“He terminado, por lo tanto, este largo trabajo, empezado
en los últimos días de la vejez y concluido al borde del sepulcro. Antes de
comenzarlo, y apremiado por la necesidad imperiosa de defender mi crédito
militar y político, emprendí algunos otros relacionados con los últimos tiempos
de mi vida pública, a fin de vindicar mi conducta en determinados sucesos,
aclarando hechos, puntualizando circunstancias y rechazando acusaciones e
injusticias que he soportado con resignación, pero sin renunciar a la esperanza
de que se desvanezcan en su día, y de que se purifique el silencio que
penosamente he guardado por consideraciones más altas que mi propia
tranquilidad, relacionadas con los deberes que jamás podían prescribir para mí,
ante los intereses de mi país y las conveniencias del ejército, que fue,
durante más de sesenta años, el objeto exclusivo de mi ardiente culto. Ese día
llegará, cuando el tiempo y otros acontecimientos y ejemplos hayan calmado los
ardores de la pasión y desvanecido grandes errores, alimentados por
artificiosas o equivocadas opiniones e intereses. Mis hijos esperarán ese
momento, escogerán esas circunstancias propicias y entregarán al juicio público
el fallo definitivo de la conducta que seguí en otras grandes circunstancias en
que me ha tocado influir directamente en la suerte de mi país.
Entre tanto, tienen el encargo de
publicar este libro tan luego como Dios se sirva llamarme a su seno. El día de
su publicación debe seguir de cerca al de mi muerte, porque deseo que los
muchos y autorizados testigos que aún viven de los hechos que relato, puedan
dar testimonio de mis intenciones y sinceridad. Si alguno pensara que he
reducido demasiado el círculo de la crítica y de la censura, y que las
opiniones que emito acerca de los hombres y de los sucesos de mi tiempo llevan
un sello de extremada benevolencia, yo le contestaría que los sucesos y los
hombres no pueden juzgarse con acritud cuando se llega al punto donde concluyen
todas las pasiones e intereses mundanos; cuando al considerar a distancia los
acontecimientos y los individuos, se advierte que los unos no fueron nunca
fatales, ni los otros egoístas y corrompidos en su generalidad; cuando se cree
que en estas grandes luchas de la vida es fuerza mirar hacia el pasado sin
prevenciones ni rencores, a fin de comprender las deficiencias del presente y
de mantener viva la esperanza de un porvenir mejor, y cuando no de otro modo,
en fin, podría excusarse este libro al que, arrogándose el derecho de juzgar a
sus contemporáneos, comparece también en persona ante el juicio de residencia
que ha de formarle la opinión, con el bagaje, quizá, de muchas culpas y
errores; si bien habrá podido redimirlos, inspirando como cree haber inspirado
todos los actos de su vida en los dos más elevados sentimientos que pueden
impulsar el alma de un caballero y de un soldado. El respeto al honor de su
nombre, y el amor santo de la Patria.
No los olviden mis hijos.”
Fernando Fernández de Cordova.