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sábado, 29 de enero de 2011

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA




                      ÉGLOGA I

              XXIII

Como al partir del sol la sombra crece,
y en cayendo su rayo, se levanta
la negra escuridad que’l mundo cubre,
de do viene el temor que nos espanta
y la medrosa forma en que s’ofrece
aquella que la noche nos encubre
hasta que’l sol descubre
su luz pura y hermosa:
tal es la tenebrosa
noche de tu partir en que he quedado
de sombra y de temor atormentado,
hasta que muerte el tiempo determine
que a ver el deseado
sol de tu clara vista m’encamine.


                                        Garcilaso de la Vega

viernes, 28 de enero de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





ANTES DE LA ALCARRIA


“El viajero está echado, boca arriba, sobre una chaise-longue forrada de cretona. Mira, distraídamente, para el techo y deja volar libre la imaginación, que salta, como una torpe mariposa moribunda, rozando, en leves golpes, las paredes, los muebles, la lámpara encendida. Está cansado y nota un alivio grande dejando caer las piernas, como marionetas, en la primer postura que quieran encontrar.
El viajero es un hombre joven, alto, delgado. Está en mangas de camisa fumando un cigarrillo. Lleva ya varias horas sin hablar, varias horas que no tiene con quién hablar. De cuando en cuando bebe un sorbo —ni pequeño ni grande— de whisky o silba, por lo bajo, alguna cancioncilla.
En la casa todo es silencio; la familia del viajero duerme. En la calle sólo algún taxi errabundo rompe, muy de tarde en tarde, la piadosa intimidad de los serenos.
La habitación está revuelta. Sobre la mesa, cientos de cuartillas en desorden dan fe de muchas horas de trabajo. Extendidos sobre el suelo, clavados con chinchetas a las paredes, diez, doce, catorce mapas con notas y acotaciones en tinta, con fuertes trazos de lápiz rojo, con blancas banderitas sujetas con alfileres.
—Después, nada de esto sirve nunca para nada. ¡Siempre pasa igual!
A caballo de una silla duerme la chaqueta de dura pana. En la alfombra, al lado de un montón de novelas, descansan las remachadas botas de andar. Una cantimplora nueva espera su carga de espeso y saludable vino tinto. Suena en el noble, en el viejo reloj de nogal, la última campanada de una alta hora de la noche.
El viajero se levanta, pasea la habitación, pone derecho un cuadro, empuja un libro, huele unas flores. Ante un mapa de la península se para, ambas manos en los bolsillos del pantalón, las cejas casi imperceptiblemente fruncidas.
El viajero habla despacio, muy despacio, consigo mismo, en voz baja y casi como si quisiera disimular.
     —Sí, la Alcarria. Debe ser un buen sitio para andar, un buen país. Luego, ya veremos; a lo mejor no salgo más; depende.
     El viajero enciende otro cigarrillo —a poco más se quema el dedo con el mixto—, se sirve otro whisky.
—La Alcarria de Guadalajara. La de Cuenca, ya no; por Cuenca puede que ande el pinar; o la Mancha, ¡quién sabe!, con sus lentos caminos.
El viajero hace un gesto con la boca.
—Y tampoco importa que me salga un poco, si me salgo. Después de todo, ¿qué más da? Nadie me obliga a nada; nadie me dice: métase por aquí, suba por allí, camine aquel ribazo, esta laderilla, esta otra vaguada tierna y de buen andar.
El viajero revuelve entre los papeles de la mesa buscando un doble decímetro. Lo encuentra, se acerca de nuevo a la pared y, con el pitillo en la boca y el entrecejo arrugado para que no se le llenen los ojos de humo, pasea la regla sobre el mapa.
—Etapas ni cortas ni largas, es el secreto. Una legua y una hora de descanso, otra legua y otra hora, y así hasta el final. Veinte o veinticinco kilómetros al día ya es una buena marcha; es pasarse las mañanas en el camino. Después, sobre el terreno, todos estos proyectos son papel mojado y las cosas salen, como pasa siempre, por donde pueden.
Busca unas notas, consulta un cuadernillo, hojea una vieja geografía, extiende sobre la mesa un plano de la región.
—Sí; sin duda alguna, las regiones naturales. Los ríos unen y las montañas separan, es la vieja sabiduría; no hay otra división que valga.
El viajero se distrae un instante y toma, de la estantería, el primer libro que alcanza: la Historia de Galicia, de don Manuel Murguía, encuadernado en rojo cartoné ya desvaído por el tiempo. No lo necesita para nada; en realidad, lo coge sin darse cuenta.
—Es gracioso este libro..., es un libro lleno de paciencia.
El viajero está medio dormido y da un par de cabezadas mientras pasa las hojas. Se despierta de nuevo del todo, cuando lee al pie de una lámina: Cromlech que existe en Pontes de García Rodríguez. Lo devuelve a su sitio y piensa que, realmente, tiene los libros bastante mal ordenados. La Historia de Galicia queda entre una Fisiología e Higiene, del bachillerato, y el The sun aiso rises, de Hemingway.
El viajero vuelve ante el mapa.
—Las ciudades las bordearé, como los buhoneros y los gitanos, igual que el jabalí y el gato garduño.
Se rasca una ceja y arruga la frente. El viajero no está muy convencido.
—O no, no las bordearé. Las ciudades hay que cruzarlas, a media tarde, cuando las señoritas salen a pasear un rato, antes del rosario.
El viajero sonríe. Tiene los ojos semicerrados, como de estar soñando.
—Bueno, ya veremos.
Se queda un rato en silencio, pensando muy confuso, muy precipitadamente. Es ya muy tarde.
—¡Qué barbaridad!
El viajero —que se cansa de golpe, igual que un pájaro herido— piensa, al final, que ya sólo falta empezar, que quizás esté dándole demasiadas vueltas en la cabeza a un viaje que se quiere hacer un poco a rumbo, un poco como el fuego en una era: a la buena de Dios y a la que salga.
De la misma botella bebe el último trago.
—No. Estas son las cuentas de la lechera; lo mejor será coger el macuto y echarse a andar.
Se desnuda, desdobla la manta de pelo, apaga la luz y se echa a dormir sobre la chaise-longue forrada de cretona.
Fuera se oye el distante golpear del chuzo contra la acera. Por las rendijas de la persiana se cuela un hilito de claridad. Pasan lentos, entumecidos, los carros de los primeros traperos. El viajero se ha dormido al tiempo de nacer el día como un pollo que sale, un poco avergonzadamente, del derrotado y tibio cascarón.”

Camilo José Cela. Viaje a la Alcarria. Editorial Espasa-Calpe.

domingo, 23 de enero de 2011

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






AUSENCIA DEL AMANTE


He vuelto por el camino sin hierba.
Voy al río en busca de mi sombra.
Qué soledad sellada de luna fría.
Qué soledad de agua sin sirenas rojas.
Qué soledad de pinos ácidos errantes...
Voy a recoger mis ojos
abandonados en la orilla.


Carmen Conde.

viernes, 21 de enero de 2011

OBITER DICTUM





“Los poemas impresos siguen siendo borradores sin corregir ni terminar y abiertos a cualquier luminosa colaboración. Aun muerto el poeta que los inició, puede otro después venir a seguirlos, a modificarlos, a completarlos, a unificarlos y fundirlos en el Gran Poema Universal. Y tal vez sea el mismo y único poeta el que venga, porque acaso no haya más que un solo Poeta en el mundo: El-embudo-y-el Viento.”


León Felipe

jueves, 20 de enero de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




SOBRE LOS HELVECIOS

LIBRO I
“II. Entre los helvecios fue sin disputa el más noble y el más rico Orgetórige. Éste, siendo cónsules Marco Mésala y Marco Pisón, llevado de la ambición de reinar, ganó a la nobleza y persuadió al pueblo «a salir de su patria con todo lo que tenían; diciendo que les era muy fácil, por la ventaja que hacían a todos en fuerzas, señorearse de toda la Galia». Poco le costó persuadírselo, porque los helvecios, por su situación, están cerrados por todas partes; de una por el Rin, río muy ancho y muy profundo, que divide el país Helvético de la Germania; de otra por el altísimo monte Jura, que lo separa de los secuanos; de la tercera por el lago Lemán y el Ródano, que parte términos entre nuestra provincia y los helvecios. Por cuya causa tenían menos libertad de hacer correrías, y menos comodidad para mover guerra contra sus vecinos; cosa de gran pena para gente tan belicosa. Demás que para tanto número de habitantes, para la reputación de sus hazañas militares y valor, les parecía término estrecho el de doscientas cuarenta millas de largo, con ciento ochenta de ancho.
III. En fuerza de estos motivos y del crédito de Orgetórige, se concertaron de apercibir todo lo necesario para la expedición, comprando acémilas y carros cuantos se hallasen, haciendo sementeras copiosísimas a trueque de estar bien provistos de trigo en el viaje, asentando paz y alianza con los pueblos comarcanos. A fin de efectuarlo, pareciéndoles que para todo esto bastaría el espacio de dos años, fijaron el tercero con decreto en fuerza de ley por plazo de su partida. Para el manejo de todo este negocio eligen a Orgetórige, quien tomó a su cuenta los tratados con las otras naciones; y de camino persuade a Castice, secuano, hijo de Catamantáledes (rey que había sido muchos años de los secuanos, y honrado por el Senado y Pueblo Romanos con el título de amigo) que ocupase el trono en que antes había estado su padre: lo mismo persuade a Dumnórige eduo, hermano de Diviciaco (que a la sazón era la primera persona de su patria, muy bienquisto del pueblo) y le casa con una hija suya. «Representábales llana empresa, puesto que, habiendo él de obtener el mando de los helvecios, y siendo éstos sin duda los más poderosos de toda la Galia, con sus fuerzas y ejército los aseguraría en la posesión de los reinos. » Convencidos del discurso, se juramentan entre sí, esperando que, afianzada su soberanía y unidas tres naciones poderosísimas y fortísimas, podrían apoderarse de toda la Galia.
IV. Luego que los helvecios tuvieron por algunos indicios noticia de la trama, obligaron a Orgetórige a que diese sus descargos, aprisionado[1] según estilo. Una vez condenado, sin remedio había de ser quemado vivo. Aplazado el día de la citación, Orgetórige compareció en juicio, acompañado de toda su familia, que acudió de todas partes a su llamamiento en número de diez mil personas, juntamente con todos sus dependientes y adeudados, que no eran pocos, consiguiendo, con su intervención, substraerse al proceso. Mientras el pueblo irritado de tal tropelía trataba de mantener con las armas su derecho y los magistrados juntaban las milicias de las aldeas, vino a morir Orgetórige, no sin sospecha en opinión de los helvecios, de que se dio él a sí mismo la muerte.
V. No por eso dejaron ellos de llevar adelante la resolución concertada de salir de su comarca. Cuando les pareció estar ya todo a punto, ponen fuego a todas sus ciudades, que eran doce, y a cuatrocientas aldeas con los demás caseríos; queman todo el grano, salvo el que podían llevar consigo, para que perdida la esperanza de volver a su patria, estuviesen más prontos a todos los trances. Mandan que cada cual se provea de harina para tres meses. Inducen a sus rayanos los rauracos, tulingos, latobrigos a que sigan su ejemplo y, quemando las poblaciones, se pongan en marcha con ellos, y a los boyos, que, establecidos a la otra parte del Rin, y adelantándose hasta el país de los noricos, tenían sitiada su capital, empeñándolos en la facción, los reciben por compañeros.”


Julio César. La guerra de las Galias. Ediones Orbis.




miércoles, 19 de enero de 2011

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA






Como billete sucio en los bolsillos del pantalón del alma
el tiempo inútil va dejando su borra de toneles
desocupados, y echando claveles de acaeceres marchitos a la laguna de la amargura buscamos lo rancio en las despensas y en la tristeza: el queso viviendo muerto en los múltiplos de las oxidaciones que estallan como palancas, las canciones
arcaicas y la penicilina de los hongos remotos, con
sombrero de catástrofes.

[…]


Pablo de Rokha.

lunes, 17 de enero de 2011

OBITER DICTUM









El exterminio genocida de los nativos americanos que empezó con Cristóbal Colón y la conquista española se llevó casi siempre a cabo en nombre del bondadoso Jesús. Y lo mismo puede decirse de las varias carnicerías perpetradas en África y Asia por Inglaterra, Francia, Portugal, Holanda, Alemania, Italia o Bélgica.


Ring Lardner Jr.

domingo, 16 de enero de 2011

ALLÁ EN LAS INDIAS





ENTRE QUICHÉ Y QUAUHTLEMALLAN


        “Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo.
        Esta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: sólo el cielo existía.
        No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión.
        No había nada junto, que hiciera ruido, ni cosa alguna que se moviera, ni se agitara, ni hiciera ruido en el cielo.
        No había nada que estuviera en pie; sólo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo. No había nada dotado de existencia.
        Solamente había inmovilidad y silencio en la oscuridad, en la noche. Sólo el Creador, el Formador, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, estaban en el agua rodeados de claridad. Estaban ocultos bajo plumas verdes y azules, por eso se les llama Gucumatz. De grandes sabios, de grandes pensadores es su naturaleza. De esta manera existía el cielo y también el Corazón del Cielo, que éste es el nombre de Dios. Así contaban.
        Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz, en la oscuridad, en la noche, y hablaron entre sí Tepeu y Gucumatz. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento.
        Entonces se manifestó con claridad, mientras meditaban, que cuando amaneciera debía aparecer el hombre. Entonces dispusieron la creación y crecimiento de los árboles y los bejucos y el nacimiento de la vida y la creación del hombre. Se dispuso así en las tinieblas y en la noche por el Corazón del Cielo, que se llama Huracán.”


Popol Vuh

jueves, 13 de enero de 2011

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA





FRUTA FORASTERA


Escucho su voz,
fruta forastera,
y en el espejo
de sus pupilas
veo al verdugo
que mutila el baúl
del viajero
flaco en credos
y esperanzas.

Ignora que víboras,
razones y sombras
muerden mis muñecas
buscando pesadillas
y larvas de sangre seca.

La suerte y la muerte
elegidas dan sentido
a las danzas que bailas.


Silvano Lago.

miércoles, 12 de enero de 2011

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE









21 de enero de 1938


RESEÑAS



Der totale Krieg, de Erich Ludendorff



«Esta reedición popular del más divulgado de los muchos libros de Ludendorff –los otros se titulan: Destrucción de los pueblos por el cristianismo, Cómo liberarnos de Jesucristo, Aniquilación de la masonería por la revelación de sus secretos, El secreto del poder jesuítico, etcétera—es menos importante doctrinalmente que como signo de los incompetentes años que corren. Clausewitz, hacia 1820, había escrito: “La guerra es un instrumento político, una forma de la actividad política, una continuación de esa actividad con medios distintos… La política es siempre el fin, la guerra es un medio. No es concebible que los medios no estén subordinados al fin”. Increíblemente, a Ludendorff lo irritan esos axiomas. He aquí su tesis: “Ha cambiado la esencia de la guerra, ha cambiado la esencia de la política, han cambiado asimismo las relaciones de la guerra y de la política. Ambas deben servir al pueblo, pero la guerra es la expresión más alta de la voluntad vital de los pueblos. Por consiguiente, la política –la nueva política totalitaria– debe subordinarse a la guerra totalitaria”. Eso he leído con asombro en la página10. En la página 115, Ludendorff es aún más explícito: “El jefe militar debe trazar las líneas directivas de la política del país”. Dicho sea, con otras palabras: la doctrina de Ludendorff exige la dictadura militar, no sólo en el común sentido criollo de gobierno ejercido por militares, sino en el de una dictadura de exclusivos propósitos belicosos. “Lo primordial es la movilización de las almas. La prensa, la radiotelefonía, la cinematografía, las manifestaciones de toda especie deben colaborar a ese fin… El Fausto de Goethe no conviene a la mochila del soldado.” Y luego, con sombría satisfacción: “El campo de batalla comprende ahora el territorio entero de las naciones beligerantes”.


En la Italia del siglo XV, la guerra había alcanzado una perfección que muchos calificarán de irrisoria. Una vez enfrentados los ejércitos, los generales comparaban el número, el valor y la disposición de las fuerzas, y resolvían a cuál de los dos le tocaba perder. El azar había sido eliminado y la efusión de sangre. Esa manera de guerrear no merece tal vez la adorable calificación de “totalitaria”, pero la juzgo más prudente y más lúcida que las vastas matanzas millonarias que profetiza Ludendorff.»



Jorge Luis Borges.

Textos cautivos.

Tusquets Editores.

jueves, 6 de enero de 2011

OBITER DICTUM





Para el converso, su conversión es un acto único e indivisible, un renacimiento espiritual donde la emoción y la razón, los perpetuos duelistas, se encuentran por una vez en perfecta armonía.


Arthur Koestler.

martes, 4 de enero de 2011

Y EL ÓBOLO BAJO LA LENGUA

   


A LA FRIALDAD


                I

El sueño que se apresura
no es el mismo que revierte.
La muerte cuando es la muerte,
Pierde la boca madura.

La esencia que no se advierte
suele ser la más impura.
El amarillo en la muerte,
seda es contra natura.

Ser en el ser desafía
a la unidad mensajera
que de sí mismo se fía

y sólo un rumor desaltera.
Cuando el fruto está vecino
la mano yerra sin tino.


                                    José Lezama Lima

sábado, 1 de enero de 2011

OBITER DICTUM








«En los terribles años de la yezhovzhina pasé diecisiete meses en las filas frente a las cárceles de Leningrado. Un día, alguien me reconoció. Entonces, una mujer de labios morados que ocupaba su lugar detrás de mí y que, por supuesto, jamás había escuchado mi nombre, pareció despertar del letargo en el que permanecimos sumidas y me preguntó al oído (porque allí todos hablaban en voz muy baja):
--¿Y usted podría describir esto?
Yo repuse:

--Sí, puedo.»



Anna Ajmátova.