A
la Navidad del 42
La
mano gris de la madre de mi padre abre la puerta, me alcanza y fuerza mi cabeza
contra el escalón humedecido donde acabo de ceder a la vejiga desesperada: la
tibieza sin culpa sube por su pollera hacia rosas blancas y arratonadas hojas
negras.
Ahora
bate vino dulce y yemas azucaradas mientras en la mesa de los dignos nuestra
historia aparece, severamente cernida.
(Durante
las oraciones, excesiva en su banco, guarda al hermano débil, lejos de mí.)
Volvemos
a la casa en la oscuridad, ella al frente, por el borde del campo recién
ahogado; reflejos de sus ojos glaciales se mueven entre sufridas retamas.
Rodolfo
Godino.