno se consume en delirio y perversidad y no remite nada, sino que cada día se agrava más; hace poco lo expulsó de Italia; ahora por un lado lo persigue y por el otro intenta despojarlo de su provincia. Y ya no rehúsa, antes bien reclama de alguna manera que hasta se le llame lo que es, un tirano.
El otro, aquel que a mí, un día postrado a sus pies, ni siquiera me levantó, que decía no poder hacer nada contra la voluntad de éste, escapado de las manos y la espada de su suegro, prepara la guerra por tierra y por mar, que en él no es injusta, sino patriótica y hasta necesaria, aunque funesta para sus conciudadanos si no vence, calamitosa incluso si vence.
Yo no sólo no antepongo las gestas de estos dos grandísimos generales a las mías, sino ni siquiera la propia fortuna, por más que la suya parezca espléndida y la que a mí me abruma extraordinariamente espinosa. Pues, ¿quién puede ser feliz cuando la patria ha sido abandonada o bien asediada por él? Y si, como tú me señalas, llevaba razón en aquellos libros míos al decir que nada es bueno excepto lo honorable, nada malo excepto lo deshonroso, sin duda los más desgraciados son esos dos que siempre pospusieron ambos la salvación y dignidad de la patria a su propio poder y sus conveniencias particulares.»
Cicerón.
Cartas a Ático.
Editorial Gredos.