En una calle no lejos
de aquí, a las cuatro de la tarde, un hombre entró en un bar empuñando un arma
y ordenó a todos los clientes y empleados que se pusieran boca abajo; acto
seguido se dedicó a dispararles durante casi una hora. Estaba muy tranquilo: cargaba
el arma, observaba quién seguía con vida, y a los que le parecían sospechosos
de fingirse muertos, les pegaba unos tiros más. A veces disparaba hacia la
calle a través de la puerta acristalada, de manera que también abatió a algunos
peatones. La policía cercó el edificio y al cabo de una hora un tirador
profesional acabó con el homicida. Mató en total a veintidós personas, entre
ellas a los tres empleados del establecimiento. Por la noche, en una entrevista
televisada, la viuda del asesino dijo que su marido «oía voces». Es posible. A
veces el diablo nos susurra al oído. No tenemos que buscarlo muy lejos: está en
nosotros.
Sándor
Márai.