"Santiago, 16 de diciembre de 1861.
Mi querido Manolo: Hemos llegado a ésta
ayer domingo, a las ocho de la noche, sin novedad particular, aunque llenas de
aburrimiento y cansancio.
…
Ahora vamos a otra cosa. En Santiago hace
un frío espantoso y apareció a mis ojos tal cual lo he descrito en Mauro. Jamás
he visto tanta soledad, tanta tristeza, un cielo más pálido. En cambio, La Coruña estaba hermosísima.
Una temperatura de primavera y un sol brillante. Estaba por quedarme ya en
ella. Si aquí me fuese mal, allá me iba, pues ya tenía un sitio muy bueno, y
bien amueblado, donde por tres duros al mes me ponían servicio, habitación y
planchado. Lo demás está tan caro en Santiago como en La Coruña.
Por
ahora me encuentro aquí en extremo descontenta. Santiago no es ciudad; es un
sepulcro. No vayas a creer, sin embargo, que ya tengo melancolía, que voy a
enfermar. Nada de eso. Sólo tengo una pequeña indisposición al vientre efecto
del viaje. Por lo demás, estoy bien. Mamá y la niña también están buenas,
gracias a Dios.”