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miércoles, 12 de enero de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE









21 de enero de 1938


RESEÑAS



Der totale Krieg, de Erich Ludendorff



«Esta reedición popular del más divulgado de los muchos libros de Ludendorff –los otros se titulan: Destrucción de los pueblos por el cristianismo, Cómo liberarnos de Jesucristo, Aniquilación de la masonería por la revelación de sus secretos, El secreto del poder jesuítico, etcétera—es menos importante doctrinalmente que como signo de los incompetentes años que corren. Clausewitz, hacia 1820, había escrito: “La guerra es un instrumento político, una forma de la actividad política, una continuación de esa actividad con medios distintos… La política es siempre el fin, la guerra es un medio. No es concebible que los medios no estén subordinados al fin”. Increíblemente, a Ludendorff lo irritan esos axiomas. He aquí su tesis: “Ha cambiado la esencia de la guerra, ha cambiado la esencia de la política, han cambiado asimismo las relaciones de la guerra y de la política. Ambas deben servir al pueblo, pero la guerra es la expresión más alta de la voluntad vital de los pueblos. Por consiguiente, la política –la nueva política totalitaria– debe subordinarse a la guerra totalitaria”. Eso he leído con asombro en la página10. En la página 115, Ludendorff es aún más explícito: “El jefe militar debe trazar las líneas directivas de la política del país”. Dicho sea, con otras palabras: la doctrina de Ludendorff exige la dictadura militar, no sólo en el común sentido criollo de gobierno ejercido por militares, sino en el de una dictadura de exclusivos propósitos belicosos. “Lo primordial es la movilización de las almas. La prensa, la radiotelefonía, la cinematografía, las manifestaciones de toda especie deben colaborar a ese fin… El Fausto de Goethe no conviene a la mochila del soldado.” Y luego, con sombría satisfacción: “El campo de batalla comprende ahora el territorio entero de las naciones beligerantes”.


En la Italia del siglo XV, la guerra había alcanzado una perfección que muchos calificarán de irrisoria. Una vez enfrentados los ejércitos, los generales comparaban el número, el valor y la disposición de las fuerzas, y resolvían a cuál de los dos le tocaba perder. El azar había sido eliminado y la efusión de sangre. Esa manera de guerrear no merece tal vez la adorable calificación de “totalitaria”, pero la juzgo más prudente y más lúcida que las vastas matanzas millonarias que profetiza Ludendorff.»



Jorge Luis Borges.

Textos cautivos.

Tusquets Editores.