KRIKOR
La canción, evidentemente una tragedia,
combinaba todo el drama de un aria de Verdi con la tortura de una resonancia
estrepitosa que rompía los tímpanos. Gemía y se lamentaba, se retorcía,
sollozaba y chillaba intentando alcanzar un climax ansiado y abrasador. Era
espantoso. Tomamos asiento y contemplamos el espectáculo.
--Fantástico, fantástico —decía Krikor--.
Esto es una canción armenia muy famosa sobre la matanza de Van. Es muy, muy
bonita.
--Weeeeeeaaagh –cantaba la artista--.
Croooooosk, unkph weeeeagh.
En toda mi vida había oído un idioma menos
adecuado para la canción que el armenio.
--Skrooooo
Vonskum Vvvvaaaaaaaaaaan.
--Se
está bien aquí –dijo Laura.
Krikor asintió con la cabeza
entusiásticamente.
--Es
magnífico –dijo--. Este lugar es un buen negocio, os lo digo yo. Un buen
negocio.
Mientras charlábamos, unos camareros con
bigote y disfrazados (el traje típico nacional) se acercaron con un cubo lleno
de brasas y unos narguiles en la mano. Colocaron uno entre Krikor y yo,
rellenaron el extremo con tabaco y brasas, y nos preguntaron qué queríamos
beber. A los poco minutos regresaron con un surtido de kebab, un vaso
generosamente lleno de raki para Krikor, una cerveza siria muy suave para mí y
un whisky para Laura.
--Mi
primo tiene otro restaurante como éste en las afueras de Beirut. Tambien es un
buen negocio. Es un sitio muy bonito. Por la noche se puede ver cómo suben los
cohetes.
--¿Fuegos
artificiales? –preguntó Laura.
--No
–respondió Krikor--. Cohetes para matar. Bonito, muy bonito el espectáculo.
Cuando explotan, caen chispas por todos lados. Se ve muy bien el espectáculo
desde el restaurante de mi primo.
--¿No
resulta muy peligroso?
--No,
el restaurante es muy seguro. Beirut es una buena ciudad. Muchas salas de fiesta,
muchas chicas, mucho baile. Hay algunos problemas…, bombas, secuestros,
disparos, pero nada importante.
--Es
usted muy valiente.
--No
valiente. Siempre llevo dos pistolas y una granada. Pero no las uso a menudo.
--¿A
menudo?
--No
a menudo.
--¿Sólo
a veces?
--De
vez en cuando. La última vez que fui a Líbano unos árabes se metieron con mi
amigo. Querían matarle. Así que les disparé a los dos.
--¿Los
mató?
--Pues
claro. No pasa mucho, pero es importante ir armado. Incluso aquí llevo eso.
Sacó una pistola del bolsillo. Era pequeña y
negra, con cañón corto y chato.
--¿Cuánto
hace que lleva eso?
--Siempre
lo llevo.
--Pero
es una locura –dijo Laura-- Se le puede disparar en el bolsillo en cualquier
momento.
Krikor sonrió.
--Vamos
–dijo--. Toma un poco de raki.
William Dalrymple. Tras
los pasos de Marco Polo. Edhasa.