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lunes, 28 de noviembre de 2016

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





PRIMERA PARTE

CAPÍTULO XLVII


            “Cuando don Quijote se vio de aquella manera enjaulado y encima del carro, dijo:
         --Muchas veces y muy graves historias he yo leído de caballeros andantes; pero jamás he leído, ni visto, ni oído, que a los caballeros encantados los lleven desta manera, y con el espacio que prometen estos perezosos y tardíos animales; porque siempre los suelen llevar por los aires, con extraña ligereza, encerrados en alguna parda y escura nube, o en algún carro de fuego, o ya sobre algún hipogrifo o otra bestia semejante; pero que me lleven a mí agora sobre un carro de bueyes, ¡vive Dios que me pone en confusión! Pero quizá la caballería y los encantos destos nuestros tiempos deben de seguir otro camino que siguieron los antiguos. Y también podría ser que, como yo soy nuevo caballero en el mundo, y el primero que ha resucitado el ya olvidado ejercicio de la caballería aventurera, también nuevamente se hayan inventado otros géneros de encantamentos, y otros modos de llevar a los encantados. ¿Qué te parece desto, Sancho hijo?
         --No sé yo lo que me parece –respondió Sancho--, por no ser tan leído como vuestra merced en las escrituras andantes; pero, con todo eso, osaría afirmar y jurar que estas visiones que por aquí andan, que no son del todo católicas.
         --¿Católicas? ¡Mi padre! –respondió don Quijote--. ¡Cómo han de ser católicas, si son todos demonios, que han tomado cuerpos fantásticos para venir a hacer esto y a ponerme en este estado? Y si quieres ver esta verdad, tócalos y pálpalos, y verás como no tienen cuerpo sino de aire, y como no consiste más de en la apariencia.
         --Par Dios, señor –replicó Sancho--, ya yo los he tocado; y este diablo que aquí anda tan solícito es rollizo de carnes, y tiene otra propiedad muy diferente de la que yo he oído decir que tienen los demonios; porque, según se dice, todos huelen a piedra azufre y a otros malos olores; pero éste huele a ámbar de media legua.
         Decía esto Sancho por don Fernando, que, como tan señor, debía de oler a lo que Sancho decía.
         --No te maravilles deso, Sancho amigo –respondió don Quijote--; porque te hago saber que los diablos saben mucho, y puesto que traigan olores consigo, dellos no huelen nada, porque son espíritus, y si huelen, no pueden oler cosas buenas, sino malas y hediondas. Y la razón es que como ellos, dondequiera que están, traen el infierno consigo, y no pueden recebir género de alivio alguno en sus tormentos, y el buen olor sea cosa que deleita y contenta, no es posible que ellos huelan cosa buena; y si a ti te parece que ese demonio que dices huele a ámbar, o tú te engañas, o él quiere engañarte con hacer que no le tengas por demonio.”



Miguel de Cervantes Saavedra. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Y EL ÓBOLO BAJO LENGUA



      LA POSTERIDAD


Con frecuencia, oigo hablar a poetas
de la posteridad.
“Tenemos que intentar –dicen con énfasis–
que las generaciones venideras…”
Y yo digo que sí –siempre me incluyen–. Pero mi corazón
sonríe
al tiempo virgen para sus latidos.

Yo quiero vivir al día,
lo mismo que las aves.
Ser pan de todos, sí
de los que conmigo muerden la agonía.
Y ya no aspiro a más.
Sólo a pudrirme –cuando llegue la hora–
junto a mis letras húmedas y doloridas.


                                                                         María Elvira Lacaci

jueves, 24 de noviembre de 2016

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA




SON IMPORTANTES TANTAS COSAS...


Son importantes tantas cosas
-madre-. El olor
de naftalina, los baúles
en los que vamos destripando
sueños, años pasados
bajo la misma sombra. Sin embargo,
preparo con prisa mis maletas, vacío
los cajones rencorosa
de una alegría que no pudiste
darme, y es todo tuyo
-madre-. Las maderas
que rechinan vengativas, los cuadros
de dudosa
firma, las bandejas de plata que transportaron
turrones navidades
pasadas y nunca perseguidas.
Hago el inventario
-cruel siempre- que me anuncia
tu presente
concepción de silencios. Hago
y olvido, varias
docenas
de bordadas enaguas y colchas
con mi nombre. Las mantas
-madre- quedan con su olor a naftalina
enmohecida, quedan
dos pares de zapatos viejos, mi primer
par de medias, el bolso
que estrené una mañana, cuando tuve
que esconder mi pañuelo
demasiado grande para una sola
lágrima. Mi estatura
se parte -frente a ti- y sólo
queda un murmullo
de alas vencidas por la vida. Me olvido
de las cosas importantes. Del vaso
de mis fiebres, de las horas
pasadas sobre mí como en la muerte. Me llevo
todo -madre-. Hasta esa lágrima
dormida entre mis ojos. Dejo
a cambio el inventario -firmado y rubricado-
de mis sueños. Abres la puerta, salgo,
cierras. Vuelves
por el largo pasillo de la casa. Enderezas
ese cuadro
torcido, que yo moví al pasar y quizá
pienses en pintar las paredes
de mi cuarto, en cambiar las cortinas,
en recoger pisadas que aún
nos viven,
que nos pueblan de adioses
presurosos, como alargados trenes
que no paran. Que no te importe
nada, madre, madre. Que no te importe
la sangre -madre mía- que en río
de silencios nos separa. Que no te importen
las llaves que perdiste
para impedir mi marcha.


Paloma Palao

lunes, 21 de noviembre de 2016

OBITER DICTUM





«En aquel tiempo todo el mundo era joven, pero siempre encontrábamos a otros que eran más jóvenes que nosotros. Las generaciones se empujaban unas a otras, sobre todo entre los poetas y los criminales, y apenas si uno había acabado de hacer algo cuando ya se perfilaba alguien que amenazaba con hacerlo mejor. A veces encuentro entre papeles viejos algunas de las fotos que nos tomaban los fotógrafos callejeros en el atrio de la iglesia de San Francisco, y no puedo reprimir un frémito de compasión, porque no parecen fotos nuestras sino de los hijos de nosotros mismos, en una ciudad de puertas cerradas donde nada era fácil, y mucho menos sobrevivir sin amor a las tardes de los domingos.»


Gabriel García Márquez.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





VAN MADURANDO AQUELLOS VIEJOS DÍAS...


Van madurando aquellos viejos días
que me aleja el silencio y el reposo;
va fermentando el más querido poso
en mis bodegas quietas y sombrías.

Ya son carne las muertas horas mías,
ya me aploma su apoyo nebuloso
y en la boca las siento, con untuoso
regusto de primeras poesías.

Madurar es sentir en la mirada
un aire, espeso y dulce como un vino,
que eterniza en su niebla lo fluyente.

Y es entreoír la voz llana y velada
del conocido pájaro divino
en la jaula del pecho, nuevamente.


José María Valverde.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE






LA VALLETTA 


“A la tercera mañana, poco antes del almuerzo, avistamos Malta. Hubo cierto retraso para desembarcar, porque uno de los pasajeros había contraído la varicela. Sólo éramos dos los pasajeros que desembarcábamos y tuvimos que ir a ver al oficial médico en el salón de primera clase. Este hombre tuvo unas dificultades infinitas para pronunciar mi nombre y quiso saber dónde iba a alojarme en Malta. Sólo le dije que aún no había decidido cuál de los dos hoteles elegiría.
         --Decídase ahora—me apremió--. Tengo que llenar este formulario.
         Respondí que no lo haría hasta que hubiera visto a los directores.
         --Los dos son buenos hoteles, ¿qué más da uno que otro?—replicó.
         --Quiero que me salga gratis—le dije.
         El oficial médico me consideró un personaje muy sospechoso y me dijo que, bajo pena de prisión, debía presentarme diariamente en el Ministerio de Sanidad durante mi estancia en La Valletta. Si no lo hacía así, la policía daría conmigo y me obligaría a presentarme. Le dije que iría y él me dio el formulario de cuarentena. Aquella misma noche perdí el documento, no me acerqué al Ministerio de Sanidad y no supe nada más del asunto.
         Fuimos a tierra en una barcaza y desembarcamos en la aduana. Allí me abordaron dos jóvenes, ambos de baja estatura, morenos y vivaces, cada uno con una gorra de visera y un reluciente traje inglés. En la gorra de uno figuraba la inscripción “Hotel Osborne” y en la del otro “Hotel de Gran Bretaña”. Cada uno llevaba en la mano la carta que yo había escrito por duplicado, solicitando alojamiento. Cada uno tomó posesión de una parte de mi equipaje y me dio una tarjeta. Una de las tarjetas decía:

HOTEL OSBORNE
Strada Mezzodi
Todos los perfeccionamientos modernos. Agua caliente.
Luz eléctrica. Excelente cocina.
Frecuentado por Su Serena Alteza el príncipe
Louis de Battenberg
y el duque de Bronte.

En la otra tarjeta leí:

HOTEL DE GRAN BRETAÑA
Strada Mezzodi
Todos los perfeccionamientos modernos. Agua caliente y fría.
Luz eléctrica. Cocina incomparable.
Instalaciones sanitarias.
El único hotel con dirección inglesa.

(Uno habría dicho que sería mejor ocultar ese último hecho que anunciarlo.)
En El Cairo me habían informado de que el Gran Bretaña era el mejor de los dos, por lo que pedí a su representante que se hiciera cargo de mi equipaje. El mozo del Osborne agitó mi carta con un gesto petulante ante mi cara.
         --Una falsificación—le expliqué, asombrado de mi propia doblez.—Me temo que han sido ustedes engañados por una evidente falsificación.
         El mozo del Gran Bretaña alquiló dos pequeños coches de caballos, me condujo a uno y él se sentó con el equipaje en el otro. Tenía un dosel bajo y guarnecido con flecos por encima de la cabeza, así que me resultaba imposible ver gran cosa. Reparé en que iniciábamos una ascensión larga y escarpada, y que doblábamos muchas esquinas. En algunas de ellas tuve un atisbo de un santuario barroco, en otras un repentino panorama a vista de pájaro del Gran Puerto, lleno de barcos y con las fortificaciones más allá. Subimos, viramos y proseguimos a lo largo de una ancha calle con tiendas y portales de aspecto importante. Pasamos ante grupos de mujeres maltesas feísimas, tocadas con un sorprendente sombrero negro que era mitad velo y mitad paraguas, que es el último legado a la isla de aquellos caballeros de San Juan con tendencias conventuales. Entonces bajamos por una estrecha calle y nos detuvimos ante el pequeño porche de hierro y vidrio del hotel de Gran Bretaña.”




Evelyn Waugh. 
Etiquetas
Ediciones Península. 

domingo, 13 de noviembre de 2016

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






ODA A STALIN


Camarada Stalin, yo estaba junto al mar en la Isla Negra,
descansando
de luchas y de viajes,
cuando la noticia de tu
muerte llegó como un golpe de océano.
Fue primero el silencio, el estupor de las cosas, y luego llegó del mar una
ola grande.
De algas, metales y hombres, piedras, espuma y lágrimas estaba hecha esta
ola.
De historia, espacio y tiempo recogió su materia
y se elevó
llorando sobre el mundo
hasta que frente
a mí vino a golpear la costa
y derribó a mis puertas su mensaje de luto
con un grito gigante
como si de repente se quebrara la tierra.
Era en 1914.
En las fábricas se acumulaban basuras y dolores.
Los ricos del nuevo siglo
se repartían a dentelladas el petróleo y las islas, el cobre y los canales.
Ni una sola bandera levantó sus colores
sin las salpicaduras de la sangre.
Desde Hong Kong a Chicago la policía
buscaba documentos y ensayaba
las ametralladoras en la
carne del pueblo.
Las marchas militares desde el alba
mandaban soldaditos a morir.
Frenético era el baile de los gringos
en las boîtes de París llenas de humo.
Se desangraba el hombre.
Una lluvia de sangre
caía del planeta,
manchaba las estrellas.
La muerte estrenó entonces armaduras de acero.
El hambre
en los caminos de Europa
fue como un viento helado aventando hojas secas y quebrantando huesos.
El otoño soplaba los harapos.
La guerra había erizado los caminos.
Olor a invierno y sangre
emanaba de Europa
como de un matadero abandonado.
Mientras tanto los dueños
del carbón,
del hierro,
del acero,
del humo,
de los bancos,
del gas,
del oro,
de la harina,
del salitre,
del diario El Mercurio
,
los dueños de burdeles,
los senadores norteamericanos,
los filibusteros
cargados
de oro y sangre
de todos los
países,
eran también los dueños
de la Historia.
Allí estaban sentados
de frac, ocupadísimos
en dispensar condecoraciones,
en regalarse
cheques a la entrada
y robárselos
a la salida,
en regalarse acciones de la carnicería
y repartirse a dentelladas
trozos de pueblo y de geografía.
Entonces con modesto
vestido y gorra obrera,
entró el viento,
entró el viento del pueblo.
Era Lenin.
Cambió la tierra, el hombre, la vida.
El aire libre
revolucionario
trastornó los papeles
manchados. Nació una patria
que no ha dejado de crecer.
Es
grande como el mundo, pero cabe
hasta en el corazón del más
pequeño
trabajador de usina o de oficina,
de agricultura o barco.
Era la Unión Soviética.
Junto a Lenin
Stalin avanzaba
y así, con blusa blanca,
con gorra gris de obrero,
Stalin,
con su paso tranquilo,
entró en la Historia acompañado
de Lenin y del viento.
Stalin desde entonces
fue construyendo. Todo
hacía falta. Lenin recibió de los zares
telarañas y harapos.
Lenin dejó una herencia
de patria libre y ancha.
Stalin la pobló
con escuelas
y harina,
imprentas y manzanas.
Stalin
desde el Volga
hasta la nieve
del Norte inaccesible
puso su mano y en su mano un hombre
comenzó a construir.
Las ciudades nacieron.
Los desiertos cantaron
por primera vez con la voz del agua.
Los minerales
acudieron,
salieron
de sus sueños oscuros,
se levantaron,
se hicieron rieles, ruedas,
locomotoras, hilos
que llevaron las sílabas eléctricas
por toda la extensión y la distancia.
Stalin
construía.
Nacieron
de sus manos
cereales,
tractores,
enseñanzas,
caminos,
y él allí,
sencillo como tú y como yo,
si tú y yo consiguiéramos
ser sencillos como él.
Pero lo aprenderemos.
Su sencillez y su sabiduría,
su estructura
de bondadoso
pan y de acero inflexible
nos ayuda a ser hombres cada día,
cada día nos ayuda a ser hombres.
¡Ser hombres! ¡Es ésta
la ley staliniana
!
Ser comunista es difícil.
Hay que aprender a serlo.
Ser hombres comunistas
es aún más difícil,
y hay que aprender de Stalin
su intensidad serena,
su claridad concreta,
su desprecio
al oropel vacío,
a la hueca abstracción editorial.
Él fue directamente
desentrañando el nudo
y mostrando la recta
claridad de la línea,
entrando en los problemas
sin las frases que ocultan
el vacío,
derecho al centro débil
que en nuestra lucha rectificaremos
podando los follajes
y mostrando
el designio de los frutos.
Stalin es el mediodía,
la madurez del hombre y de los pueblos.
En la guerra lo vieron
las ciudades
quebradas
extraer del escombro
la esperanza,
refundirla de nuevo,
hacerla acero,
y atacar con sus rayos
destruyendo
la fortificación de las
tinieblas.
Pero también ayudó a los manzanos
de Siberia
a dar sus frutas bajo la
tormenta.
Enseñó a todos
a crecer, a crecer,
a plantas y metales,
a criaturas y ríos
les enseñó a crecer,
a dar frutos y fuego.
Les enseñó la Paz
y
así detuvo
con su
pecho extendido
los lobos de la guerra.
Frente al mar de la Isla Negra, en la mañana,
icé a media asta la bandera de Chile.
Estaba solitaria la costa y una niebla de plata
se mezclaba a la espuma solemne del océano.
A mitad de su mástil, en el campo de
azul,
la estrella solitaria de mi patria
parecía una lágrima entre el cielo y la tierra.
Pasó un hombre del pueblo, saludó comprendiendo,
y se sacó el
sombrero.
Vino un muchacho y me estrechó la mano.
Más tarde el pescador de erizos, el viejo buzo
y poeta,
Gonzalito, se acercó a acompañarme bajo la bandera.
«Era más sabio que todos los hombres juntos», me dijo
mirando el mar con sus viejos ojos, con los viejos
ojos del pueblo.
Y luego por largo rato no dijimos nada.
Una ola
estremeció las piedras de la orilla.
«Pero
Malenkov ahora continuará su obra», prosiguió
levantándose el pobre pescador de chaqueta raída.
Yo lo miré sorprendido pensando: ¿Cómo, cómo lo sabe?
¿De dónde, en esta costa solitaria?
Y comprendí que
el mar se lo había enseñado.
Y allí velamos juntos, un poeta,
un pescador y el mar
al Capitán lejano que al entrar en la muerte
dejó a todos los pueblos, como herencia, su vida.

                                                      Pablo Neruda

sábado, 12 de noviembre de 2016

OBITER DICTUM






Al lado de la prodigiosa voz del siempre maestro Rubén Darío y de la extravagante, adorable, arrebatadoramente cursi y fosforescente voz de Herrera y Reissig y del gemido del uruguayo y nunca francés Conde de Lautreamont, cuyo canto llena de horror la madrugada del adolescente, la poesía de Pablo Neruda se levanta con un tono nunca igualado en América, de pasión, de ternura y sinceridad.


                                                                   Federico Garcia Lorca

viernes, 11 de noviembre de 2016

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





VAN MADURANDO AQUELLOS VIEJOS DÍAS...


Van madurando aquellos viejos días
que me aleja el silencio y el reposo;
va fermentando el más querido poso
en mis bodegas quietas y sombrías.

Ya son carne las muertas horas mías,
ya me aploma su apoyo nebuloso
y en la boca las siento, con untuoso
regusto de primeras poesías.

Madurar es sentir en la mirada
un aire, espeso y dulce como un vino,
que eterniza en su niebla lo fluyente.

Y es entreoír la voz llana y velada
del conocido pájaro divino
en la jaula del pecho, nuevamente.


José María Valverde.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

OBITER DICTUM





“Mi padre no llevaba un yármulke como los demás judíos, sino un sombrero redondo de terciopelo. No calzaba botas altas sino botas de media caña. No era comerciante ni dueño de un negocio, sino que se pasaba todo el día ante su pupitre, estudiando libros voluminosos y escribiendo con una letra pequeña en un cauderno escolar. Una vez, cuando le pregunté qué escribía, respondió: «Comentarios», y cuando quise saber de qué clase de comentarios se trataba dijo: «La Torá es un pozo sin fondo. Por mucho que uno la estudie, nunca podrá abarcarla en su totalidad. Cuanto más profundizas, más tesoros descubres. Sin la Torá el mundo no existiría. Con las letras de la Torá, Dios creó el Cielo y la Tierra.»”

Isaac Bashevis Singer.

martes, 8 de noviembre de 2016

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE

 





SOBRE ALGUNOS DESCEREBRADOS


«Pero, para lo sucedido en el barco alemán, dejo la palabra al hidalgo español que relata el asunto en un número de diciembre de 1936 del diario carlista de Pamplona El Pensamiento Navarro . He aquí lo que refiere: ...

Nos enteramos de que Clara Campoamor estaba a bordo del barco... Aquella misma noche, cuatro otros falangistas y yo mismo nos decidimos a echarla por la borda. pero habiendo consultado al capitán del barco éste nos hizo renunciar a nuestro proyecto que podía tener molestas consecuencias para él. Buscamos entonces lo que podríamos hacer para no dejar sin sangriento castigo a la introductora del divorcio en España, y nos resolvimos a mandar un radiograma a Génova para alertar el comité español fascista y la policía italiana... Al llegar a Génova la policía subió a bordo para buscar a Clara Campoamor y conducirla a la cárcel. Aquella noche festejamos alegremente nuestro triunfo y cuando dejamos Italia, al principio de octubre, estaba todavía en prisión, donde podría meditar a gusto sus proyectos de ley para la próxima vez que fuese diputada…”.»


Clara Campoamor.

La revolución española vista por una republicana.

Editorial Espuela de Plata.


domingo, 6 de noviembre de 2016

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA







      ASESINADOS JÓVENES


Asesinados jóvenes nacimos cierta vez
insistiendo sobre las guardagujas de los lagos
los vestigios de turbas de viejos profesores sin voz
y que hasta nosotros llegaban
hablándonos de la nada que nos rodea
a los tranvías azules.

***

Asesinados jóvenes caminamos por las calles
entramos en los cines y en los bares
incendiamos los rostros con ceniza y con sombra
y mientras dragones ciegos surgen
de las bocas húmedas de los metros
anhelando asaltar los cables telegráficos
nosotros sorprendidos vampiros
auscultamos el corazón de las tiernas existentes.

***

Asesinados jóvenes ansiamos perdernos en el naufragio
que cubre las aceras y los parques
de futbolistas ahogados en la sangre de sus besos
y desnudos marchando al bronce nocturno
de las playas desiertas
con ojos de caballos robados por sonrisa
acuciar el sentido total de los planetas
sobre las ropas usadas
de hambrientos transeúntes con reúma.

***

Asesinados jóvenes no amamos
el gesto de hastío del domingo
ni comprendemos el súbito crecer de las lecciones
bajo la trampa prodigiosa de la hierba
y así atónitos salvajes de vaticinios
intentamos aprender lo que hay de purísimo
en la faz con presagios de las charcas podridas.

***

En la esquina de enfrente
un hermoso niño miserable
medita sobre el final que tendrán las inmensas ciudades
cuando las aguas cubran sus horrendos campanarios de zinc.



                                                                    Miguel  Labordeta

viernes, 4 de noviembre de 2016

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




A ORILLAS DEL MÁRMARA


“Comemos en un restaurante típico. Allí solamente llegan turcos, quietos en sus grandes vestidos negros, severos bajo sus turbantes blancos o verdes. Se lavan las manos y la boca con jabón, en el aguamanos de mármol, y el dueño se evade de sus hornillos para ofrecerles un paño. Inspeccionan las ollas, deciden su elección, luego vienen a sentarse con gravedad. No hablan. En este pequeño local donde se amontonan cinco mesas de cuatro personas, hay un silencio que no pesa nada. Tenemos la impresión de estar entre una compañía muy distinguida. Toda una pared del local cuadrado está hecho con ventanas que dan a la calle; los hornillos se apoyan en ella y las grandes aberturas dejan escapar aromas que expanden por toda la calle el renombre del cafetín. Al lado de los hornillos hay una gran losa de mármol espeso que sirve de aparador, sobre el cual se muestran víveres, tomates, pepinos, judías, melones y sandías –en resumen, todas las cucurbitáceas que enloquecen a los turcos. Se nos sirve una sopa de pasta bien pesada con limón, después unas pequeñas sandías rellenas y arroz apenas reventado, salteado en aceite. Los turcos casi no comen carne. Ciñéndonos al régimen vegetariano, no tienen necesidad de cuchillos; así el cuchillo de mesa es desconocido. A este menú muy rico se añaden siempre algunas tazas de zumos de ruta, zumo de cereza, de pera, de manzana o de uva, que se bebe con cuchara, el vino esta vedado por Mahoma. Los turcos aristocráticos del antiguo régimen, para comer, usan sólo los dedos y un pedazo de pan; se desenvuelven con gran distinción. En todo momento, un chiquillo provisto de un fez, ceñido con un cinturón de lana que le hace parecer tan ancho como alto, corre de uno a otro comensal blandiendo un bastón largo coronado con una enorme crin de papel blanco. Ante el alboroto producido y en medio de la perturbación atmosférica provocada por su artefacto, las moscas se alejan por millares… pero, muy desengañadas, y pronto repuestas de su terror, reinician al poco su ensordecedora ronda.
         Antes de poner pie en tierra de Bizancio, tuve la oportunidad de saborear en Rodosto, pequeño puerto exquisito acostado en la ladera de un cerro a orillas del Mármara, un toque muy turco, pero turco nuevo-régimen.
         Invitado a cenar en casa de unos comerciantes conocidos al azar de un encuentro, pasé la velada con ellos en su jardín. El triunfo de esos señores fue el hacer descender de las tinieblas de un gran árbol una colosal lámpara de gas incandescente, tan grande como una lámpara de arco de la Potzdame Platz en la Brandenburs Thor. “ochocientas velas”, así se proclamó, ¡y se dio la luz! Lo teníamos encima de la nariz, a un metro sobre la mesa. Y hablamos de progreso, de nueva constitución, de civilización. Terminamos con la música y esos señores siempre amables subieron a buscar su instrumento –una mandolina y una guitarra. Un criado llenó la mesa de cuadernos de música. Después se me exigió que dijera mi amor por la música seria, o por la música frívola, por el vals, o por el madrigal. Y como yo no llegara a declararme tan categóricamente, diciendo que me gustaba toda la música, parecieron descontentos, y después de haber afinado los instrumentos durante más de una hora y haber arrugado los innumerables cuadernos de música, tocaron para mí en dos minutos un fragmento que representaba el toque de retreta en un cuartel --¡es decir un son de trompeta y después tambores que poco a poco mueren a lo lejos! Después quisieron llevarme al “Club”, al Club tout court (pronúnciese “Klab”, por favor). Se trataba de una terraza muy hermosa que dominaba el mar. La luna ahogaba en azul las húmedas llanuras… y, de las ventanas abiertas y honradas de luces del Club, estallaba una fanfarria estruendosa, triunfante. Era la fanfarria de los empleados de comercio fundada a raíz del advenimiento de la Constitución.”


Le Corbusier. El viaje de Oriente. Artes Gráficas Soler.