LOS TOTONACAS
Después de bien considerada la partida
para Méjico, tomamos consejo sobre el camino que habíamos de llevar, y fue
acordado por los principales de Cempoal quel mejor y más conviniente camino era
por la provincia de Tascala, porque eran sus amigos, y mortales enemigos de
mejicanos. Y ya tenían aparejados cuarenta principales y todos hombres de
guerra, que fueron con nosotros y nos ayudaron mucho en aquella jornada, y más
nos dieron cocientes tamemes para llevar el artillería, que para nosotros, los
pobres soldados, no había menester ninguno, porque en aquel tiempo no teníamos
qué llevar, porque nuestras armas, ansí lanzas como escopetas y ballestas y
rodelas y todo otro género dellas, con ellas dormíamos e caminábamos y calzados
nuestros alpargatos, que era nuestro calzado, y, como he dicho, siempre muy
apercibidos para pelear. Y partimos de Cempoal de mediado el mes de agosto de
mill e quinientos y diez y nueve años, y siempre con muy buena orden, y los
corredores del campo y ciertos soldados muy sueltos delante. Y la primera
jornada fuemos a un pueblo que se dice Jalapa, y desde allí a Socochima, y
estaba bien fuerte y mala entrada, y en él había muchas parras de uva de la
tierra; y en estos pueblos se les dijo con doña Marina y Jerónimo de Aguilar,
nuestras lenguas, todas las cosas tocantes a nuestra santa fe, y cómo éramos
vasallos del emperador don Carlos, e que nos envió para quitar que no haya más
sacrificios de hombres, ni se robasen unos a otros, y se les declaró muchas
cosas que se convenían decir. Y como eran amigos de los de Cempoal y no
tributaban a Montezuma, hallábamos en ellos buena voluntad y nos daban de
comer. Y se puso en cada pueblo una cruz, y se les declaró lo que significaba,
e que la tuviesen en mucha reverencia. Y desde Socochima pasamos unas altas
sierras y puerto y llegamos a otro pueblo que se dice Tejutla, e también
hallamos en ellos buena voluntad, porque tampoco daban tributo a Méjico, como
lo demás. Y desde aquel pueblo acabamos de subir todas las sierras y entramos
en el despoblado, donde hacía muy gran frío, y granizo y llovió. Aquella noche
tuvimos falta de comida y venía un viento de la sierra nevada, que estaba a un
lado, que nos hacía temblar de frío y no teníamos con qué nos abrigar, sino con
nuestras armas, sentíamos las heladas como éramos acostumbrados a diferente
temple. Y desde allí pasamos a otro puerto, donde hallamos unas caserías y
grandes adoratorios de ídolos, que ya he dicho que se dicen cues, y tenían
grandes rimeros de leña para el servicio de los ídolos queseaban en aquellos
adoratorios, y tampoco tuvimos qué comer, y hacía recio frío. Y desde allí
entramos en tierra de un pueblo que se dice Cocotlán, enviamos dos indios de
Cempoal a decille al cacique cómo íbamos; que tuviesen por bien nuestra llegada
a sus casas. Y era sujeto de Méjico. Y siempre caminábamos muy apercibidos y
con gran concierto porque víamos que ya era otra manera de tierra. Y desde que
vimos blanquear azoteas y las casas del cacique y los cues y adoratorios, que
eran muy altos y encalados, parescían muy bien como algunos pueblos de nuestra
España. Y pusímosle nombre Castil Blanco, porque dijeron unos soldados
portugueses que parescía la villa de Castel Blanco, de Portugal, y ansí se
llama agora. Y como supieron en aquel pueblo por los mensajeros que enviamos
cómo íbamos, salió el cacique a recibirnos con otros principales, junto a sus
casas; el cual cacique se llamaba Olintecle, y nos llevaron a unos aposentos, y
nos dieron de comer poca cosa e de mala voluntad.