“Yo he conocido un viejo
famélico y haraposo, que dormía durante la mañana en los bancos del Retiro y
pasaba la tarde y las noches en las casas de juego. Comía las sobras de los
otros jugadores, asistía con preferencia a los círculos donde le obsequiaban
con algún café, como punto fuerte, y cuando perdía, que era la más de las
veces, ocultábase por unos instantes en el lugar más nausaeabundo de la casa, y
extraía billetes de Banco de sus zapatos rotos, del sudador del grasiento
sombrero, de las ropas haraposas, esparciendo sobre el tapete verde una parte
de sus pegajosos habitantes.
--El dinero se ha hecho para jugar—decía sentenciosamente--. Y
lo que quede, si queda algo… para comer.”
Blasco
Ibañez.