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domingo, 30 de julio de 2017

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






                 ERINNERUNG AN FRANKREICH



Du denk mit mir: der Himmel von Paris, die große                                   [Herbstzeitlose...
Wir kauften Herzen bei den Blumenmädchen:
sie waren blau und blühten auf im Wasser.
Es fing zu regnen an in unserer Stube,
und unser Nachbar kam, Monsieur Le Songe, ein                                    [hager Männlein.
Wir spielten Karten, ich verlor die Augensterne;
du liehst dein Haar mir, ich verlors, er schlug uns                                    [nieder.
Er trat zur Tür hinaus, der Regen folgt' ihm.
Wir waren tot und konnten atmen.


                                                                         Paul Celan

viernes, 28 de julio de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




EMIGRANTES




“En Sao Paulo, los domingos podían dedicarse a la etnografía. No ciertamente entre los indios de los suburbios, sobre los cuales me habían prometido el oro y el moro; en los suburbios vivían sirios o italianos, y la curiosidad etnográfica más cercana, que quedaba a unos quince kilómetros, consistía en una aldea primitiva cuya población harapienta traicionaba un cercano origen germánico, con su cabellos rubio y sus ojos azules, en efecto, alrededor de 1820 grupos de alemanes se instalaron en las regiones menos tropicales del país. Aquí, en cierto modo, se perdieron y confundieron con el miserable paisanaje local, pero más al sur, en el Estado de Santa Catarina, las pequeñas ciudades de Joinville y de Blumenau perpetuaban bajo las araucarias el ambiente del siglo pasado; las calles, bordeadas de casas con techos muy inclinados, tenían nombres alemanes y se hablaba solamente esa lengua; en la explanada de las cervecerías, viejecitos con patillas y mostachos fumaban largas pipas con hornillo de porcelana.

Alrededor de Sao Paulo vivían también muchos japoneses. Era difícil abordarlos. Había empresas de inmigración que los reclutaban, que aseguraban su pasaje, su alojamiento temporario a la llegada y su posterior distribución en granjas del interior, que tenían algo de campamentos militares. En ellas se reunían todos los servicios: escuela, talleres, enfermería tiendas y distracciones. Los inmigrantes pasaban largos períodos de reclusión parcialmente voluntaria y sistemáticamente estimulada, reembolsando su deuda a la compañía, en cuyas arcas depositaban sus ganancias. Después de muchos años, ésta se encargaba de reintegrarlos a la tierra de sus antepasados para que pudieran morir allí o, si la malaria había dado cuenta de ellos, de repatriar sus cuerpos. Todo estaba organizado de tal manera para que esa gran aventura se desarrollara sin que ellos experimentaran jamás el sentimiento de haber dejado Japón. Pero no es cierto que las preocupaciones de los empresarios fueran simplemente financieras, económicas o humanitarias. Un examen atento de los mapas revelaba las estratégicas intenciones que habían inspirado la implantación de la s granjas. La enorme dificultad que existía para llegar hasta las oficinas de la Kaigai-Iju-Kumiai o de la Brazil-Takahoka-Kumiai, y más aún a las cadenas casi clandestinas de hoteles, hospitales, fábricas de ladrillos, aserraderos, con los que la inmigración podía bastarse a sí misma, así como también a los centros agrícolas, ocultaba tortuosas intenciones, de las cuales la segregación de los colonos en lugares bien elegidos y las investigaciones arqueológicas (seguidas metódicamente durante los trabajos agrícolas, con el fin de subrayar ciertas analogías entre los vestigios indígenas y los del neolítico japonés) no parecían ser sino los eslabones extremos.”

Claude Lévi-Strauss. 
Tristes Trópicos
Ediciones Paidós Iberica.

martes, 25 de julio de 2017

OBITER DICTUM





1910
15 de abril

        “D`Annunzio, más afectado, refrenado, crispado, más reducido, y también más vivaz que nunca. Los ojos desprovistos de bondad, de ternura; la voz más zalamera que verdaderamente acariciadora; la boca menos golosa que cruel, la frente bastante bella. Nada en el en que el don deje paso al genio. Menos voluntad que cálculo; poca pasión, o de la fría. Suele decepcionar a aquellos a los que su obra engancha (es decir, engaña).”


André Gide

domingo, 23 de julio de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





LEJOS DE BOHEMIA Y BELGRAVIA


Si he logrado insinuar las virtudes más modestas de mi propia familia y de la clase media, espero que habrá quedado claro que éramos tan feos como las verjas y farolas entre las que paseábamos. Quiero decir que nuestra ropa y nuestros muebles estaban aún desprovistos de cualquier toque «artístico», a pesar de un bien documentado interés por el arte. Estábamos aún más lejos de Bohemia que de Belgravia. Cuando mi madre decía que nunca habíamos sido respetables, quería decir que nunca habíamos sido elegantes, aunque tampoco fuéramos desaliñados. Comparados con el esteticismo que desde entonces ha invadido Londres, todos nosotros éramos claramente desaliñados. Y todavía más en mi propia familia, porque mi padre, mi hermano y yo considerábamos normal la apariencia desaliñada. No nos preocupábamos por llevar ropa cuidada. Los estetas se preocupaban por llevar ropa despreocupada. Yo llevaba un abrigo corriente; y no sé si por el roce o la fricción involuntarios se convirtió en un abrigo extraordinario. El bohemio llevaba sombrero de ala lánguida, pero no languidecía con él. Sin embargo, yo sí languidecía bajo un sombrero de copa; un sombrero escandalosamente malo, pero que no pretendía escandalizar al burgués. Yo mismo era, en ese aspecto, totalmente burgués. A veces, aquel sombrero, o algo semejante a su fantasma, todavía aparece como un espectro y sale del cubo de basura, de la casa de empeños o del Museo Británico para aparecer en el garden-party real. Desde luego puede que no sea el mismo. El original era más apropiado para el espantapájaros de un huerto que para un invitado en los jardines del rey. Pero la cuestión es que nosotros no creímos nunca que la moda o las convenciones fuesen algo lo bastante serio como para seguirlas o desafiarlas.

G. K. Chesterton.
Autobiografía.

Acantilado.

miércoles, 19 de julio de 2017

Y ÉL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





ACABA DE PASAR EL QUE VENDRÁ…

Acaba de pasar el que vendrá
proscrito, a sentarse en mi triple desarrollo;
acaba de pasar criminalmente.

Acaba de sentarse más acá,
a un cuerpo de distancia de mi alma,
el que vino en un asno a enflaquecerme;
acaba de sentarse de pie, lívido.

Acaba de darme lo que está acabado,
el calor del fuego y el pronombre inmenso
que el animal crió bajo su cola,

Acaba
de expresarme su duda sobre hipótesis lejanas
que él aleja, aún más, con la mirada.

Acaba de hacer al bien los honores que le tocan
en virtud del infame paquidermo,
por lo soñado en mí y en él matado.

Acaba de ponerme (no hay primera)
su segunda aflixión en plenos lomos
y su tercer sudor en plena lágrima.


Acaba de pasar sin haber venido.


César Vallejo

lunes, 17 de julio de 2017

ALLÁ EN LAS INDIAS






LOS TZITZIMITES


       “Hasta los animales y aves padecen gran necesidad por razón de la sequedad que hay; es gran angustia de ver las aves, unas de ellas traen las alas caídas y arrastrando, de hambre, otras que se van cayendo de su estado, que no pueden andar, y otras abiertas las bocas de sed y hambre; y los animales, señor nuestro, es gran dolor de verlos que andan azcadillando y cayendo de hambre, y andan lamiendo la tierra de hambre, andan las lenguas colgadas y las bocas abiertas carleando de hambre y de sed. Y la gente toda pierde el seso, y se mueren por la falta de agua: todos perecen sin quedar nadie.
       Es también, señor, gran dolor ver toda la haz de la tierra seca, ni puede criar ni producir las yerbas ni los árboles, ni cosa ninguna que pueda servir de mantenimiento; solía como padre y madre criarnos, y darnos leche con los mantenimientos y yerbas y frutos que en ella se criaban, y ahora todo está seco, todo está perdido, no parece sino que los dioses Tlaloques lo llevaron todo consigo, y lo escondieron donde ellos están recogidos, en su casa, que es el paraíso terrenal. ¡Señor nuestro: todas las cosas que nos solíades dar por vuestra largueza, con que vivíamos y nos alegrábamos, y que son vida y alegría de todo el mundo, y que son preciosas como esmeraldas y como zafiros, todas estas cosas se nos han ausentado y se nos han ido! Señor nuestro, dios de los mantenimientos y dador de ellos, humanísimo y piadosísimo, ¿qué es lo que habéis determinado de hacer de nosotros? ¿Habéisnos por ventura desamparado del todo? ¿No se aplacará vuestra ira e indignación? ¿Habéis determinado que se pierdan todos vuestros siervos y vasallos, y que quede desolado y despoblado vuestro pueblo, reino o señorío? ¿Está ya determinado por ventura que esto se haga? ¿Determinóse en el cielo y en el infierno? ¡Oh señor, siquiera concededme esto, que los niños inocentes que aún no saben andar, y los que están aún en las cunas, sean proveídos de las cosas de comer, porque vivan y no perezcan en esta necesidad tan grande! ¿Qué han hecho los pobrecitos para que sean afligidos y muertos de hambre? Ninguna ofensa han hecho, ni saben qué cosa es pecar, ni han ofendido a los dioses del cielo ni a los del infierno; y si nosotros hemos ofendido en muchas cosas, y nuestras ofensas han llegado al cielo y al infierno, y los hedores de nuestros pecados se han dilatado hasta los fines de la tierra, justo es que seamos destruidos y acabados; ni tenemos qué decir, ni con qué nos excusar, ni con qué resistir a lo que está determinado contra nosotros en el cielo y en el infierno. Hágase, perdamos todos, y esto con brevedad por (que) no suframos tan prolija fatiga, que más grave es lo que padecemos que si estuviésemos en el fuego quemándonos. Cierto, es cosa espantable sufrir el hambre, que es así como una culebra que con deseo de comer está tragando la saliva y está carleando, demandando de comer, y está voceando porque le den comida; es cosa espantable ver la agonía que tiene demandando de comer; es esta hambre tan intensa, como un fuego encendido, que está echando de sí chispas o centellas. Hágase, señor, lo que muchos años ha que oímos decir a los viejos y viejas que pasaron, caiga sobre nos el cielo y desciendan los demonios del aire llamados tzitzimites, los cuales han de venir a destruir la tierra con todos los que en ella habitan, y para que siempre sean tinieblas y oscuridad en todo el mundo y en ninguna parte haya habitación de gente.”


Bernardino de Sahagún. 
Historia Universal de las cosas de la Nueva España.

domingo, 16 de julio de 2017

OBITER DICTUM






Fidel no quiso mencionar expresamente a Stalin, pero sugirió con toda claridad, quizás para amedrentarme, y para amedrentar, por mediación mía, a mis amigos cubanos, que la política cultural de la Revolución ingresaba en un período estalinista. Conocía las críticas que esto suscitaría en Europa, precisamente entre los intelectuales que antes habían apoyado con entusiasmo a Cuba, y declaraba de antemano que ellas no alterarían su línea en un ápice. Sabía, por lo demás, que esas críticas ya habían comenzado; ahora optaba por tomar la iniciativa y precipitar él la ruptura. El gran pretexto, como siempre, era la necesidad de sentar las bases de una cultura proletaria.


Jorge Edwards

jueves, 13 de julio de 2017

OBITER DICTUM






«Era una delicia trabajar con él. Algunas veces la escena que se estaba rodando era tan hilarante que él mismo no podía contenerse, y la estropeaba con sus carcajadas. Esto podía muy bien ser a propósito: simplemente quería contarla. Yo no apostaría nada.»

John Huston.

miércoles, 12 de julio de 2017

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE



OTRO ORIENT EXPRESS


El Orient Express, en otro tiempo único por su buen servicio, es ahora único por su falta de él. El expreso indio de Rajdhani sirve curry en su coche restaurante y lo mismo hace el correo pakistaní del Khyber; el Meshed Express sirve kebab de pollo iranio y el tren de Sapporo, en el Japón septentrional, pescado ahumado y arroz glutinoso. En la estación de Rangún venden cajas con comida y los ferrocarriles malayos incluyen siempre un coche restaurante que parece un mee-hoon, y el Amtrak, que yo siempre había pensado que era el peor ferrocarril del mundo, sirve hamburguesas en el James Whitcomb Riley (Washington-Chicago). La muerte por inanición nada tiene que hacer en los viajes y, desde este punto de vista, el Orient Express es más inadecuado que el más pobre tren de Madrás, en el que se pueden cambiar unos cupones por una bandeja de hojalata con legumbres y un plato de arroz.

Paul Theroux.
El Gran Bazar del Ferrocarril.
Plaza & Janes.

domingo, 9 de julio de 2017




LISTER


«Líster era muy diferente. Unía a una gran fuerza vital, una inteligencia despierta. Simpático, tenía muchas cualidades humanas y sentido de la amistad. En su juventud había sido cantero y luego emigró a Cuba. Cuando como comunista fue enviado a estudiar a la Unión Soviética un curso de preparación política y militar, se portó tan indisciplinadamente que acabó castigado trabajando de obrero en el Metro de Moscú, mientras Modesto terminaba normalmente los estudios. El Partido Comunista, estuvo a punto de eliminar a Líster del ejército los primeros meses de la guerra, debido a la forma tumultuosa con que el nuevo jefe gozaba de la vida siempre que los combates se lo permitían. Sin embargo, la capacidad combativa de su famosa brigada, luego división, hizo imposible tomar medidas contra su jefe e incluso lo nombraron miembro del Comité Central. Es decir, en la carrera militar de Líster, influyeron sobre todo sus cualidades de mando. Al acabar la batalla de Aragón era todavía el único teniente coronel de milicias del ejército republicano. Aunque sostenía en forma durísima la disciplina en sus unidades, le he visto perdonar faltas graves a sus subordinados, obligándolos así para el futuro y dando aún mayor cohesión a sus filas. En resumen, se repetía la vieja historia y los viejos métodos de todo auténtico caudillo de guerra idealizado por sus soldados. Mis relaciones con Líster fueron siempre cordiales. Nunca estuve bajo sus órdenes, pero no me hubiera importado estarlo. En el frente fuimos buenos vecinos, nos ayudamos mutuamente y nunca hubo problemas ni roces entre nosotros.»


Manuel Tagüeña.

Testimonio de dos guerras.

Editorial Planeta.


viernes, 7 de julio de 2017

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






DESPUÉS DE LA MUDANZA

El niño triste mira con asombro
el patio donde había cielo.
La marca que dejó en el muro
la fotografía de la boda.
El sitio donde estuvo el piano
(su música, como la lluvia).
La ventana donde el otoño
daba su luz a los malvones.
¿Y cómo la verá un día,
vaga, distante, en el recuerdo?

La carta que cayó del mueble
como una hoja del tiempo.


                      Raúl González Tuñón

miércoles, 5 de julio de 2017

OBITER DICTUM





        “El conductor empezó diciendo sorok (cuarenta) cuando bajé. Era el aviso de la tormenta que se avecinaba, pero yo no presté atención y tranquilamente le di los treinta. Los recibió con desdén y resignación y, sosteniéndolos en su mano abierta, pronunció un elocuente discurso en ruso del que destacaba la idea de sorok. (…) Me limité a coger los treinta, volver a meterlos en el monedero y contar veinticinco esta vez. Al hacerlo me sentí como quién tira del cordón de la ducha.
          Yo le dije en muy mal ruso que le había ofrecido treinta una vez. Pero que no lo haría otra; esto, obviamente, no lo pacificó. El sirviente del señor Mur le dijo lo mismo sin ahorrar palabras, pero consiguió que lo viera de forma adecuada. Hay personas muy difíciles de contentar.”


Lewis Carroll

domingo, 2 de julio de 2017

OBITER DICTUM





No veré más la magnolia que prometía su rosa para la tumba de mi floridana,  el pino de Jerusalén y el cedro del Líbano consagrados a la memoria de Jerónimo, el laurel de Granada, el plátano de Grecia, el roble de Armórica, a cuyo pie pinté a Blanca, canté a Cimodocea e inventé a Veleda. Estos árboles nacieron y crecieron con mis ensoñaciones; eran sus hamadríades. Pasarán bajo otro dominio: ¿los amará su nuevo amo como los amaba yo? Los dejará secarse, quizá los tale: nada debo conservar en la tierra. Diciendo adiós a los bosques de Aulnay es como voy a recordar el adiós que dije antaño a los bosques de Combourg: todos mis días son adioses.


François-René de Chateaubriand