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viernes, 25 de marzo de 2016

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





DE LA VICTORIA A LA ESTUPIDEZ


         “Las disposiciones económicas del Tratado eran tan perversas y  tan absurdas que evidentemente resultaron fútiles. Condenaban a Alemania a pagar unas indemnizaciones fabulosas. Estos dictados eran una manifestación de la ira de los vencedores, pero también implicaban que sus pueblos no se daban cuenta de que ninguna nación ni comunidad vencida puede pagar nunca un tributo que compense los costes de la guerra moderna.
         Las multitudes seguían sumidas en la ignorancia de los datos económicos más elementales, y sus líderes, en su afán por conseguir sus votos, no se atrevían a decepcionarlas. Los periódicos, como siempre, reflejaban y destacaban las opiniones dominantes. Pocas voces se alzaron para explicar que las indemnizaciones sólo se pueden pagar con servicios, o mediante el transporte físico de mercancías en vagones que atraviesen las fronteras terrestres, o por barcos que surquen los mares; o que cuando estos productos lleguen a sus países de destino desplacen a la industria local, salvo en sociedades muy primitivas o controladas con mucho rigor. En la práctica, como ya han aprendido hasta los rusos, la única forma de expoliar a una nación derrotada es llevarse los bienes muebles que interesen y una parte de sus hombres, como esclavos temporales o permanentes. Pero las ganancias que se obtienen de este modo no guardan ninguna relación con el coste de la guerra. Ninguna de las personas que ocupaban altos cargos tuvo el tino, el ascendiente o la imparcialidad frente a la locura general para explicarle al electorado estas crudas verdades fundamentales; aunque tampoco nadie les hubiera creído. Los aliados triunfantes siguieron afirmando que exprimirían a Alemania «como un limón», lo cual tuvo gran influencia en la prosperidad del mundo y en el talante de la raza alemana.
         Sin embargo, en la práctica, estas disposiciones no se cumplieron nunca. Al contrario, mientras que las potencias vencedoras se apropiaron de alrededor de mil millones de libras esterlinas en bienes alemanes, pocos años después le prestaron más de mil quinientos millones, sobre todo Estados Unidos y Gran Bretaña, de modo que Alemania pudo reparar rápidamente las ruinas de la guerra. Como esta aparente magnanimidad iba acompañada además por el clamor mecánico de las poblaciones infelices y amargadas de los países vencedores y la garantía de sus estadistas de que harán pagar a Alemania «hasta el último céntimo», no cabía esperar ni gratitud ni buena voluntad.
         La historia calificará todas estas operaciones de demenciales, ya que contribuyeron a generar tanto la maldición marcial como la «tormenta económica», de las que hablaremos más adelante. Toda una historia lamentable de compleja estupidez en cuya confección se malgastaron muchos esfuerzos y virtudes.”


Winston S. Churchill. La Segunda Guerra Mundial. La Esfera de los Libros.