LENGUAS DE BRONCE
Enero 1°
de 1888.—A las primeras horas de la mañana nos pasó delante el vapor de
Cook, Prince Abbas; nuestra faluca, que fue a su costado, trajo al regresar
algunos cestos con provisiones de boca.
Hacia el mediodía nos hallábamos a la altura
de Negade, una de las más bellas comarcas de todo el valle del Nilo. Las altas
montañas calizas de color amarillo parecían formar el marco de un lago en cuyas
riberas alternaban lozanos y verdes cultivos con bosques de palmeras.
Mientras estábamos embebidos en la contemplación
de tan hermoso cuadro, llegaron a nuestros oídos los tañidos de una campana:
era el sacristán de la comunidad copta de Negade, que llamaba a los fieles a la
oración. Por primera vez volvíamos a oír una campana desde nuestra salida de El
Cairo, haciendo renacer en nuestras almas místicos recuerdos que llevaron
nuestro pensamiento, allende el mar, a nuestra querida patria.
Hacía un mes que navegábamos por el Nilo, y
hasta entonces no echamos de ver cuán silenciosos eran los lugares y aldeas que
habíamos visto, cuya vida sólo se manifestaba por sonidos naturales. El cantar
del que extraía el agua del río por medio del shaduf; el llamamiento del muecín; los mugidos del
ganado, el ladrido de los perros, eran los únicos sonidos que solían
interrumpir el silencio general. No se oye el martillo del herrero, porque no
se hierran caballos ni asnos; tampoco hace ruido el taller del carretero porque
no hay carros; el tonelero no golpea los aros, porque no hay toneles ni para el
vino ni para el aceite, y no se oye el sonsonete del molino, porque el grano es
molido por las mujeres en molinetes de mano. Sin carros, y con ganado sin
esquilas, regresa silencioso el fellah al anochecer a su aldea como el pájaro
al nido.
Inconscientemente nos habíamos acostumbrado a
tanto silencio y olvidado las lenguas de bronce con que habla el mundo del
Occidente.
¡El esquilón de Negade tuvo aquel día más eco
del que pudo sospechar el sacristán que lo tocaba!
C. von Gonzenbach. Viaje
por el Nilo. Ediciones Abraxas. 1997.
Ilustraciones: Rafaello Mainella