LXXXII
En la altura los cuervos
graznaban,
los deudos gemían en torno del
muerto,
y las ondas airadas mezclaban
sus bramidos al triste concierto.
Algo había de irónico y rudo
en los ecos de tal sinfonía;
acabaron gemidos y llantos
y dejaron al muerto en su fosa.
Tan sólo a los lejos, rasgando la
bruma,
del negro estandarte las orlas
flotaron,
como flota en el aire la pluma
que al ave nocturna los vientos
robaron.
Rosalía de Castro