SOBRE EL RIDÍCULO
“Pienso que el
ridículo es el elemento dinámico, creador e innovador de toda conciencia que se
quiera viva y que experimente lo vivo. No conozco ninguna transfiguración de la
humanidad, ningún salto audaz en la comprensión ni ningún descubrimiento
pasional fecundo que no haya parecido ridículo a sus contemporáneos. Pero eso
no es prueba suficiente, pues todo lo que supera el presente y el límite de la
comprensión parece ridículo. Hay otro aspecto del ridículo y ése es el que me
interesa: la disponibilidad, la vida eterna, la fecundidad eterna de un acto,
de un pensamiento o de una actitud ridícula. El ridículo nos enseña siempre:
cada uno lo puede asimilar e interpretar a su manera, se es libre de casar de
él lo que se quiera y de hacer co él todo lo que uno desee. No sucede lo mismo
con lo que es racional, justificado, verificado, reconocido. Se trata aquí de
verdades o actitudes que no conciernen a la vida presta aparecer. Convierten al
mundo en una plataforma estable. Nadie las discute, nadie duda de su veracidad.
Pero están muertas. Su victoria es su lápida. Son adecuadas para las familias,
las instituciones y la pedagogía.
Uno puede leer un buen libro, uno de esos libros
perfectamente escritos, perfectamente construidos, destacados por la crítica,
aprobados por el público, coronados de premios. Un buen libro, es decir, un
libro muerto. Es tan bueno que en nada conmueve nuestro marasmo ni nuestra
mediocridad; por el contrario, se integra perfectamente en nuestros cortos
ideales, en nuestros pequeños dramas, en nuestros vicios mezquinos, en nuestras
pobres nostalgias. Eso es todo. En diez o en cien años ya nadie lo leerá.
Todo lo que no es ridículo, es caduco. Si tuviera que
definir lo efímero, diría que es todo lo que es perfecto, toda idea bien
expresada y bien delimitada, todo que se muestra racional y comprobado. A
menudo la mediocridad tiene como atributos «perfecto» y «definitivo».
Los tomos de filosofía de un profesor francés de
provincias están mucho mejor escritos, son muchos más racionales y serios que
cualquier panfleto del siglo XIX que fecundó decenas de ideas y fue comentado
en decenas de libros. Evitar el ridículo significa rechazar la única
posibilidad de inmortalidad. El único contacto directo con la eternidad. Un
libro que no sea ridículo, o una idea unánimemente aplaudida de entrada, ha
renunciado, por el hecho mismo de su éxito, a toda potencialidad, a toda
posibilidad de ser retomado y continuado.
Mircea Eliade.
El vuelo mágico.
Ediciones Siruela.
El vuelo mágico.
Ediciones Siruela.