EL PRÁCTICO
“En la mañana del octavo día vimos, lejos
aún, cinco o seis pequeñas velas al norte y al oeste. Eran los prácticos, en
sus pequeños y veloces yates, con los que se aventuran a veces hasta doscientas
y trescientas millas de Nueva York, corriendo un verdadero steeple-chase en busca de navíos que conducir
al puerto. Hay dos compañías rivales, felizmente, lo que explica esa solicitud.
En realidad, el puerto de Nueva York es tan conocido y está tan bien balizado,
que los capitanes no necesitan del auxilio del piloto para entrar con seguridad.
Pero, como en caso de un contraste, siempre posible, las compañías de seguros
no pagan si no se han tomado todas las precauciones, el personaje se hace indispensable.
Como el viento les era contrario, pasamos un buen rato observando las
habilísimas maniobras, las maravillosas bordadas que hacían para ganar terreno,
aproximándose al vapor. Por fin, uno de los yates, cuando su rival estaba sólo
a veinte brazas, logró tomar una amarra que se le echó por babor; el otro viró
de bordo en el acto, sin hacer la menor observación y puso la proa a un punto
negro que se divisaba en el horizonte, algún buque sin duda, que seguía nuestra
ruta. Un hombre, con toda la barba, pero sin bigote, de levita y sombrero alto,
grave y solemne, apareció en la cubierta del yate, con un diario en la mano. Es
el último número del New York Herald que han tomado antes de partir, para
obsequiar al capitán. El que olvida ese requisito está seguro de ser evitado
por el capitán en el próximo viaje, por medio de una simple maniobra, si el
número de su yate –pintado en la vela – se ve entre los candidatos probables.
La llegada del práctico es siempre un
acontecimiento a bordo; parece tener un aire de ciudad, cierto aspecto a tierra
que alegra el espíritu. Viene de entre los vivos, sabe lo que ha pasado en el
mundo, es la encarnación de esa esperanza de la llegada que en los últimos días
se hace áspera y violenta… Estábamos todos apiñados en la escalera. El práctico
saludó gravemente. ¿Qué hay de nuevo? –preguntó alguno. Garibaldi is dead. Así
tuve la primera noticia de la muerte del héroe de San Antonio. No sé qué me
hizo más impresión, si la noticia en sí misma o la manera como la recibí. En
1870, al subir a bordo el práctico que debía introducirnos en el puerto de
Southampton, nos dijo, al ser interrogado sobre las novedades: “Carlos Dickens
ha muerto”. A mi regreso, en 1871, supe también por un práctico, en un puerto
de tránsito, la muerte de Alejandro Dumas. Esas curiosas coincidencias me
impresionaron de una manera inexplicable, y desde entonces miro a los prácticos
como aves de mal agüero.
Ahora bien, ¿quién obtendría el New York
Herald, después del capitán? Cuestión grave. El lobo se encerró en su cuarto y
creo que, no sólo leyó hasta los avisos el muy miserable, sino que corrigió
hasta las faltas tipográficas. Cuando lo conseguimos, no encontramos nada capaz
de satisfacer nuestra curiosidad. Parece mentira que las cosas humanas marchen
de una manera tan monótona, que haya tan pocos choques de ferrocarriles, dada
la extensión de líneas férreas y tan raros crímenes horribles, dadas las
condiciones de nuestra amable especie.”
Miguel Cané. En viaje. Biblioteca Ayacucho.