EL ÚLTIMO WALS DE VICTORIA
Por fin vamos a enterrar a la Reina Victoria. Por fin hoy es
la víspera de este gran acontecimiento que, según dice la Prensa, «formará
época en la historia de los más solemnes funerales”. Escribo en Paddington, momentos
antes de tomar el tren para Windsor, donde pasaré una noche toledana.
El público asalta los trenes. Generalmente se cree que en Windsor
podrá verse la ceremonia sin tanto riesgo como en Londres y sin gastar tanto. El
más infecto ventanuco de Londres cuesta cincuenta duros.
Como hay gentes para todos los gustos, los hay dispuestos a
morir mañana mismo por ver el paso del entierro. Oigo hablar tranquilamente de que
se preparan angarillas para muertos y heridos... Todo el mundo está resuelto a que
le apabullen y aplasten.
Aunque hace un frío inusitado, son muchos los vecinos de Londres
que pasarán la noche a la intemperie de Hyde Park. A las nueve de la mañana no
se podrá dar un paso en el parque más vasto de Europa. Y todo el mundo contento
y orgulloso. La actitud del pueblo, decidido a morir por ver un ataúd, se
presta a una triste psicología, que no debo analizar en el instante de salir
para Windsor. Estamos en el siglo XX. Hay que recordarlo. Estamos en el siglo
XX, y el pueblo inglés, que se juzga a sí mismo el más civilizado del mundo, va
a que le despampanen por ver el nuevo uniforme del Emperador de Alemania,
algunas testas coronadas, una caja mortuoria arrastrada en una cureña de cañón,
y muchos soldados, muchas espadas, muchas bayonetas y muchas grupas de caballos
que contendrán la infantil curiosidad de las masas suicidas.
Luis Bonafoux
Por el mundo arriba.
Sociedad de Ediciones Literarias
y Artísticas.