Imposible defendernos de un adulador. No
podemos darle la razón sin hacer el ridículo; tampoco increparle y enviarle a
paseo. No tenemos más remedio que comportarnos con él como si dijera la verdad,
dejarnos incensar a falta de saber como reaccionar. El cree que consigue
engañarnos, que nos domina, y saborea su triunfo sin que podamos desengañarle. Con
frecuencia se trata de un futuro enemigo que se vengará un día de haberse
rebajado ante nosotros, un agresor disfrazado que planea sus golpes mientras
pronuncia sus hipérboles.