«Al recordarlas ahora, las cosas que vi durante aquel mes en la
llanura véneta fueron un espectáculo excepcional. Nuestra villa estaba cerca de
Padua. Allí vi por primera vez los frescos de Giotto sobre la vida de
Jesucristo en la capilla Arena. Me parecieron la cumbre de toda la pintura
universal. Al igual que otros muchos jóvenes inexpertos, me había parecido una
cuestión de honor el ser irreligioso en la universidad. Como nunca había sido
bautizado, aseguraba no tener con el cristianismo más relación que los
pingüinos de Anatole France. Pero entonces, vista a través de los ojos de
Giotto, la historia de Jesús alcanzó una consistencia que no ha perdido ya
nunca. Desde aquel día me imagino los evangelios a la manera majestuosa y
simple de las figuras de Giotto. »
John
dos Passos.