DE LA VICTORIA A LA ESTUPIDEZ
“Las disposiciones económicas del Tratado eran
tan perversas y tan absurdas que
evidentemente resultaron fútiles. Condenaban a Alemania a pagar unas
indemnizaciones fabulosas. Estos dictados eran una manifestación de la ira de
los vencedores, pero también implicaban que sus pueblos no se daban cuenta de
que ninguna nación ni comunidad vencida puede pagar nunca un tributo que
compense los costes de la guerra moderna.
Las multitudes seguían sumidas en la ignorancia de los datos
económicos más elementales, y sus líderes, en su afán por conseguir sus votos,
no se atrevían a decepcionarlas. Los periódicos, como siempre, reflejaban y
destacaban las opiniones dominantes. Pocas voces se alzaron para explicar que
las indemnizaciones sólo se pueden pagar con servicios, o mediante el
transporte físico de mercancías en vagones que atraviesen las fronteras
terrestres, o por barcos que surquen los mares; o que cuando estos productos
lleguen a sus países de destino desplacen a la industria local, salvo en
sociedades muy primitivas o controladas con mucho rigor. En la práctica, como
ya han aprendido hasta los rusos, la única forma de expoliar a una nación
derrotada es llevarse los bienes muebles que interesen y una parte de sus
hombres, como esclavos temporales o permanentes. Pero las ganancias que se
obtienen de este modo no guardan ninguna relación con el coste de la guerra.
Ninguna de las personas que ocupaban altos cargos tuvo el tino, el ascendiente
o la imparcialidad frente a la locura general para explicarle al electorado
estas crudas verdades fundamentales; aunque tampoco nadie les hubiera creído.
Los aliados triunfantes siguieron afirmando que exprimirían a Alemania «como un
limón», lo cual tuvo gran influencia en la prosperidad del mundo y en el
talante de la raza alemana.
Sin embargo, en la práctica, estas disposiciones no se
cumplieron nunca. Al contrario, mientras que las potencias vencedoras se
apropiaron de alrededor de mil millones de libras esterlinas en bienes alemanes,
pocos años después le prestaron más de mil quinientos millones, sobre todo
Estados Unidos y Gran Bretaña, de modo que Alemania pudo reparar rápidamente
las ruinas de la guerra. Como esta aparente magnanimidad iba acompañada además
por el clamor mecánico de las poblaciones infelices y amargadas de los países
vencedores y la garantía de sus estadistas de que harán pagar a Alemania «hasta
el último céntimo», no cabía esperar ni gratitud ni buena voluntad.
La historia calificará todas estas operaciones de
demenciales, ya que contribuyeron a generar tanto la maldición marcial como la
«tormenta económica», de las que hablaremos más adelante. Toda una historia
lamentable de compleja estupidez en cuya confección se malgastaron muchos
esfuerzos y virtudes.”
Winston
S. Churchill. La Segunda Guerra Mundial. La Esfera de los Libros.