“Consistía en escribir a los autores más en boga: Anatole
France, Mirbeau, Hervieu, Lavedan, Marcel Prévost, Sardou, Donnay, Huysmans... —todos vivían en mi orilla—-, pidiéndoles, en nombre de cualquiera
de los semanarios ilustrados donde yo colaboraba, «el honor de una entrevista».
Este favor lo obtenía siempre —los artistas extranjeros no desaprovechan ningún
elogio, y hacen bien—; la entrevista se celebraba, y el tres cher maitre, informado de que yo preparaba un estudio completo
de su obra, me daba una carta en la que pedía para mí a su editor todos sus
libros. En estas pequeñas zancadillas no había traición ni fraude: yo, con la
mejor buena fe, escribía mi entrevista con «el gran hombre», leía sus libros y después,
poco a poco, los llevaba a casa del «bouquiniste». Generalmente, me pagaban los
volúmenes a un franco o a un franco veinticinco; pero como la producción de
cualquiera de aquellos autores ilustres era considerable —siempre de veinte
tomos en adelante—, y las subsistencias infinitamente más baratas que lo son
ahora, sucedía que con «un Paul Bourget» y «un Alfred Capus», por ejemplo,
resolvía mi vida de una semana.”
Eduardo Zamacois.