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domingo, 11 de septiembre de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




VER O NO VER


“Alrededor del Reichstag se ha estacionado desde primera hora de la mañana una gran muchedumbre. No demasiada, ni demasiado entusiasta. Paciente, eso sí. Estos miles de personas se han plantado en la plaza de la República a las diez de la mañana, es la una, y esperan todavía. En la gran escalinata que da acceso al palacio, unas charangas y unos coros entretienen a la multitud con el “Deutschland, Deutschland über alles”, mientas en el salón de sesiones Müller pronuncia el discurso de conmemoración.
En la sala, muchos chaqués y muchos sombreros de copa. Ya se sabe: cuando en un local de Alemania se ven muchos chaqués y muchos sombreros de copa, es que aquél no es un sitio de buen tono.
Los militantes de la Bandera Alemana –en Alemania hay que decir siempre militantes--, circulan entre la multitud repartiendo banderitas de la República e insignias republicanas. La multitud aguarda pacientemente bajo un solazo que hace agua los sesos de estos alemanes, con el cráneo afeitado y el sombrero en la mano. Ya se han llevado a cinco o seis entusiastas republicanos con síntomas de congestión por el calor cuando termina la sesión, en la que se repetido una vez más que la República ha salvado al Imperio y que la sombra de Bismarck está obligada a sentir ciertas veleidades republicanas en vista de ello. El presidente Hindenburg sale del Reichstag acompañado de los miembros del Gobierno y de una gran masa de diputados, pero inmediatamente detrás de él forma una muralla la guardia de Seguridad. La multitud lanza los tres “hoch, hoch, hoch” reglamentarios y agita las banderitas republicanas un poco más entusiasmada ante la presencia del viejo caudillo.
El presidente pasa revista a las tropas que han acudido a rendirle honores. Pero la revista que el presidente Hindenburg pasa a los soldados no se parece a la revista de ningún otro presidente. Hindemburg, a medida que los soldados de la República desfilan ante él, les cuenta los botones de la guerrera, mide la inclinación de los fusiles y advierte el rumor de una pisada un cuarto de segundo más adelantada o retrasada que las otras. Es fatal. El viejo no puede haber olvidado tan pronto su oficio.
Esta de la conmemoración de la constitución de Weimar se aspiraba a que fuese la gran fiesta cívica de Alemania. Poco a poco se van consiguiendo. Cada año, el aspecto de Berlín, el de agosto, es más animado. No será nunca el 5 de julio de París, pero ya hay en las calles, el día que se conmemora la República, un alborozo civil que hace unos parecía imposible provocar en Alemania. Algunos alemanes se creen en el caso de disculparse:
--La República está creando poco a poco tantos intereses, da de comer a tanta gente…-- nos dicen como justificación.
A medida que avanza el día y correteo de un lugar para otro en busca de los lugares donde se conmemora la Constitución, deseoso de hallar una sensación neta del sentimiento republicano de los alemanes, voy convenciéndome de que efectivamente, la República tiene ya una fuerza casi indestructible. Sin embargo, el que no es alemán no encontrará esto bastante republicano, desconfiará siempre. Y es que nuestro republicanismo tiene otro tono, otra manera de manifestarse. Por la noche, he asistido a la función celebra en el Teatro de la Ópera. Se han cantado unos salmos, unos himnos y unos trozos de Handel. Magníficos, imponentes, pero para un latino, poco republicanos. El tono de la República alemana a nosotros nos parece demasiado grave, excesivamente profundo y melancólico. Es que no concebimos el fervor y mucho menos el fervor republicano en este tono germánico.
A las diez de la noche se han puesto en marcha, a través de Berlín, las manifestaciones republicanas organizadas ante el edificio del Reichstag. Son cinco o seis, compuesta cada una por diez o doce mil personas, y parten todas, en forma de estrella, desde el Reichstag hacia la periferia de Berlín. El espectáculo de estas manifestaciones e curiosísimo para nosotros
Consisten en el desfile de una serie de agrupaciones adictas a la República, cada una con su bandera y su charanga; en cuanto tienen un pretexto, los miembros de estas agrupaciones se ponen un uniforme, y si no un uniforme completo, algo que lo recuerde. Los manifestantes van de cuatro en cuatro, marcando el paso y guardando las distancias. Llevan hachones encendidos y de tiempo en tiempo los levantan en alto rítmicamente, mientras vitorean a la República.
Las gentes que componen estos cuadros de manifestantes, en todo idénticos a los pelotones de una tropa cualquiera, son emocionantes. Todo el que tiene vivo el sentimiento republicano se siente en el deber de manifestarlo sumándose a esta retreta, y así desfilan unidos a su grupo correspondiente los tipos más extraños. Una viejecita con su cofia grotesca, que va pegando saltitos para seguir el compás de las piernas fuertes de los tres mocetones que le han tocado en su fila; un padre de familia con su esposa y sus vástagos, un novio, con el brazo cruzado por el talle de su novia; un paralítico, en su carricoche; cojos terribles, que desafían el ridículo de su cojera entre las filas marciales ante el íntimo deber de contribuir a la manifestación… Es sencillamente emocionante.
Durante todo el trayecto, las charangas, dirigidas por el pomposo bastón de borlas del tambor mayor, van tocando sus marchas germánicas; tocan también, incansables, las bandas de música, formadas por pacíficos burgueses de vida sedentaria, que sobre el tambor de su barriga se cuelgan otro patriótico tambor, y cantan sus himnos todas las agrupaciones.
Las masas de manifestantes toman de pronto un aire procesional solemnísimo al desfilar los estudiantes. Me dicen que es la primera vez que los estudiantes se suman a la conmemoración de la República con una nutrida representación. Muy serios, con sus gorritas absurdas, sus levitas, sus cortes en la cara, sus pantalones blancos y sus botas altas de montar provistas de espuelas, los estudiantes de Berlín se han adherido, al fin, de un modo brillante a la República, y no sin cierto airecillo arisco, desfilan bajo sus enormes banderas altas como mástiles de navío. Esta mascarada grotesca de los estudiantes alemanes es seguramente muy pintoresca pero poco simpática.
Y así, media hora, una hora… los millares de personas que el último año han figurado en las manifestaciones republicanas ha superado en el doble a la de los años anteriores. En las calles habrá, además, muchos miles de personas que, seguramente, habían salido un poco escépticas todavía, y al volver a sus casas habrán ido pensando que fatalmente Alemania es ya republicana.
Pero, en fin, todavía esto no es el 4 de julio. Ni probablemente lo será nunca.”


Manuel Chaves Nogales.

La vuelta a Europa en avión. 

Editorial Mundo Latino.