EN PAZ DESCANSE
“A los grandes del momento los
fui conociendo en los cafés de Madrid. Antonio Buero Vallejo llegaba todas las
tardes a las cuatro en punto a tomar su café y fumar su pipa. El poeta maldito
del café le saludaba escondiendo la cabeza: «Aquí llega don Antonio Buero
Vallejo que en paz descanse.» Buero era un hombre alto, delgado y triste, con
estructura de presidiario, que es lo que había sido, y cara amarilla de
condenado a muerte. Yo conversé bastante con él hasta que dejamos de hablarnos
porque no le gustaban las críticas teatrales que yo publicaba sobre sus
estrenos. Más que un dialogante, Buero era un monologante que se enrollaba
interminablemente con los temas de su gusto, generalmente la Guerra Civil, el
teatro de Ibsen y cosas así. Durante su estancia en la cárcel su compañero de
celda le envidiaba la pipa y el tabaco de pipa, con su olor confortable. Buero
le prometió que si le llamaban a él primero le dejaba en herencia la pipa y la
bolsita de tabaco. Un día vinieron a llevarse a Buero y el compañero de celda
se apropió gozoso de los enseres de fumar. Cuando estaba disfrutando su primera
pipa, Buero volvió sonriente:
—No eran más que unas preguntas de
trámite. Lo de la muerte parece que va para largo, de modo que devuélveme el
tabaco y la pipa.
Y el otro tuvo que sacrificarse. Esta
anécdota pudiera servir como símbolo del destino de Buero Vallejo, que se pasó
la vida asustándonos con sus condenas y censuras, pero siempre volvía a reaparecer
en el escenario con su nuevo estreno. Era un poco resentido y con razón.”
Francisco Umbral.
Días felices en Argüelles.
Editorial Planeta.
Días felices en Argüelles.
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