Mi lista de blogs

viernes, 8 de noviembre de 2013

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




EN CAMORRA


            “Reuní a mis coroneles, les mostré las órdenes recibidas, examinamos la situación y les pedí parecer. Todos expresaron su contrariedad y unánimemente convinieron en no cumplimentar las órdenes del general Palacios.
         Transcurrió la noche, tranquila para mis tropas, pero no para mí; dudaba en tomar una decisión, porque la junta de coroneles solo tenía para mí carácter informativo o de asesoramiento; jamás pasó por mi mente la idea de descargar o diluir en mis subordinados la responsabilidad del mando, que por entero debía asumir yo como jefe.
         Al amanecer, subí a la torre de la iglesia y con el anteojo pude divisar al enemigo que reanudaba su interrumpida marcha a Bañeras. Aquel espectáculo fue para mí la viva evocación de la famosa expedición de Gómez en la primera Guerra carlista. Recordando las funestas consecuencias que tuvo para la causa liberal y temiendo que se repitieran, me planteé el ineludible deber de impedirlo a toda costa. Para ello era imprescindible demorar la marcha a Játiva, entrar probablemente en la provincia de Alicante –de cuyos límites tan próximos estábamos—y empeñar combate contra fuerzas muy superiores en número, lo que implicaba el riesgo de una derrota. Proceder, como dicen nuestras ordenanzas, siguiendo los dictados del “propio espíritu y honor”, me ponía en el trance de desobedecer las órdenes. Mi vacilación debía ser brevísima, los minutos eran preciosos. Bajé de la torre y ordené a mi cornetín que tocara generala y redoblado: la suerte estaba echada.
         Apresuradamente salí al frente de las fuerzas, dejando en Bocairente el batallón de Cuenca y la impedimenta, con la orden de incorporarse una vez cargados los bagajes. Tanto los jefes como yo, salimos a pie para evitar la espera que supondría ensillar nuestros caballos. Como el camino describía una curva, cortamos directamente campo a través para caer sobre el flanco enemigo. Mi línea estaba formada del siguiente modo: Albuera en la derecha, Soria con la artillería en el centro, y en la izquierda, tres compañías de Aragón y dos de voluntarios. Constituían la reserva cinco compañías de Aragón y el escuadrón de Villaviciosa.
         Al percatarse Santés de mi intento, estableció su defensa en las alturas de Camorra. Iniciado el combate, fui progresando con la derecha avanzada, desalojando al enemigo de sus posiciones, hasta que, inquieto Santés y prevalido de su superioridad numérica, contraatacó con cuatro batallones, cargando impetuosamente sobre Albuera que le obligó a retroceder, dispersando parte de sus fuerzas. Desbordado el centro en la lucha cuerpo a cuerpo, consiguieron los carlistas arrebatarme las piezas de artillería. Inmovilizada nuestra izquierda, que harto hacía con sostenerse ante la enorme presión del enemigo, creyó éste poder darnos el golpe de gracia cargando sobre nosotros con su caballería; pero según supe después, demoraron esta intervención porque había sido muerto el coronel carlista del regimiento del Cid. Este hecho me proporcionó el tiempo necesario para que el escuadrón de Villaviciosa coadyuvara al ataque de frente –que ejecuté con mis reservas--, combinado con otro de flanco que realizó Cuenca, oportunamente llegado al lugar de la acción.
         Nuestra victoria fue completa. Recuperamos las piezas sin más pérdidas que la de un escobillón y perseguimos al enemigo. El botín que abandonaron los carlistas en el campo esta integrado por más de doscientas armas, prisioneros, banderines y material sanitario. Dejaron también 149 muertos y más de 200 heridos, que recogimos. A nosotros nos costó la jornada 30 muertos y 132 heridos.
         Debo confesar que, en el momento más crítico de aquella acción, pensé quitarme la vida. Fueron tantas y tan encontradas las emociones que embargaron mi espíritu en aquel día, que cuando a las cuatro de la tarde pude desayunar con un poco de pan y chorizo, no lograba deglutirlo. Aquella noche, dormí en Bocairente más tranquilo y satisfecho que la noche anterior, y a la mañana siguiente, en cumplimiento de la última orden recibida, partimos en dirección a Játiva.”


Valeriano Weyler. Memorias de un general. Ediciones Destino.