EL AFGANO
“--Ni siquiera sabe usted mi nombre –dijo mi
Lirio--. Más vale que se lo aprenda por si luego preguntan. Además sentarme aquí
fuera y con un jeque desconocido va a terminar con la reputación que me quede.
No es que me importe mucho. Las reputaciones son como la flor de la vida. ¡tan
frágiles que no merece la pena conservarlas!
Yo seguía sin saber qué hacer; la chica se
acercó a mí de forma que pude ver el surco entre sus pechos. Aparté la mirada,
pues iba a volverme loco. La sangre silbaba en mis oídos y ante mí había una
niebla roja que hasta el momento sólo había aparecido cuando hundía mi cuchillo
en la garganta de un enemigo.
--Soy
Nella Carson .--la oí decir--. Tengo veintitrés años, estoy sana de mente y
cuerpo y… soy viuda.
Se inclinó hacia delante de forma que no podía
verle la cara.
--Mataron
a Jim en Salónica, hace quince meses. Las cosas ocurren así, ¿sabe? Durante un
tiempo pensé que era el fin del mundo, pero ahora, bueno, me he hecho más
sabia. Maldito mundo, ¿verdad?
En ese momento ansiaba consolarla. Las
lágrimas rodaban por sus mejillas y yo, que conocía los secretos del rifle y el
cuchillo, me sentía impotente. Sin embargo, al final me volví hacia ella y,
como si fuera un milagro, la encontré entre mis brazos. Apenas hacía media hora
que la conocía. Ayer no la había visto jamás, pero en ese momento su fragancia
me producía un nudo en la garganta.
--Dime
–susurré--. ¿no puedo consolarte?
Entonces encontré sus labios, pétalos de la
pasión más pura, que se unieron a los míos y me llevaron al paraíso. Loado sea
Alá, porque las mujeres son mujeres, ya sea en Kirmanshah o en Hampstead. Se
recostó entre mis brazos con sus esbeltos miembros junto a los míos y podía
sentir el latido de su corazón mientras me inclinaba a besar la perfumada
blancura de su hombro. No sé cuanto tiempo permanecimos en ese jardín de huríes.
Debió de ser bastante pues, cuando regresamos, muchos de los hombres “valiosos”
se habían marchado, llevándose sus mujeres. Mi Lirio encontró a la anfitriona
prácticamente sola en la sala de baile, y ésta le sonrió dulcemente.
--¡Vaya
conquista! –le oí decir--. Deberías ser un poquito más discreta, Nella querida.
¡Nunca se sabe lo que van a hacer estos extranjeros!
Habría matado a esa mujer si no hubiera
recibido una dulce mirada de unos ojos azules que retorció mi corazón igual que
el cocinero retuerce el pescuezo de una gallina.
--¿Me
acompañas a casa?—dijo mi Lirio, cuando estuvimos de nuevo bajo las estrellas.
Una calle se extendía vacía ante nosotros.
Había pocas luces, pero de repente un taxi se detuvo junto a nosotros. De modo
que fuimos a su casa juntos. No sé qué hora era, pues el tiempo nada tiene que
ver con la pasión.”
Sirdar Ikbal Ali Shah. Solo
en las noches de Arabia. Editorial Sufi. 1994.