EN EL PAÍS DE LAS MOMIAS
“Pues bien: a la revolución de Octubre hay que juzgarla
a una distancia histórica aún mayor. Sólo gentes necias o de mala fe pueden
acusarla de que en doce años no haya traído la paz y el bienestar para todos.
Contemplada con el criterio de la
Reforma o de la
Revolución francesa, que representan, en una distancia de
unos tres siglos, dos etapas en el camino de la sociedad burguesa, no puede uno
por menos de admirarse que en un pueblo tan atrasado y solitario como Rusia se
haya podido asegurar a la masa del pueblo, doce años después de la sacudida, un
promedio de vida que, por lo menos, no es inferior al que se les brindaba en
vísperas de la guerra. Ya esto, por sí solo, es un milagro. Pero, claro está
que el sentido y la razón de ser de la revolución rusa no es ahí donde hay que
buscarlos. Estamos ante el intento de un nuevo orden social. Es posible que
este intento cambie y se transforme, fundamentalmente tal vez. Es seguro que
habrá de adoptar un carácter totalmente distinto sobre la base de la nueva técnica.
Pero, pasarán unas cuantas docenas de años, pasarán unos cuantos siglos, y el
orden social que rija remontará la mirada a la revolución de Octubre como el régimen
burgués de hoy hace con la Revolución
francesa y la Reforma. Y
ésto es tan claro, tan evidente, tan indiscutible, que hasta los profesores de
Historia lo comprenderán; claro está que pasados unos cuantos años...Bien, ¿y
de la suerte que en todo esto ha corrido su persona, qué me dice usted? Ya me
parece estar oyendo esta pregunta, en la que la ironía se mezcla con la
curiosidad. A ella, no puedo contestar con mucho más de lo que ya dejo dicho en
las páginas del presente libro. Yo no sé que es eso de medir un proceso
histórico con el rasero de las vicisitudes individuales de una persona. Mi
sistema es el contrario: no sólo valoro objetivamente el destino personal que me
ha cabido en suerte, sino que, aun subjetivamente, no acierto a vivirlo si no
es unido de un modo inseparable a los derroteros que sigue la evolución social.
¡Cuántas veces, desde mi expulsión, he tenido que
oír a los periódicos hablar y discurrir acerca de mi "tragedia"
personal! Aquí no hay tragedia personal de ninguna especie. Hay, sencillamente,
un cambio de etapas en la revolución. Un periódico norteamericano publicó un
artículo mío, acompañándolo de la ingeniosa observación de que el autor, a
pesar de todos los reveses sufridos, no había perdido, como el artículo demostraba,
el equilibrio de la razón. No puede uno por menos de reírse ante esa pobre
gente para quien, por lo visto, la claridad de juicio guarda relación con un
cargo en el Gobierno y el equilibrio de la razón depende de los vaivenes del
día. Yo no he conocido jamás, ni conozco, semejante relación de causalidad. En
las cárceles, con un libro delante o una pluma en la mano, he vivido horas de
gozo tan radiante como las que pude disfrutar en aquellos mítines grandiosos de
la revolución. Y en cuanto a la mecánica del Poder, me pareció siempre que
tenía más de carga inevitable que de satisfacción espiritual. Pero, mejor será
que acerca de esto oigamos palabras muy discretas, dichas ya por otros: El día
26 de enero de 1917, Rosa Luxemburgo escribía a una amiga, desde la cárcel:
"Eso de entregarse, por entero, a las miserias de cada día que pasa, es
cosa para mí inconcebible e intolerable. Fíjate, por ejemplo, con qué fría
serenidad se remonta un Goethe por encima de las cosas. Y sin embargo, no creas
que no hubo de pasar por amargas experiencias: piensa tan sólo en la gran
Revolución francesa, que, vista de cerca, seguramente tendría todo el aspecto
de una mascarada sangrienta y perfectamente estéril, y en la cadena ininterrumpida
de guerras que van desde 1793
a 1815... Yo no te pido que hagas poesías como Goethe,
pero su modo de abrazar la vida --aquel universalismo de intereses, aquella armonía
interior-- está al alcance de cualquiera, aunque sólo sea en cuanto aspiración.
Y si me dices, acaso, que Goethe podía hacerlo porque no era un luchador
político, te replicaré que precisamente un luchador es quien más tiene que
esforzarse en mirar las cosas desde arriba, si no quiere dar de bruces a cada
paso contra todas las pequeñeces y miserias... siempre y cuando, naturalmente,
que se trate de un luchador de verdad..." ¡Magníficas palabras! Las leí por
vez primera no hace muchos días y ellas me han hecho cobrar nuevo afecto y
devoción por la figura de Rosa Luxemburgo.
En cuanto a doctrinas, carácter e ideología, no hay
en Proudhon, esa especie de Robinsón Crusoe del socialismo, nada que me simpatice.
Pero Proudhon era, por naturaleza, un luchador; era, intelectualmente,
generoso; sentía un gran desdén hacia la opinión pública oficial y en él ardía
esa llama inextinguible del afán acuciante y universal de saber. Esto le permitía
estar por encima de los vaivenes de la vida personal y por encima de la
realidad circundante.
El día 26 de abril de 1852, Proudhon escribía a un amigo
desde la prisión: "El movimiento, indudablemente, no es normal ni sigue
una línea recta; pero la tendencia se mantiene constante. Todo lo que los Gobiernos
hagan, primero unos y luego otros, en provecho de la revolución, es cosa que ya
no se puede desarraigar; en cambio, lo que contra ella se intenta, se evapora
como una nube. Yo disfruto de este espectáculo, cada uno de cuyos cuadros sé
interpretar; asisto a esta evolución de la vida en el universo como si desde lo
alto descendiese sobre mí su explicación; lo que a otros destruye, a mí me
exalta, me enardece y me conforta; ¿cómo, pues, puede usted pretender que me lamente
de mi suerte, que me queje de los hombres y los maldiga? ¿La suerte? Me río de
ella. Y en cuanto a los hombres, son demasiado necios y están demasiado envilecidos,
para que yo pueda reprocharles nada."
Pese al regusto de patetismo eclesiástico que hay en
ellas, también éstas son palabras muy bien dichas, y yo las suscribo.”
León Trotsky.
Mi vida.
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