EN UN HOTEL DE ATENAS
“A mi regreso a Atenas encontré
un montón de cartas remitidas desde París, así como varios avisos de Correos en
los que me invitaban a recoger, lo antes posible, el dinero recibido a mi
nombre. La American Express tenía también dinero para mí, dinero que me habían
enviado por cable unos amigos americanos. Golfo, la doncella, que venía de
Loutraki donde Katsimbalis tuvo en tiempos una casa de juego, y que siempre me
hablaba en alemán, estaba emocionada ante la perspectiva de las diferentes
cantidades que yo iba a cobrar. Y lo mismo le ocurría a Sócrates, el vigilante
de noche, y al cartero, quien siempre me dedicaba una ancha sonrisa cuando me
contaba el dinero. En Grecia, como en otros lugares, cuando se recibe una suma
de dinero procedente del extranjero, la gente espera que se hagan pequeños
dispendios a diestro y siniestro. Al mismo tiempo me notificaron indirectamente
que podría tener una excelente habitación con cuarto de baño, en uno de los
mejores hoteles, por un precio igual al que pagaba en el Grand. Preferí
quedarme en el Grand. Me era simpático todo el personal: doncellas, porteros,
botones, e incluso el dueño. Me gustan los hoteles de segunda o tercera
categoría que son limpios pero viejos, que han conocido tiempos mejores, pero
que conservan el aroma del pasado. Me gustaban las cucarachas y los enormes
escarabajos que tan a menudo encontraba en mi habitación cuando encendía la
luz. Me gustaban los anchos pasillos y los retretes, uno junto al otro como
cabinas de baños, al final del vestíbulo. Me gustaba el lúgubre patio y las
voces del coro masculino que ensayaba en una sala cercana. Por unas cuantas
dracmas enviaba al botones, antiguo parisino de catorce años, a entregar en
mano mis cartas, lujo éste que nunca había disfrutado antes. Casi perdí la
cabeza al recibir tanto dinero a la vez. Estuve a punto de hacerme un traje,
cosa que no me hacía falta en absoluto, pero afortunadamente el tío del
botones, que tenía una pequeña tienda cerca del barrio turco, no me lo podía
hacer con la rapidez solicitada. Entonces quise comprarle una bicicleta al
botones —le sería de gran utilidad, decía, para sus continuas correrías—, pero
al no encontrar inmediatamente una que le gustase, me comprometí a regalarle
unos jerseys y un par de pantalones de franela.”
Henry
Miller. El coloso de Marusi. Editorial Seix Barral.