Islas, flotantes islas que
salieron en busca
de los íntimos soles y las
lluvias amantes.
Por años sumergidas se asomaron
al mundo
para oír las canciones de
lejanas tabernas
y el derrumbe sonoro de campanas
fundidas
por los adolescentes
guerrilleros
y ver la extraña luz que anuncia
el maremoto
y las olas que traen restos de
proas náufragas
y lampreas gigantes que antes
aprisionaron
alevosas madréporas.
Pero yo estaba hablando del
rumbo de otras islas,
símbolos vagos de una actividad
poderosa, interior
como el resorte oculto de los
órganos
que aman las abadías y los
Café-Concert.
Y ahora me distrae esta otra
búsqueda
de islas verdaderas con orillas
fragantes
como esas que vieron, Gauguin,
Conrad, Stevenson,
los misioneros locos, los
médicos borrachos,
las mujeres venidas de las
tierras calientes
en los barcos sin sueño,
traídas por el destino, la resaca,
la marea de Dios.
Raúl González Tuñón.