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viernes, 23 de mayo de 2014

ALLA EN LAS INDIAS




POTOSÍ


A la fama de tanta plata, luego se comenzó a despoblar, aunque no del todo, el asiento de Porco y se pasó a Potosí, y poblaron los españoles desta otra parte de un arroyo que pasa al pie del Guayna Potosí; los indios, de la otra parte del arroyo, al pie del cerro; mas como se fue multiplicando la gente, también a la parte de los españoles se poblaron no pocos indios, y entre ellos los Carangas a las espaldas de los nuestros. El asiento, así del pueblo de los españoles como de los indios, no es llano, sino en una media ladera, como se requiere en tierra que llueve; el un asiento y el otro lleno de manantiales de agua que Dios nuestro Señor proveyó allí para el beneficio que agora se hace de los metales; si no, ya se hobiera despoblado la mayor parte por falta della, y los manantiales y fuentes, unos están sobre la faz de la tierra, otros a un estado y a menos; el que a dos es muy fondo. El agua en unas partes es mejor que otra, poca para que se pueda beber; guísase con ella de comer y lávase la ropa; no se halla casi cuadra que no tenga muchos manantiales, ni casas sin pozos, y en las calles en muchas dellas revienta el agua. Cuando los metales acudían a mucho más que agora, no los fundían los españoles, sino los indios se los compraban y beneficiaban, y acudían con el precio al criado del señor de la mina. Desta manera el señor de la mina tenía su mayordomo que della tenía cuidado, de hacer los indios ó yanaconas barreteros labrasen, y sacasen el metal a la boca de la mina, adonde cada sábado llegaba el indio fundidor, mirábalo, concertábase por tantos marcos y a otro sábado infaliblemente la traía la plata concertada; estos indios llevaban el metal a sus casas, y lo beneficiaban, y fundían, no con fuelles, porque el metal deste cerro no las sufre; la causa no se sabe; el metal cernido y lavado echábanlo á boca de noche en unas hornazas que llaman guairas, agujereadas, del tamaño de una vara, redondas, y con el aire, que entonces es más vehemente, fundían su metal; de cuando en cuando lo limpiaban y añadían carbón, como vian era necesario, y el indio fundidor para guarecerse del aire estábase al reparo de una paredilla sobre que asentaba su guaira, sufriendo el frío harto recio; derretido el metal y limpio de la escoria, sacaba su tejo de plata y veníase a su casa muy contento. Había a la sazón en el cerro que dijimos se desmiembra de Potosí, y a la redonda del pueblo, más de cuatro mil guairas, que por la mayor parte cada noche ardían, y verlas de fuera y aun dentro del pueblo no parecía sino que el pueblo se abrasaba.


Reginaldo Lizárraga. Descripción Colonial.