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miércoles, 28 de abril de 2021

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE







SOBRE CHISMES Y OTRAS BIOLOGÍAS

Mi postura presentaba la incomodidad añadida de que mi despacho y mi laboratorio se encontraban en el edificio de los laboratorios biológicos, la cabeza de puente de la física y la química, que pronto empezó a llenarse de biólogos moleculares generosamente subvencionados. El ambiente se fue volviendo deprimentemente tenso. Watson ni se dignaba darse por enterado de mi presencia cuando nos cruzábamos en el vestíbulo, aunque no hubiera nadie cerca. Yo no sabía qué hacer: si pagarle con la misma moneda, fingiendo no darme cuenta de su existencia (algo imposible) o si humillarme insistiendo en mantener la cortesía sureña (imposible también). Me decidí por saludarle con un gruñido. La actitud de los aliados de Watson oscilaba entre la indiferencia y la gelidez, con la excepción de George Wald, que adoptó una actitud olímpica. Se mostraba amistoso, pero absolutamente pagado de sí mismo y con una condescendencia teatral. En las pocas ocasiones en las que hablamos, no pude evitar la sensación de que Wald, en realidad, se dirigía a un público imaginario, de cientos de espectadores, sentado detrás de mí. De hecho a finales de los sesenta cedió a esta segunda vocación, dedicándose a la oratoria política y moral ante las grandes audiencias. En los momentos álgidos de la agitación estudiantil que afecto a Harvard y a todas las demás universidades, Wald era el orador favorito de las multitudes de estudiantes activistas. Era de esos intelectuales elegantes y poco mundanos que ponen en marcha la revolución y son de los primeros ejecutados por ella. Y en lo referente al futuro de nuestra ciencia, estaba de acuerdo con Watson: sólo existe una biología, declaro en cierta ocasión, y es la biología molecular.

Edward O. Wilson.
El naturalista.
Editorial Debate.