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viernes, 28 de julio de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




EMIGRANTES




“En Sao Paulo, los domingos podían dedicarse a la etnografía. No ciertamente entre los indios de los suburbios, sobre los cuales me habían prometido el oro y el moro; en los suburbios vivían sirios o italianos, y la curiosidad etnográfica más cercana, que quedaba a unos quince kilómetros, consistía en una aldea primitiva cuya población harapienta traicionaba un cercano origen germánico, con su cabellos rubio y sus ojos azules, en efecto, alrededor de 1820 grupos de alemanes se instalaron en las regiones menos tropicales del país. Aquí, en cierto modo, se perdieron y confundieron con el miserable paisanaje local, pero más al sur, en el Estado de Santa Catarina, las pequeñas ciudades de Joinville y de Blumenau perpetuaban bajo las araucarias el ambiente del siglo pasado; las calles, bordeadas de casas con techos muy inclinados, tenían nombres alemanes y se hablaba solamente esa lengua; en la explanada de las cervecerías, viejecitos con patillas y mostachos fumaban largas pipas con hornillo de porcelana.

Alrededor de Sao Paulo vivían también muchos japoneses. Era difícil abordarlos. Había empresas de inmigración que los reclutaban, que aseguraban su pasaje, su alojamiento temporario a la llegada y su posterior distribución en granjas del interior, que tenían algo de campamentos militares. En ellas se reunían todos los servicios: escuela, talleres, enfermería tiendas y distracciones. Los inmigrantes pasaban largos períodos de reclusión parcialmente voluntaria y sistemáticamente estimulada, reembolsando su deuda a la compañía, en cuyas arcas depositaban sus ganancias. Después de muchos años, ésta se encargaba de reintegrarlos a la tierra de sus antepasados para que pudieran morir allí o, si la malaria había dado cuenta de ellos, de repatriar sus cuerpos. Todo estaba organizado de tal manera para que esa gran aventura se desarrollara sin que ellos experimentaran jamás el sentimiento de haber dejado Japón. Pero no es cierto que las preocupaciones de los empresarios fueran simplemente financieras, económicas o humanitarias. Un examen atento de los mapas revelaba las estratégicas intenciones que habían inspirado la implantación de la s granjas. La enorme dificultad que existía para llegar hasta las oficinas de la Kaigai-Iju-Kumiai o de la Brazil-Takahoka-Kumiai, y más aún a las cadenas casi clandestinas de hoteles, hospitales, fábricas de ladrillos, aserraderos, con los que la inmigración podía bastarse a sí misma, así como también a los centros agrícolas, ocultaba tortuosas intenciones, de las cuales la segregación de los colonos en lugares bien elegidos y las investigaciones arqueológicas (seguidas metódicamente durante los trabajos agrícolas, con el fin de subrayar ciertas analogías entre los vestigios indígenas y los del neolítico japonés) no parecían ser sino los eslabones extremos.”

Claude Lévi-Strauss. 
Tristes Trópicos
Ediciones Paidós Iberica.