WOODY, CHARLIE, HAROLD Y BUSTER
“Ningún cómico ha sido nunca tan venerado en todo el mundo como
Chaplin en aquellos años. Los niños en las calles de ciudades y pueblos de los
cinco continentes imitaban el patoso andar de Charlie, su sonrisa, sus gestos.
Se ponían sombreros hongos como el suyo, se untaban con betún negro debajo de
la nariz como bigote a lo Chaplin. Derrapaban en las esquinas y saludaban con
sus bombines como el pequeño vagabundo e intentaban hacer los trucos que
Charlie hacía con su bastón de bambú. Los cines de todo el mundo convocaban
innumerables concursos de Charlie Chaplin. Sus clientes lo pedían. No es muy
difícil de comprender. En su mejor momento –y Chaplin se mantuvo en su mejor
momento durante mucho tiempo--, era el cómico más grande que jamás haya
existido.
Como todos los demás,
yo me había dado cuenta del talento de Chaplin desde la primera vez que le vi
en el sketch de vodevil «A Night in an Englis Hall». Pero debo confesar que
nunca pensé que un día sería aclamado como el cómico más grande de todos los
tiempos. Creo que una de las razones pora as que subestimé a Charlie fue por la
gran cantidad de cómicos de primera que había en los escenarios aquellos días.
Yo les había visto actuar a todos y había trabajado con todos ellos. En aquella
época, Charlie no parecía más divertido que Will Rogers, Willie Collier, Bert Williams,
Frank Tinner o algunos otros.
Más tarde me asombró
que la gente hablara de las similitudes entre los personajes que Charlie y yo
interpretábamos en las películas. Para mí hubo una diferencia básica desde el
principio: el vagabundo de Charlie era un holgazán con una filosofía de
holgazán. Por adorable que fuese, robaría si tenía ocasión. Mi personajillo era
un trabajador, y honrado.
Por ejemplo, digamos
que los dos quisieran un traje que hubiesen visto en un escaparate. El
vagabundo de Charlie lo admiraría, buscaría en sus bolsillos, sacaría una
moneda de 10 centavos, se encogería de hombros y seguiría andando, esperando
tener suerte al día siguiente y conseguir el dinero para comprarlo. Si no podía
conseguir el dinero de otro modo, lo robaría. De lo contrario, se olvidaría por
completo de traje.
Aunque mi hombrecillo
también se detendría, admiraría el traje y no tendría dinero para comprarlo,
nunca robaría para conseguirlo. En lugar de eso, empezaría a pensar en cómo
ganar dinero extra para comprarlo.
El personaje de Lloyd
era bastante diferente al de Chaplin y el mío. Él interpretaba a un niño de mamá,
que sorprendía continuamente a todos, incluyéndome a mí, triunfando sobre una
situación imposible y demostrando con puños y respingos el coraje de un león. A
menudo, Lloyd parecía más un acróbata que un cómico. Pero fuera lo que fuese en
la pantalla, siempre lo hacía mucho mejor que bien.
Durante los años en
que a nosotros tres nos iba bien, no tuvimos fracaso. Eso es cierto. Ninguno de
nosotros conoció el fracaso durante los dorados años veinte. Sólo exitazos
mundiales. Los largometrajes de Chaplin ingresaban una media de 3.000.000 de
dólares cada uno en contratos de alquiler a cines. Los de Lloyd, 2.000.000 de
dólares; los míos, entre 1.500.000 y 2.000 dólares. Eso ocurría en una época en
la que los cines sólo cobraban una pequeña parte de lo que ahora cobran por sus
atracciones. Como ya he dicho, a menudo nuestras comedias mudas recaudaban más
que los largometrajes realizados por los intérpretes románticos más populares
de Hollywood.
Cuando hacíamos
cortos, los propietarios de los cines los programaban delante de los largometrajes
que proyectaban.
Esa es una de las
razones por las que yo estaban tan ansioso por hacer largometrajes como los que
Roscoe Arbuckle estaba realizando con éxito en la Paramount. Parecía
evidente que los contratos de largometrajes continuarían aumentando. Pero
también creía que Joe Schenck, siendo un hábil hombre de negocios, debía saber
de qué estaba hablando.
Charlie Chaplin y
Harold Lloyd fueron desde el principio negociantes más espabilados que yo. Se
hicieron millonarios al principio de la partida, produciendo sus propias
películas y conservando el control sobre su matearla filmado. Aún son dueños
del material. Esto significa que están en condiciones de ganar frescas fortunas
en cuanto les apetezca, alquilando o vendiendo los derechos de antena de sus
viejas películas mudas. (De hecho, mientras escribía esto estaban reponiendo
con éxito las viejas películas de Chaplin.)”
Buster Keaton.
Slapstick. Memorias…
Plot Ediciones.