No veré más la
magnolia que prometía su rosa para la tumba de mi floridana, el pino de Jerusalén y el cedro del Líbano
consagrados a la memoria de Jerónimo, el laurel de Granada, el plátano de
Grecia, el roble de Armórica, a cuyo pie pinté a Blanca, canté a Cimodocea e
inventé a Veleda. Estos árboles nacieron y crecieron con mis ensoñaciones; eran
sus hamadríades. Pasarán bajo otro dominio: ¿los amará su nuevo amo como los
amaba yo? Los dejará secarse, quizá los tale: nada debo conservar en la tierra.
Diciendo adiós a los bosques de Aulnay es como voy a recordar el adiós que dije
antaño a los bosques de Combourg: todos mis días son adioses.
François-René
de Chateaubriand