“Si el optimista tiene
un temperamento exaltado y, si por desdicha, se halla armado de un gran poder
que le permite realizar el ideal que se ha forjado, puede conducir a su país a las peores catástrofes. No tarda mucho en reconocer, en efecto, que las
transformaciones sociales no se realizan con la sencillez que había imaginado.
Culpa de sus sinsabores a sus contemporáneos, en vez de explicar la marcha de
las cosas por las necesidades históricas. Se siente dispuesto a hacer desaparecer
a las gentes cuya mala voluntad le parece peligrosa para la felicidad de todos.
Durante el Terror, los hombres que hicieron correr más sangre fueron aquellos
que tenían el más vivo deseo de hacer gozar a sus semejantes de la edad de oro
que habían soñado, y que demostraban una enorme simpatía por las miserias
humanas: optimistas, idealistas y sensibles, se mostraban tanto más inexorables
cuanta mayor sed de felicidad universal tenían en sí.”
Georges Sorel.