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lunes, 26 de mayo de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE




LA FLOR DE COLERIDGE



«Hacia 1938, Paul Valéry escribió: “La Historia de la literatura no debería ser la historia de los autores y de los accidentes de su carrera o de la carrera de sus obras sino la Historia del Espíritu como productor o consumidor de literatura. Esa historia podría llevarse a término sin mencionar un solo escritor.” No era la primera vez que el Espíritu formulaba esa observación; en 1844, en el pueblo de Concord, otro de sus amanuenses había anotado: “Diríase que una sola persona ha redactado cuantos libros hay en el mundo; tal unidad central hay en ellos que es innegable que son obra de un solo caballero omnisciente” (Emerson: Essays, 2, VIII). Veinte años antes, Shelley dictaminó que todos los poemas del pasado, del presente y del porvenir, son episodios o fragmentos de un solo poema infinito, erigido por todos los poetas del orbe (A Defence of Poetry, 1821).



Esas consideraciones (implícitas, desde luego, en el panteísmo) permitirían un inacabable debate; yo, ahora, las invoco para ejecutar un modesto propósito: la historia de la evolución de una idea, a través de los textos heterogéneos de tres autores. El primer texto es una nota de Coleridge; ignoro si éste la escribió a fines del siglo XVIII, o a principios del XIX. Dice, literalmente:



Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… entonces, ¿qué?”.



No sé qué opinará mi lector de esa imaginación; yo la juzgo perfecta. Usarla como base de otras invenciones felices, parece previamente imposible; tiene la integridad y la unidad de un terminus ad quem, de una meta. Claro está que lo es; en el orden de la literatura, como en los otros, no hay acto que no sea coronación de una infinita serie de causas y manantial de una infinita serie de efectos. Detrás de la invención de Coleridge está la general y antigua invención de las generaciones de amantes que pidieron como prenda una flor.



El segundo texto que alegaré es una novela que Wells bosquejó en 1887 y reescribió siete años después, en el verano de 1894. La primera versión se tituló The Chronic Argonauts (en este título abolido, chronic tiene el valor etimológico de temporal); la definitiva, The Time Machine. Wells, en esa novela, continúa y reforma una antiquísima tradición literaria: la previsión de hechos futuros. Isaías ve la desolación de Babilonia y la restauración de Israel; Eneas, el destino militar de su posteridad, los romanos; la profetisa de la Edda Saemundi, la vuelta de los dioses que, después de la cíclica batalla en que nuestra tierra perecerá, descubrirán, tiradas en el pasto de una nueva pradera, las piezas de ajedrez con que antes jugaron… El protagonista de Wells, a diferencia de tales espectadores proféticos, viaja físicamente al porvenir. Vuelve rendido, polvoriento y maltrecho; vuelve de una remota humanidad que se ha bifurcado en especies que se odian (los ociosos eloi, que habitan en palacios dilapidados y en ruinosos jardines; los subterráneos y nictálopes morlocks, que se alimentan de los primeros); vuelve con las sienes encanecidas y trae del porvenir una flor marchita. Tal es la segunda versión de la imagen de Coleridge. Más increíble que una flor celestial o que la flor de un sueño es la flor futura, la contradictoria flor cuyos átomos ahora ocupan otros lugares y no se combinaron aún.



La tercera versión que comentaré, la más trabajada, es invención de un escritor harto más complejo que Wells, si bien menos dotado de esas agradables virtudes que es usual llamar clásicas. Me refiero al autor de La humillación de los Northmore, el triste y laberíntico Henry James. Este, al morir, dejó inconclusa una novela de carácter fantástico, The Sense of the Past, que es una variación o elaboración de The Time Machine. El protagonista de Wells viaja al porvenir en un inconcebible vehículo que progresa o retrocede en el tiempo como los otros vehículos en el espacio; el de James regresa al pasado, al siglo XVIII, a fuerza de compenetrarse con esa época. (Los dos procedimientos son imposibles, pero es menos arbitrario el de James.) En The Sense of the Past, el nexo entre lo real y lo imaginativo (entre la actualidad y el pasado) no es una flor, como en las anteriores ficciones; es un retrato que data del siglo XVIII y que misteriosamente representa al protagonista. Este, fascinado por esa tela, consigue trasladarse a la fecha en que la ejecutaron. Entre las personas que encuentra, figura, necesariamente, el pintor; éste lo pinta con temor y con aversión, pues intuye algo desacostumbrado y anómalo en esas facciones futuras… James, crea, así, un incomparable regressus in infinitum, ya que su héroe, Ralph Pendrel, se traslada al siglo XVIII. La causa es posterior al efecto, el motivo del viaje es una de las consecuencias del viaje.



Wells, verosímilmente, desconocía el texto de Coleridge; Henry James conocía y admiraba el texto de Wells. Claro está que si es válida la doctrina de que todos los autores son un autor, tales hechos son insignificantes. En rigor, no es indispensable ir tan lejos; el panteísta que declara que la pluralidad de los autores es ilusoria, encuentra inesperado apoyo en el clasicista, según el cual esa pluralidad importa muy poco. Para las mentes clásicas, la literatura es lo esencial, no los individuos. George Moore y James Joyce han incorporado en sus obras, páginas y sentencias ajenas; Oscar Wilde solía regalar argumentos para que otros los ejecutaran; ambas conductas, aunque superficialmente contrarias, pueden evidenciar un mismo sentido del arte. Un sentido ecuménico, impersonal… Otro testigo de la unidad profunda del Verbo, otro negador de los límites del sujeto, fue el insigne Ben Jonson, que empeñado en la tarea de formular su testamento literario y los dictámenes propicios o adversos que sus contemporáneos le merecían, se redujo a ensamblar fragmentos de Séneca, de Quintiliano, de Justo Lipsio, de Vives, de Erasmo, de Maquiavelo, de Bacon y de los dos Escalígeros.



Una observación última. Quienes minuciosamente copian a un escritor, lo hacen impersonalmente, lo hacen porque confunden a ese escritor con la literatura, o hacen porque sospechan que apartarse de él en un punto es apartarse de la razón y de la ortodoxia. Durante muchos años, yo creí que la casi infinita literatura estaba en un hombre. Ese hombre fue Carlyle, fue Johannes Becher, fue Whitman, fue Rafael Cansinos-Asséns, fue De Quincey.»



Jorge Luis Borges.

Otras inquisiciones.

Emecé Editores.

viernes, 23 de mayo de 2014

ALLA EN LAS INDIAS




POTOSÍ


A la fama de tanta plata, luego se comenzó a despoblar, aunque no del todo, el asiento de Porco y se pasó a Potosí, y poblaron los españoles desta otra parte de un arroyo que pasa al pie del Guayna Potosí; los indios, de la otra parte del arroyo, al pie del cerro; mas como se fue multiplicando la gente, también a la parte de los españoles se poblaron no pocos indios, y entre ellos los Carangas a las espaldas de los nuestros. El asiento, así del pueblo de los españoles como de los indios, no es llano, sino en una media ladera, como se requiere en tierra que llueve; el un asiento y el otro lleno de manantiales de agua que Dios nuestro Señor proveyó allí para el beneficio que agora se hace de los metales; si no, ya se hobiera despoblado la mayor parte por falta della, y los manantiales y fuentes, unos están sobre la faz de la tierra, otros a un estado y a menos; el que a dos es muy fondo. El agua en unas partes es mejor que otra, poca para que se pueda beber; guísase con ella de comer y lávase la ropa; no se halla casi cuadra que no tenga muchos manantiales, ni casas sin pozos, y en las calles en muchas dellas revienta el agua. Cuando los metales acudían a mucho más que agora, no los fundían los españoles, sino los indios se los compraban y beneficiaban, y acudían con el precio al criado del señor de la mina. Desta manera el señor de la mina tenía su mayordomo que della tenía cuidado, de hacer los indios ó yanaconas barreteros labrasen, y sacasen el metal a la boca de la mina, adonde cada sábado llegaba el indio fundidor, mirábalo, concertábase por tantos marcos y a otro sábado infaliblemente la traía la plata concertada; estos indios llevaban el metal a sus casas, y lo beneficiaban, y fundían, no con fuelles, porque el metal deste cerro no las sufre; la causa no se sabe; el metal cernido y lavado echábanlo á boca de noche en unas hornazas que llaman guairas, agujereadas, del tamaño de una vara, redondas, y con el aire, que entonces es más vehemente, fundían su metal; de cuando en cuando lo limpiaban y añadían carbón, como vian era necesario, y el indio fundidor para guarecerse del aire estábase al reparo de una paredilla sobre que asentaba su guaira, sufriendo el frío harto recio; derretido el metal y limpio de la escoria, sacaba su tejo de plata y veníase a su casa muy contento. Había a la sazón en el cerro que dijimos se desmiembra de Potosí, y a la redonda del pueblo, más de cuatro mil guairas, que por la mayor parte cada noche ardían, y verlas de fuera y aun dentro del pueblo no parecía sino que el pueblo se abrasaba.


Reginaldo Lizárraga. Descripción Colonial.

viernes, 16 de mayo de 2014

OBITER DICTUM




“Si los primeros jacobinos habían sido lentos al poner en acción sus teorías educativas, pronto reconocieron la significación del lenguaje como base de la nacionalidad, y trataron de obligar a todos los habitantes de Francia a que utilizaran la lengua francesa. Mantenían que el éxito de un gobierno por “el pueblo”, y de la acción colectiva de la nación, dependían no sólo de cierta uniformidad de hábitos y costumbres, sino también, y más, de la identidad de ideas e ideales, que podía lograrse por medio de discursos, la imprenta, y otros instrumentos de educación, con tal que emplearan uno y el mismo lenguaje. Ante el hecho histórico de que Francia no era una unidad lingüística –de que, por añadidura, a los dialectos muy distintos de las diferentes partes del país, se hablaban lenguas “extranjeras” en el Oeste, por los bretones; en el Sur, por los provenzales, vascos y corsos; en el Norte, por los flamencos, y en el Noroeste, por los alemanes alsacianos—, resolvieron baldonar y suprimir los dialectos y las lenguas extranjeras y forzar a todos los ciudadanos franceses a que aprendiesen y utilizaran la lengua francesa.”


Carleton Hayes.

miércoles, 14 de mayo de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE





SOULAS EN LINDOS


            “Ártemis surge con frecuencia, en la actualidad, en el folclore del campesinado, y mientras escribo recuerdo que no lejos de aquí, más allá de las grises pendientes pétreas de Profeta, en el camino que ondula hacia arriba a través de la clemente tierra boscosa alfombrada de cisto blanco y rojo, de anémonas y de grandes peonías, está todavía el emplazamiento de un pequeño monasterio llamado Artamiti, en donde, a juzgar por una inscripción hallada en los alrededores, se levantó otrora un antiguo templo. Ella, como Atenea, era hija de Zeus, y el puritanismo sin amor de la una concuerda a la perfección con las cualidades de su hermanastra, la dadora del fructífero olivo.
         Pero si Rodas perdió a su Señora de Fileremo, ganó en cambio a otro santo local cuya fama crece día tras día y que está en camino de reemplazarla en la veneración general. Todavía no ha surgido una literatura en torno a esta nueva figura, ni un aparato crítico; la propia iglesia ortodoxa parece un tanto intrigada en cuanto al lugar que le corresponde; por lo menos, hagiógrafo alguno ha presentado una explicación de la forma en que Saúl, un fatigado apóstol Pablo, logró conquistar un altar en las bajas colinas que rodean Soroni.
         San Soulas (como se llama en demótico fue, se cree, un miembro del grupo que, encabezado por Pablo, naufragó en las costas de Rodas, durante el viaje a Palestina. En Lindos todavía se señala una pequeña caverna como el lugar en que el grupo pisó tierra. Durante su breve estancia en Rodas, Pablo caminaba kilómetros enteros todos los días, explicando las Escrituras a quien quisiera escucharlo. Sus discípulos seguían su ejemplo, y entre ellos Saúl, quien debió de ser un buen caminador para llegar a Soroni, que en modo alguno se encuentra cerca de Lindos. Sea como fuere, allí encontró un antiguo altar con un manantial de agua caliente… aunque por desgracia la leyenda no ha conservado el nombre del dios tutelar primitivo. Los aldeanos de las vecindades le parecieron necesitados de testimonios, ya que todos ellos eran paganos de la peor ralea; intentó la abjuración, la exhortación y la peroración, sin éxito alguno. Los aldeanos se aferraban a su locura. Habló hasta enronquecer, pero ellos lo observaban con el impasible escepticismo que todos experimentaríamos si un hombrecito velludo, extranjero, barbudo, mal vestido, de pies polvorientos y divertida pronunciación tratase de deshacer en una sola tarde lo que había llevado siglos de piadosos hechizos crear, un complejo de creencias consoladoras, tan caseras como una pulgarada de sal. Saúl no supo qué hacer para enfrentarse a aquellos campesinos obstinados y semianalfabetos. Muy en contra de su voluntad, se vio obligado a recurrir a un milagro. Había por allí mucha gente con llagas. Curó a uno en el acto sumergiéndolo en la fuente.
         --¿Puede vuestro dios hacer esto? –preguntó.
         Los aldeanos entendieron el razonamiento y se pasaron en masa a la verdadera fe.
         Esta historia no me agrada; en primer lugar me parece que las creencias campesinas han tornado confuso el cuadro. Me parece que el propio san Pablo tiene que ser el protagonista de esta creencia ampliamente difundida, porque se llamaba Saúl, o en su forma griega antigua, Saulo. Hay muy pocas dudas de que la fuente de agua caliente ya era famosa por sus curaciones. Además, el tipo más común de llaga en el Egeo parece ser causado por una sustancia parásita contenida en la bolsita que hay en la raíz de las esponjas; es un tipo bastante corriente de dolencia entre los pescadores de esponjas y sólo puede curarse lavando las llagas con algún astringente suave. La fuente pudo haber sido famosa por esas curaciones mucho antes de que san Pablo apareciese en escena. En este contexto debemos recordar quizá que Heracles era el patrono común de las fuentes termales y que su nombre está vinculado al de Lindos desde la más remota antigüedad; según la leyenda antigua, él, como Pablo, llegó a Lindos un día, hambriento después de un largo viaje. Lo acompañaba su hijo Hilo. Pidió comida para éste a un agricultor que pasaba, pero sólo recibió maldiciones. Por lo tanto se apoderó de uno de los bueyes con que el hombre araba y lo devoró con Hilo, mientras el enfurecido dueño del animal los miraba desde lejos y los maldecía. Se dice que éste es el origen de la extraña forma del culto a Heracles que en alguna época se practicó en Lindos. Mientras se ofrecían los sacrificios, el sacerdote oficiante lanzaba juramentos y obscenidades contra el nombre del héroe, no al azar, sino de acuerdo con un orden ritual prefijado. En apariencia no existía nada similar en toda Grecia, y el dicho “como los de Lindos durante sus sacrificios” se hizo proverbial para designar a todos los que usaban lenguaje profano en los lugares sagrados.”



Lawrence Durrel. Reflexiones sobre una Venus Marina. Ediciones Peninsula.

domingo, 11 de mayo de 2014

OBITER DICTUM




“Nada de esto resulta absolutamente inconcebible, pero entre los cargos se incluía otra acusación que vale la pena examinar en detalle. Se refiere a cierto demonio privado de Lady Alice, que se aparecía a veces disfrazado de gato, a veces con la forma de un perro lanudo negro y otras como un hombre negro. Lady Alice lo recibía como su íncubo y le permitía copular con ella. A cambio de ello el íncubo le proporcionaba riquezas: todas sus considerables propiedades habían sido adquiridas con su ayuda. El demonio era conocido por los otros miembros del grupo. Lo llamaban Hijo del Arte, o Robin, Hijo del Arte; Y afirmaban que estaba entre los demonios más pobres del infierno.”


Norman Cohn.

domingo, 4 de mayo de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE








EN HYDERABAD


“Ya no hay vegetación; ya no existen las grandes palmas. La tierra no es ya roja; casi hace frío… Estas son las sorpresas del primer despertar en Nizam, después de haber viajado toda la noche, después de haber dejado ayer la región, tan verde aún de Pondichérry y de Madrás. Llegamos, esta mañana, a la meseta central de la India, en medio de estepas de piedra. Todo ha cambiado, excepto el croajar de los eternos cuervos.
Landas abrasadas, grisáceas llanuras, alternan con campos de mijo, vastos como pequeños mares. En lugar de los soberbios cocoteros, algunos raros áloes, algunas datileras raquíticas agostadas por la sequía, se alzan alrededor de las aldeas, que, también, han cambiado de aspecto para adquirir un falso tinte árabe. El Islam ha impreso aquí su huella sobre las cosas. El Islam, que, por otra parte, se complace siempre en las regiones tristes, en el deslumbramiento de los desiertos.
Cambio, también, de indumentos.. Los hombres no llevan ya desnudo el torso, sino cubierto con blancas telas; no ostentan ya largas cabelleras, sino que envuelven su cabeza en turbantes.
La sequedad aumenta de hora en hora, a medida que nos hundimos en la monotonía de las planicies. Los arrozales, cuyos surcos se ven trazados aún, están destruidos como por el fuego. Los campos de mijo, aunque más resistentes, amarillean en su mayor parte, condenados sin esperanza. En los que viven aún, hay por doquier vigilantes subidos sobre armadijos de ramas para cazar las ratas y los pájaros, que lo devorarían todo. Pobre humanidad, acechada por el hambre, obstinándose en defender algunos granos contra el exasperado apetito de los animales.
Después del frío de la noche, el sol, despiadado, derrama sobre la tierra un calor de horno. El cielo se extiende limpio y azul como un zafiro inmenso.
El paisaje se hace verdaderamente extraño al fin de la jornada. Sobre el infinito de los mijos sollamados, de las junglas quemadas, hay montones de monstruosas piedras obscuras, especie de bloques erráticos de pulidos contornos, de fantásticas siluetas que parecen haber sido amontonadas en busca siempre de algo atrevido e inestable; éstas en pie todas; aquéllas, inclinadas y sin apoyo, de modo que sus aguzamientos, tan altos a veces como montañas, resulten siempre de la más completa inverosimilitud.
Al ponerse el sol, Hyderabad aparece en fin, muy blanca, envuelta en blanca polvareda, y muy musulmana, con sus techumbres en terraza y sus ligeros alminares. Los árboles del contorno se deshojan, resecos y agonizantes, produciendo una impresión anormal de estación avanzada; una tristeza de otoño en la tórrida tarde. El riachuelo que corre al pie está lejos de secarse. Sus aguas se deslizan tan bajas, que se las ve apenas. Y grupos de elefantes, grisáceos como el fango de las orillas, descienden lentamente al fondo, para tratar de beber y de bañarse.
Expira el día con un rojo incendio de todo el Occidente, tras la ciudad cuyas alburas se extinguen en un azul ceniciento; y los murciélagos gigantes se dispersan en silencio por el cielo demasiado hermoso.”

Pierre Loti. La India. Editorial Cervantes.

viernes, 2 de mayo de 2014

OBITER DICTUM



«La venta de la revista de las JONS había dado motivo al primer incidente serio, delante de la Universidad en la calle de San Bernardo. Un grupo de nuestra gente se enfrentó a los vendedores, y cuando pensábamos en el clásico cambio de puñetazos, uno de los jonsistas, antiguo pistolero de la FAI, comenzó a disparar para proteger la rápida huida de sus camaradas. José Tuñón, hermano de Mateo y yo que íbamos armados, contestamos con unos cuantos disparos y en cuestión de segundos quedó la calle limpia de gente, sin que por fortuna hubiera ninguna víctima. Había empezado en la Universidad «la dialéctica de las pistolas.»


Manuel Tagüeña.


miércoles, 30 de abril de 2014

OTRA BALSA EN EL AQUERONTE

 




GOZAR DEL MOMENTO



«Mi actual opinión es que echar menos lo pasado a nada conduce, como no sea a los cuidados y a la tristeza que enflaquecen el cuerpo y acaban con la inteligencia, y que desazonarse por lo que ya no existe es ganas de fatigarse y atormentarse. Por eso los filósofos dicen que, supuesto que el hombre no encuentra placer en lo pasado y además ignora lo por venir, no le queda más que gozar del momento en que se halla, u obrar como pueda con vistas a su futura vida. Porque si Dios ha de darnos un buen fin, no nos aflijamos por lo pasado ni nos hagamos viejos antes de tiempo; si, en cambio, lo que ha de venir es peor que lo que tenemos, justo es que gocemos de nuestras horas, que por fiestas las tengamos y que hagamos obras que nos procuren el beneplácito divino, y si hemos de permanecer siempre como ahora estamos, sin mudanza alguna, cosa que no es nada segura, lo mejor y más consolador es que el alma se resigne a ese estado que sabe ha de durar siempre.»



Abd Allãh Nãsir.

«Memorias».


lunes, 28 de abril de 2014

OBITER DICTUM






“Yo he andado por Francia desde que mi padre me llevó allí cuando era un muchacho, y París era la única capital extranjera que conocía. A mi padre le debo el haber sido un viajero y no un turista. La distinción no es esnobismo; en realidad, tiene que ver más con la época que con la educación, pues gran parte del problema del hombre moderno es que le educan para aprender lenguas extranjeras y malinterpretar a los extranjeros. El viajero ve lo que ve; el turista ve lo que ha ido a ver. Un auténtico viajero, en una narración épica primitiva o en un cuento popular, no simulaba que le gustara una hermosa princesa por su hermosura. Lo mismo puede decirse de un marinero pobre, de un vagabundo, en suma de un viajero. No necesita formarse una opinión de los periódicos parisinos, pero si quisiera tenerla, probablemente los leería. El turista nunca. El turista nunca los lee, los llama periodicuchos y sabe tanto de ellos como el chiffonnier que los recoge con el pincho.”

G. K. Chesterton.