En la ciudad gaditana del Puerto de Santa María, a la
derecha de un camino, bordeado de chumberas, que caminaba hasta salir al mar,
llevando a cuestas el nombre de un viejo matador de toros —Mazzantini—, había
un melancólico lugar de retamas blancas y amarillas llamado la Arboleda
Perdida.
Rafael Alberti