«En el otoño, vino a Tashkent el comisario del batallón español del NKVD, Francisco Ortega, que tenía el grado de mayor. Presumía de campesino y hasta se ofendió cuando le dije que un abuelo mío también lo había sido, y que gran parte de la población urbana de España y del mundo entero procedía, precisamente, del campo. Él se creía con derecho a la exclusividad. Por lo demás, era un funcionario medio, típico del Partido; de maneras suaves, que nunca le miraba a uno a la cara y con quien no podía pensarse en hablar francamente, porque su principal misión era encontrar desviaciones políticas en las palabras o en las actitudes de sus subordinados. En una palabra, tenía la actitud del sacerdote fanático de cualquier religión.»
Manuel Tagüeña.