La tierra le dio su cálido abrazo.
Por sus venas la sangre ya no fluía, no tenía alma, pero sí más fuerza que
nunca. Quién sabe lo que sería. Un árbol o una roca. De vez en cuando el
graznido de un cuervo en el bosque o un ruiseñor que se posaba silencioso sobre
sus ramas. Cada dos o tres años el calor de una mano.
Leopoldo María Panero.